Detrás de la Torre Mercantil
Sobre la cotidianidad en la mañana post-alcohol
I.
La secuencia de imágenes que registra la memoria sufre una condición. Un amanecer en la colina es filtrado, en distintos rangos, por variantes. El espacio natural y el niño, que participa dentro, son uno solo cuando el individuo está entregado en su totalidad a disposición de la escena. La cámara metafísica que captura el momento es la segunda. El cristal es tamiz; consecuentemente los ojos no se integran en un cien por ciento, son solo privilegiados -aunque lo desconozcan- espectadores. Luego viene la filosofía, una infinidad.
II.
Todo antes y durante tiene un después por obligación divina. El resultado es este texto: una inocente reflexión que surge a partir de la conversación entre un servidor y María Cristina en plena vía a una de las estaciones de la mina de poetas surrealistas.
En el último año mi mejor momento ha transcurrido bajo la influencia del peligroso efecto de la post-party depression. Por eso tomé fotografías hasta más no poder. Sincronía la portada y diacronía los fotogramas del álbum que he compilado esta última semana; el acumulativo se divide en dos: la conciencia en siesta previa a la experiencia auditiva en compañía de cuatro mujeres y la ubicación del hogar único explicada a una de esas señoras mientras suena en el fondo el blues del obrero en relación.
III.
Es temprano. Por primera vez en un buen rato sobra un poco de tiempo -espacio- por donde transitar con azarosa maniobrabilidad. No hay apuro. Hay que estirarse, pues la pasada noche fue activamente liberadora para quien llevaba temporadas sin poder recordar lo que posteriormente implicaba despojarse de la capa y la máscara… Intimidad y soledad al desnudo británico -de este siglo. El cuerpo debe calentarse y el alma vaciar el sobre peso por la retención de líquidos; el sol de las primeras horas es el que realmente alimenta y rejuvenece.
Una arepa con revoltillo podría ser una metáfora si mi determinación estuviese por encima de la instintiva necesidad que produce el hambre, pero en este preciso instante me da flojera corromperla -para bien o para mal-, así que la dejo como una arepa con relleno y ya. Una muy buena arepa con relleno, pero no tan buena como las de Eme Je. Ninguna supera sus exquisiteces.
Después de maravilloso desayuno y dejando algunos otros detalles de lado, partimos de vuelta a la ciudad.
Una vez en camino, dentro de una camioneta junto a las ya mencionadas, dos de los correspondientes padres y una Yorkshire Terrier de floja lengua, apretado más allá de mi no tan esbelta figura contra la puerta izquierda, experimenté una -si no la– de las mañanas más reconfortantes del último tiempo.
Robert Plant despertó ese sábado bajo el frío y soleado amanecer que ofrecen los juncos entre curva y curva a lo largo de la carretera. Enérgico; realmente sumido en la pasión como sala de trabajo y no condición, con ganas de entregar quizá no la mejor versión hasta ahora reproducida, pero sí la más significativa en cuanto a efectos inconscientes producidos en el que escucha, en cuanto a incitaciones con respecto a responsabilidades cósmicas que este posee. Consecuencia de quien secretamente dicta el ritmo bajo el que se encamina el hombre sincero que ama…
A la altura del desgastado mural de conductores que se entremezcla con el de vivos dos-ruedas que congestionan el pavimento, mientras Page argumentaba desde su técnico punto de vista, le señalé tentativamente a María Cristina dónde vivo. «Por allá, detrás de ese edificio», dije señalando las enormes letras que dan nombre a la institución financiera. Digo «tentativamente» porque la idea era que ella ciertamente se comprometiese a imaginar qué podría haber más allá de la gran estructura. Imaginar el lugar en el que alguien se desenvuelve, cómo este se desarrolla y evoluciona a partir de las habituales interacciones que guarda con ese espacio día tras día; qué implicaciones esconden otras también posibles pero no tan previsibles situaciones en el respectivo trayecto hogar-calle-hogar (entiéndase aquí «hogar» por las cuatro paredes y techo donde se puede dormir con tranquila sonrisa sabiendo que mañana se puede despertar y «calle» por mundo exterior a esas cuatro paredes y techo). Cómo las respuestas a todas estas índoles proyectan el reflejo de ese alguien, influenciado indudablemente por el contexto en el que se encuentra.
Tenía las piernas dormidas y estaba cansado por la semana de exámenes finales en la universidad. El silencio en un vehículo tan poblado me terminó llevando a referir las calles de la manera en que lo hice. Se llama ocio. Mis palabras hacia otros suelen servirme de guía cuando este me invade para no olvidar las responsabilidades que debo cumplir como sujeto consciente de ser sujeto.
A su vez, las palabras mismas en el proceso reivindican cuál es la manera más precisa y llevadera de decir las cosas: la música será la más expresiva.
Explicarle a M.C. qué hay más allá de la Torre Mercantil es recordar dónde queda mi hogar, la cama en la pseudo-oscuridad donde compartí el nacimiento del universo con María Gabriela, el baile -que ella alguna vez presenció, además de ser la rocola. Dónde se ubican las razones por las que me encuentro condicionado e influenciado, justificaciones para solucionar problemas a través de métodos no convencionales. Por qué existe la excentricidad y otras cuestiones que poco o nada importan a quien no interiorice ni reflexione en vigilia a partir del fondo y forma de este texto.
Febrero, 2016