La sucesión de Macron

Valga la conjetura, quizá por una cultura cinematográfica que rinde culto a piezas de una extraordinaria acción y efectos especiales, las noticias más atractivas están pintadas por el drama y la tragedia.  Suficientemente impactante, la violencia escenificada en Ecuador, incluyendo el secuestro de las personas que conducían un programa de televisión, recientemente, conmovió al mundo entero y, seguida, nos condujo a la crisis de Estado que sufrimos en América Latina que no guarda mucha distancia con las de los países catalogados del primer mundo, como Francia, objeto de diferentes atentados terroristas, frustrados o consumados.

Sin embargo,  los hechos, mal que bien, dado de un modo u otro, suscitan el debate de fondo, de algún fondo, en el norte al mismo tiempo que, en el sur, pasamos la página con el “amanecerá y veremos”. 

Algunas veces, lectores de Michel Houellebecq, estamos pendientes de la afinación de los escenarios que le depara el porvenir a los franceses. Juzgando por el novelista, al menor descuido, puede alcanzar el poder un musulmán que pasará por moderado, o letocará a la sempiterna representante de la ultraderecha, aunque nada de esto lo percibimos desde un país crecientemente aislado, como Venezuela, atrapado en el violento batiburrillo del rentismo petrolero que ya no es ni siquiera modelo.

Semanas atrás, Emanuel Macron despidió como primer ministro a la delgada mujer de entrados años filtrados por los lentes, Élisabeth Borne, y, en su lugar, designó a Gabriel Attal, con apenas 34 años de edad y, naturalmente, portador de una corta experiencia burocrática.

Éste ya se ha hecho acreedor de la crítica opositora, siendo la más lapidaria la de Jean-Luc Melénchon al considerar que recupera su cargo de vocero gubernamental desapareciendo simultáneamente el de premier. 

Inevitable pensar en el futuro del país galo, una potencia nuclear sometida a la más dura prueba por el oleaje migratorio sobre todo de origen islámico que solivianta los extremos.

No por casualidad, la conocida Marine Le Penn está experimentando una ruta hacia el centro político que le convierta en la mandataria nacional, como jamás lo imaginó su padre. 

Attal funge ahora como el delfín presidencial y, a menos que sea un genio de las artes políticas, no será fácil ni pronta su maceración para la sucesión de Macron, quien ha de pensar en los venideros comicios y esos extremos ya aludidos.

Por cierto,  parece que no llama la atención su condición de homosexual en el exterior, y entre los venezolanos tampoco, excepto una diferencia, apreciada desde nuestra perspectiva heterosexual: los hay en las profundidades del closet que, aún desempeñando el oficio político, autocensurándose, les niegan representación a sectores también importantes de la sociedad.

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