Mi «guayoyo» desparramado por el diccionario

* Por William Anseume

Es de suponerse que muchos, innumerables, venezolanismos, esas voces solo nuestras del idioma que no hemos logrado compartir todavía con el mundo hispanohablante y más allá, no aparezcan registrados en el diccionario mayor de nuestra lengua: el Diccionario de la Real Academia Española. Por ello existen nuestros propios acopios de términos. Esos a los que denodados especialistas criollos le dedicaron buena parte de su vida esclarecedora. Pero hay vocablos que sorprenden por lo insólito de su ausencia, por todavía no haber alcanzado ese glorioso lugar expansivo. Es el caso de «guayoyo». 

Con la búsqueda de refugio, nuestros connacionales arrastran su cultura nuestra, evidentemente. De allí que hayamos contagiado literalmente al mundo con la gastronomía venezolana, al punto de que la arepa, el tequeño, las empanadas, la cachapa, los bollos pelones, el papelón con limón, o el cuajao, el pabellón, el cachito, puedan ir como embajadores, con absoluta dignidad, allí donde llega uno o varios de los coterráneos del norte del sur. Eso dice, además, que más de nueve millones de seres hispanohablantes, venezolanohablantes, no pertenecen al Tren de Aragua, ni son delincuentes, ni escoria. Dice, con alimentos preparados de modos peculiares, que los venezolanos merecemos cobijo seguro en cualquier país, y respeto. No quiero siquiera sugerir con esto que uno u otro desadaptado no sepa hacer y haga una empanada, desde luego. 

Pero, ¿por qué no hablan del «guayoyo», tan nuestro? ¿No hay ese guarapo regado en el mundo? ¿El «guayoyo» taciturno no habita Londres, o París, o Madrid, Tokio, o Ginebra, o Washington, o Roma, o Lima, de igual forma que nuestras otras marcas de comensales sudamericanos? ¿Los polémicos venecos como, sí, nos llaman en algunos lares donde, al parecer hasta vociferado, somos estorbo, no toman, tomamos, infusión de café más aguarapao que el de la mañana, por las tardes, allá afuera? ¿No mojan, ni empapan, como mi abuela, el cazabe en el guarapo que no es guarapo propiamente sino «guayoyo»? ¿Por qué sí aparecen entradas de guarapo -aunque no relacionado con el café, por cierto- y de cazabe, mientras el guayoyo quedó fuera? ¿Símiles?  No lo son, ya se aprecia. ¿Cómo se llega a una cafetería traspasado el medio día, al pie de la máquina a pedir café, pues?

Abundan los chistes con respecto a la clasificación del café vista por los venezolanos. Debe ser verdad que resultamos incomprensibles a la hora de requerir ese rico brebaje americano en cualquier otra latitud: negro, negrito, marrón -claro u oscuro, con leche, aguarapao, tetero, y todos los etcéteras que sabemos que caben, y allí tiene un lugar especial esa indígena voz: «guayoyo». Con pan solo o cazabe. No importa. Solo. Con azúcar, o sin ella. Pero ahí está. Es una marca nuestra. Al punto que uno de nuestros portales aquí se denomina, muy bien, Guayoyo en Letras. De celebrarse. 

De este modo invito, cordialmente, a quien se le ocurra, – si ya no existe, aunque muy probablemente sí- abrir una cafetería más allá de nuestra fronteras a denominarla «Guayoyo», sin escrúpulo. Y más, en serio, invito a los ilustres académicos de la lengua, algunos muy queridos, amigos y cercanos, de allá y de acá -sobre todo, a elevar el término «guayoyo» a la cúspide de nuestros diccionarios en lengua española. Se lo merece. Por trayectoria vital. Imagínense. Desde tiempos inmemoriales, pasando la Colonia hasta arribar a este, no tan cordial con nosotros, Siglo XXI. El «guayoyo», ese café aguado y suculento, nos acompaña, no solo en el decir y el escribir, sino en el paladar, en el gusto y regusto de ser venezolano. Será una nada turbia exquisitez engalanar esa joya de nuestra cultura hispana y que nos engalane con esos siete grafemas tan decidores de nosotros para el mundo. Por cierto: ¿cómo se dirá «guayoyo» en inglés, en alemán, en francés? En ruso y en Chino no, por favor. 

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Guayoyo en Letras