La mujer de las hierbas

Jeanne Baret nació en 1740 en La Comelle, región de la Borgoña en Francia. Poco sabemos sobre su infancia. Era de familia pobre y no recibió educación formal, pero aprendió a leer y escribir. Vivió su niñez en una cabaña cerca del bosque, rodeada por la naturaleza, entre plantas, setas y flores, aprendiendo a diferenciar cada una al momento de recolectarlas. Antes de convertirse en adulta, sus conocimientos de botánica le ganaron en el pueblo el apodo de “la mujer de las hierbas”.

Tal fue su fama que, cuando cumplió los veinte años, el reconocido naturalista Philibert Commerson la contrató para trabajar como ama de llaves en su mansión de Toulon-sur-Arroux. Al poco tiempo de quedar viudo encontró en la joven una compañera sentimental con quien compartir el lecho. En 1764, cuando fue convocado como botánico oficial de la corte de Su Majestad, el rey Luis XV, se mudó a París, llevando consigo a su ama de llaves y “enfermera personal”. 

Al año siguiente, el gobierno francés, temeroso del expansionismo de Gran Bretaña y España, encargó al almirante y explorador Louis Antoine de Bougainville la misión de emprender un viaje de circunvalación al globo. Todo con el propósito de descubrir y conquistar de nuevos territorios para la corona. El almirante le propuso a Commerson ser el naturalista de la expedición, quien aceptó y quiso llevar a Jeanne con él.

La marina francesa, por ordenanza real, prohibía que una dama se embarcara en buque militar, pero Commerson, al tanto que su ayudante poseía extensos conocimientos de botánica y sería una pieza importante en las investigaciones, ideó un plan para que pudiese subir a bordo sin problemas. Con cortarle el pelo, envolver su pecho con vendas, disfrazarla de hombre y llamarla Jean, pudo alojarse con él como su sirviente en un camarote privado. Así empezó una aventura que merece una página especial en los libros de historia.    

A mediados de diciembre de 1766, zarparon del puerto de Nantes la fragata Boudeuse y la urca Étoile, navegando aguas abajo por el río Loire hasta desembocar en la inmensidad del Atlántico, realizando una primera parada en Brest, con el objetivo de abastecer sus bodegas y reparar ciertos daños de los barcos antes de cruzar el océano. 

Para febrero de 1767, después de pasar por Canarias, navegaban al sur bordeando las costas de África, hasta alcanzar Guinea y enrumbarse al oeste, buscando el tramo más corto para acercarse al litoral oriental de América. Después de tres meses de náuseas y vómitos, alcanzaron Río de Janeiro. Commerson estaba un tanto maltrecho, por ello le tocó a su “pupilo” Jean Baret, bajar a tierra para realizar un descubrimiento maravilloso, una trepadora con espinas y flores coloridas que bautizaron Bougainvillea, en honor al almirante.

Al atracar en Montevideo la salud del naturalista empeoró por una úlcera y dolor en una pierna, dejando a Jean como principal encargado de los estudios botánicos. Recorriendo la Patagonia, tal vez gracias al aliento y emoción que despierta un paisaje desconocido, Commerson mostró cierta mejoría, atreviéndose a participar en excursiones sobre terreno accidentado, apoyado de su leal ayudante, quien acaparó reputación de coraje y fortaleza cuando el naturalista confesó que nada de aquello sería posible sin Jean, o su “bestia de carga”, quien servía para la recolectar plantas, muestras de tierra, rocas y conchas en sacos colgando de sus hombros.   

Baret dedicó sus días a ejecutar un minucioso trabajo de recoger y catalogar especies que comenzó a contar por decenas, cientos y miles, mientras por las noches se desvelaba cuidando del pobre Philibert. Esa parte del viaje fue tranquila, brindando la oportunidad de realizar varias paradas, mientras aguardaban por mejores condiciones meteorológicas, el paso del invierno en el trópico de Capricornio, así como vientos propicios para pasar por las Malvinas y atravesar el estrecho de Magallanes. 

El periplo se tornó azaroso gracias a tempestades que vapulearon la fragata y urca al tocar las aguas procelosas del Pacífico, que de eso no tiene sino el nombre. La vida parecía escapar lentamente a Philibert durante el trayecto con el vaivén del Étoile, mientras ella, en la intimidad del camarote, pasaba horas cuidando de su amado, que definitivamente no tenía piernas ni estómago de marinero. 

Los meses transcurrieron ociosos en esa vastedad ilimitada del océano Pacífico hasta que en marzo de 1768 alcanzaron las Islas Tuamotu, archipiélago formado por más de mil ínsulas diminutas en Polinesia, de las cuales Francia se hizo con un total de 118, engrosando sus territorios, así como el catálogo de especies y anotaciones en el ya obeso inventario redactado por Commerson y su ayudante. 

En junio de ese año anclaron en Tahití, para enterarse que aquel paraíso terrenal ya había sido reclamado por el explorador británico Samuel Wallis. Igual fueron bienvenidos por los nativos. El almirante Bougainville, acompañado por Commerson, Baret y un grupo de marineros se aproximaron a la playa. Todo iba en orden hasta que al descender de los botes de remo y pisar las arenas, los aborígenes rodearon a Jean, olisqueando un aroma diferente al masculino, antes de tratar agarrarlo por la entrepierna y percatarse que allá abajo no había palmera ni cocos. Aquello fue todo un escándalo. 

El almirante registró el hecho en su diario. La sexualidad de Jean levantó suspicacias desde mucho antes que tocaran Río de Janeiro y algo raro sospechaban del amanerado, pero Bougainville, al percatarse que se trataba de una mujer, impresionado por sus destacables labores durante la travesía, manejó la situación de modo sabio y con guante de seda, enviándola de regreso al Étoile, para luego decirle a sus oficiales que el ayudante de Commerson era eunuco, castrado por piratas otomanos, mentira que dieron por verdad, sin preguntar más al respecto.

Cruzado el océano Pacífico y adentradas las naves en aguas del Indico, continuaron el curso traspasando la línea ecuatorial cerca de las Islas Salomón y Nueva Guinea. Al arribar a Indonesia, en extrema necesidad de suministros como agua dulce y vianda para colmar sus bodegas, Commerson y Baret aprovecharon la escala en esas tierras para recolectar más muestras, al igual que redactar notas y entradas al catálogo de la colección de sus estudios naturales, antes de zarpar en dirección al poniente, pasando por Java hasta las Islas Mauricio, trecho de mareos eternos, fiebres de sudor frío y sufrir la tortura de sentir que las tripas podían salir por la boca, igual o peor que durante el periplo de días interminables al surcar aguas desde el estrecho de Magallanes hasta Tuamotu.

Al llegar a Port Louis en las Islas Mauricio, Commerson recibió con alegría la noticia que su gran amigo y colega, el botánico Pierre Poivre, ocupaba el despacho del gobernador. Éste, al reconocer a Jeanne y enterarse de lo sucedido en Tahití, los hospedó en su residencia, mientras los demás miembros de la expedición reabastecían las bodegas de provisiones y los marineros reparaban ciertas averías de las naves.

Unos días antes que zarparan Boudeuse y Étoile, el almirante confrontó a Commerson y Baret. Estaba al tanto que su ayudante era una fémina y no podía seguir camino de regreso a Francia en un buque militar. El mejor problema es el que podemos evitar, dijo antes de dejarlos varados en Port Louis. La fragata y urca levaron anclas para continuar su trayecto al pasar por el Cabo de Buena Esperanza, tocar Cape Town, la Isla Ascensión, y navegar rumbo al norte hasta Canarias, para desembarcar el 16 de marzo de 1769 en Saint-Malo, Francia, después de dos años y cuatro meses de haber partido en esa vuelta al mundo. Bougainville fue recibido como un héroe en la corte de Luis XV, pasando a escribir un libro de crónicas sobre su expedición.    

Philibert y su ama de llaves se quedaron a vivir en Port Louis, trabajando en el jardín botánico, donde supervisaban junto al gobernador Poivre los cultivos de prueba que podían ser útiles para alimentar y vestir al pueblo francés. Desde las Islas Mauricio realizaron varias expediciones a Madagascar, describiéndola en sus notas como “la tierra prometida para los naturalistas”. En total recolectaron más de 5.000 muestras vegetales durante aquellos años.

Commerson falleció en 1773 y Jeanne siguió trabajando en el jardín botánico hasta que Pierre Poivre fue convocado a París, dejándola a merced de otro gobernador, a quien no le interesaba mucho el tema de los herbarios. Así que sola y sin recursos, tuvo que servir como tabernera hasta que conoció un suboficial del ejército llamado Jean Dubernat, con quien contrajo matrimonio y pudo regresar a Francia al año siguiente, llevando consigo treinta cajas con alrededor de cinco mil especímenes recolectados junto a Commerson durante su aventura. Más de la mitad eran desconocidos en Europa.  

Al momento de arribar a puerto galo nadie salió a recibirla. Sin pena ni gloria pasó por desapercibida al volver a su patria, lista para acostumbrarse al modesto estilo de vida que podía costear con el humilde salario de Dubernat. Vaya sorpresa que se llevaron ella y su marido cuando supieron que Philibert Commerson la había nombrado en su testamento como heredera universal de sus bienes, incluyendo esa lujosa mansión de Toulon-sur-Arroux, así como la vasta colección de libros y estudios naturales. Gracias a esa fortuna pudieron comprar propiedades y establecerse en Saint-Aulaye, pueblo natal del esposo. 

Otra persona que supo agradecer sus labores fue el propio almirante y explorador Louis Antoine de Bougainville, quien la mencionó como parte fundamental de su expedición al publicar su libro “Descripción de un viaje alrededor del mundo”, refiriéndose a la admiración que le produjo el arrojo de Jeanne Baret al haberse disfrazado de hombre para lanzarse a la mar en una empresa tan complicada, además de mantener oculto su secreto y engaño durante tanto tiempo.  

No sólo eso, sino que también solicitó al Ministerio de Marina que le concediera una pensión vitalicia de doscientas libras anuales por su valiosa ayuda al científico y botánico Philibert Commerson, compartiendo con gran valentía las labores y peligros que implicaron la recolección de especies del reino de las plantas durante la odisea de circunvalar el globo terráqueo. 

De esta manera, Bougainville supo felicitar públicamente y etiquetar a Jeanne Baret de “persona extraordinaria”, reconociendo esos méritos que la llevaron a destacar como una notable científica de la época, además de haber sido la primera mujer en darle la vuelta al mundo. 

Créalo usted o no, ninguna de las especies descubiertas y recolectadas por Jeanne Baret lleva su nombre. Fue en 2012 que Eric Tepe, un botánico de la Universidad de Utah, al hallar una especie nueva en los bosques de Cajamarca, Provincia de Contumazá, en Perú, le rindió honores a la mujer de las hierbas al nombrar esa planta de bella flor con cinco suaves pétalos en color blanco, violeta, o amarillo Solanum Baretiae.       

Jimeno Hernández
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