De las otras reservas internacionales

reservas internacionales

De acuerdo al BCV, disminuyen nuestras reservas internacionales que hablan de los dólares, derechos especiales de giro y oro, entre otros renglones de mediata o inmediata disposición. No solemos advertir la existencia de los otros recursos públicos, depositados en las bóvedas – acaso – inseguras de las galerías o museos bajo la responsabilidad del Estado.

Una fórmula más exclusiva,  exigente y riesgosa de ahorrar,  nos remite al mercado de las obras plásticas. Las hay de una sorprendente cotización en el desarrollo lícito e ilícito del intercambio mercantil, incluyendo las más esmeradas copias que también requieren de una formidable inversión.

Los venezolanos disponemos de un patrimonio artístico considerable no sólo en las pinacotecas, sino en los bancos y otras dependencias oficiales, todavía no mensurado, por lo menos, públicamente,  que apunta a la grave responsabilidad de los directivos, gerentes o administradores que deben velar por esa otra herencia forjada aún antes de las grandes bonanzas petroleras.  Debida y públicamente constatadas, poco o nada se sabe de las inversiones, propiedades y préstamos de las obras de prestigiosos pintores y escultores en manos del Estado, a nivel nacional, estadal o municipal, distanciados del cálculo de una cifra consolidadas en este otro ramo de nuestras reservas.

Devuelta por las autoridades estadounidenses que tuvieron la honesta capacidad de  enterarse, investigarla y devolverla, tenemos el caso de “La Odalisca de Pantalón Rojo” de Henri Matisse, sustraída del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas, cuya estridente y desvergonzada recepción logró frenar el debate que naturalmente debimos escenificar respecto al patrimonio que, por público, es común. No se trata de sospechar de todo aquél que vela por una pieza de apreciable importancia, pero la impunidad del suceso permite especular sobre la probable suerte de los originales, a modo de ilustración, la colección de Moore o Picasso, que a corto, mediano o largo plazo, pueden aparecer en una subasta de Londres o Nueva York, contando como ventaja inicial la de nuestro olvido así esté contabilizada en un catálogo relegado en la estantería hogareña.

Luce recomendable una  pronta y experta auditoría del fondo artístico de la nación de ojos muy abiertos, pues, recordemos, si repatriaron las reservas de oro para rematarlas poco a poco a fin de lograr los desesperados recursos para enjugar los déficits que dejarán como legado, nada extraña que surja un plan relacionado con piezas artísticas muy codiciadas en el exterior. Se dirá de una conjetura exagerada, ya que no solventará las cuentas nacionales, pero – convengamos – que la sola comisión puede auxiliar de largo las personales de burócratas y relacionados a los que les angustia el pronto colapso del régimen. E, incluso,  sin saberlo, podrán convertirse en protagonistas de una novela de Arturo Pérez Reverte o Leonardo Padura, llegando la tabla de Flandes a las manos de Mario Conde.

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