Diálogo interruptus en Punta Cana

Diálogo

Para nadie es un secreto que el supuesto diálogo entre el gobierno y la oposición murió antes de nacer. El lunes 6 de junio, como había previsto el régimen, Ernesto Samper y los tres ex presidentes en papel de presuntos mediadores se reunieron en solitario con los representantes del oficialismo en República Dominicana. La oposición, a pesar de las exhortaciones públicas de Samper y de las gestiones más o menos privadas de José Luis Rodríguez Zapatero, ya lo había advertido. Sus representantes no volverán a sentarse a la mesa dominicana hasta que Maduro asuma las cuatro condiciones de la oposición. Es decir, nunca.

No podía ser de otro modo. ¿Cómo superar el impacto demoledor que tuvo en la conciencia de los ciudadanos el gato encerrado que terminó siendo la primera ronda de conversaciones organizada por Unasur y sus ex presidentes iberoamericanos en el Caribe dominicano?

Las sociedades civilizadas recurren al diálogo para superar sus diferencias, pero siempre a partir de la buena fe de las partes. En este caso, nadie duda de la mala fe del gobierno. La oposición, sencillamente, no podía continuar “dialogando” con el gobierno, en el extranjero y en el mayor de los secretos, ni siquiera con la excusa de intentar producir a partir de ese diálogo algún dispositivo capaz de satisfacer las crecientes menguas de los ciudadanos. Tampoco para aprovechar la presión internacional, léase Washington, La Habana, el Vaticano, diversas cancillerías latinoamericanas y hasta la Unión Europea, para darle un impulso mayor al mecanismo constitucional del referéndum revocatorio.

Los actos de fe no tienen razón de ser en el ejercicio de la política. Aceptar que si bien Chávez primero y hasta ahora Maduro han actuado de mala fe, pero que las circunstancias obligan a Maduro a adoptar súbitamente una posición razonable, es un simple acto de fe, ajeno por completo a los hechos y los cálculos políticos reales. Maduro y sus lugartenientes podrán cantar misa cada mañana, pero por definición, al menos por definición ideológica, ninguno de ellos aceptará jamás ceder en nada, mucho menos si se trata de no vetar una ley de amnistía, celebrar el referéndum revocatorio antes de diciembre, acatar la autoridad institucional de la Asamblea Nacional y respetar la independencia y el equilibrio de los poderes públicos, problemas constitucionales que deben quedar resueltos antes de enfrentar con éxito la crisis global que está haciendo colapsar a Venezuela como nación.

La memoria nos hace recordar que no es esta la primera vez que el régimen “bolivariano” ha propiciado lo que ellos entienden por diálogo nacional. Chávez lo intentó, crucifijo de buen cristiano arrepentido en las manos, tras su restauración en la Presidencia de la República. Desesperado intento  por reanudar la marcha de su proyecto, que produjo, primero, su fallida Comisión Presidencial para el Diálogo y la Reconciliación Nacional y, después, la Mesa de Negociación y Acuerdos, organizada por César Gaviria y Jimmy Carter, que sí arrojó grandes beneficios políticos al régimen. Como también ocurrió cuando Maduro invitó a ciertos dirigentes de la oposición a reunirse con él en Miraflores en marzo de 2014, encuentro sin otra finalidad que desmovilizar las protestas callejeras auspiciadas por el movimiento estudiantil y por Leopoldo López, Antonio Ledezma y María Corina Machado, promotores de lo que ellos mismos llamaron La Salida.

La interrupción esta semana de este último intento de trucado diálogo gobierno-oposición ha despojado a Maduro de un recurso político que podía haberle facilitado una salida menos traumática de Miraflores. Cerrado ese camino, ya no le queda otra opción que recurrir a sus fuerzas represivas para frenar las acciones de la oposición, a las que de pronto se han sumado las de miles los ciudadanos en las calles de toda Venezuela y las de un sector originalmente chavista, que ante la magnitud de la crisis, la ceguera política de Maduro y la incompetencia sin remedio de sus ministros y funcionarios consideran necesario cambiar de gobierno. Por las buenas, si Maduro, en un último destello de realismo lo acepta, o por las malas.

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