Preguntas y argumentos odiosos
He estado soñando últimamente con lo que se sentiría caminar por mis calles con la sensación de que uno puede refugiarse entre la brisa mientras lo hace, y guardarse en alguno de los locales cálidos que la adornan. Tal vez es mucho pedir, es mucho fantasear; entra las historias de familia descubrí que Sabana Grande fue una vez una especie de 5ta Avenida neoyorquina, en palabras de mi tía, donde ella caminaba extasiada de tan hermosos lugares, en los cuales no podía comprar nada, porque todo era muy costoso para su alcance; y estaba también la tienda Savoy, con el mejor chocolate, donde mi papá y mis tíos compraban una bolsita de recortes de lo que sobraba, que era lo más barato, pero seguía siendo sabroso, hasta que se vendió a la marca a Nestlé, y entonces la calidad y calidez del producto ya no fue la misma. Estos testimonios que recojo entre aquellos que vivieron lo que yo no viví, se perciben ciertamente desde la perspectiva, pero también desde la condición social, desde el sentimiento cultural, desde la formación de familia, desde el reflejo de una sociedad venezolana que no es cuestión de coincidencias, apreciando el hecho de que porque no lo hayamos visto no lo hace un manojo de mentiras.
En medio del conflicto actual es común que todas las conversaciones giren en torno a los puntos de tensión, pocos siguen el consejo de Rafiki: “mira ma’jallá de lo que ve…”. Pero en medio de todo eso yo sigo soñando demasiado, y es de eso que voy escribiendo. Lo siento. Es que creo que nuestra ciudad va desapareciendo porque la verdad es que la vamos extinguiendo, en lugar de hacer de ella lo que queremos ver, vivir y sentir, nos hemos entregado pasionalmente al materialismo en busca de una gran modernidad, la consecuencia de eso fue volvernos de piedra, digo, si no es así ¿de dónde pretendemos que sale eso de andar a la defensiva entre las aceras, eso de no importar el otro, eso de que no importa el servicio tampoco, eso de ser conformistas y terminar resolviendo el desastre de hoy en lugar de recoger agua para el futuro?
Yo pregunto ¿qué es lo que queremos ver en la ventana, entre las sabanas revueltas de una cama por el cansancio, el amor o los niños?, cada mañana, cada noche. ¿Qué verde cuelga de las entradas de los edificios, se derrama por las aceras y se yergue floreciendo en las esquinas, para acompañar al semáforo amarillito que sí funciona? –por favor que sí funcione–. Tengo una mejor, ¿qué hemos hecho con nuestros tesoros del pasado?, apilados en el olvido, dejados por uno nuevo, como un cambio de pantaletas, de interiores o de pareja… pero puede que eso último, esa manera tan fácil de cambiar parejas tenga algo que ver con nuestra concepción de cambiarlo todo cuando ya no me gusta, después de todo ¿qué es eso de andar preservando nada?
¿El sol que se derrama sobre el Ávila/Waraira y las construcciones?… ¡Por favor! ¿Ciudad de prosas?, ¡ciudad ansiosa!, eso está mejor, lo demás es una pérdida de tiempo, ser sensibles… fomentar valores… estamos demasiado ocupados para lo primero y somos demasiado creyentes de la relatividad para lo segundo (y viceversa). ¿Qué son nuestros sueños sino una búsqueda constante de dinero por y para más dinero?, y en buena hora ha llegado esta crisis, para demostrar ahora más que nunca que es cierto, que si el dinero no alcanza no se hace nada. Bendita la hora en la que a alguien se le ocurrió este sistema de hacer economía, de hacer sociedad, solo que no entre en crisis el sistema, claro. En eso hemos convertido nuestra ciudad, en un reflejo de billetes y posteriormente en crisis, cuando los billetes se desmoronan.
Y hablemos de creatividad, ¿qué es la innovación de pronto sino una copia de lo que se ha vista en otras partes del mundo? A lo mejor no encaja en nuestros moldes, pero hacemos que encaje porque eso es más fino ¿o no? Y como aquí hablo de todo como la loca que soy, ya va, ¿qué tan poco nos importa El Guaire?, después de todo ya estamos tan acostumbrados –gracias Gómez– a que se vea tan feo que es una locura pensar que alguna vez pudo haber sido un pequeño La Plata o Sena, de no haber sido por lindas decisiones y lindas indiferencias. Calles violentas con choros y sin ellos, debo decir, motorizados que nalguean mujeres ciclistas, policías que piden dólares, y diosas vendiendo su cuerpo porque debe ser que no creen poseer nada más valioso. Señores y señoras, no hay romance en las esquinas si solo se trata de Romeo Santos y Pitbull, y los reyes del romantiqueo, que tampoco son romance, lamento decirles, son marketing, son industria, son producto.
Con la moda hípster y la nueva liberación proclamamos ser más visionarios mientras seguimos matando a los verdaderos visionarios, justo como hace dos, tres o cuatro siglos atrás, y ni hablar del que opina diferente. Entre aquellos que sufren sus penurias en venganza a una sociedad que los parió y que van haciéndose “fuertes” a costa de ella, y los que tienen capacidades hermosas para enseñar a otros pero prefieren hacer ridículos alardes de su grandeza y además cobrar por ello, no sé qué es más triste.
Pero esto no es todo, oh no. Esto es nada más el desahogo de alguien que se dedicó a creer lo que le ha enseñado Dios y la vida, que cuando algo duele mucho es porque uno va a explotar y luego todo comienza. Lo muy cierto de todo esto es que no todo lo que reside en nosotros venezolanos, es pasotismo, y que es válido apelar a nuestro lado mejor; porque en estas calles hay mucho qué hacer y esa es nuestra ganancia, pero hay que volver a la vida, pero sí, Rafiki tenía razón, hay que mirar más allá de lo que se ve. Y de eso hablaré más adelante.
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