“Tiempo robado”: la literatura en un tiempo siempre en línea

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Javier Marías publicó recientemente en El País un artículo titulado “Fui alegre al morir” . En él, hace referencia a otra pieza del mismo periódico, donde distintos editores españoles responden a la cuestión: “¿Qué leen por placer los que siempre leen por trabajo?”.

Marías cuestiona la viabilidad de sus ambiciones literarias. Resulta especialmente memorable el caso de la editora de Alianza, Valeria Ciompi, quien asegura que en su escaso mes de asueto leerá nada más y nada menos que En busca del tiempo perdido “como siempre”. Observa con cierta ternura el optimismo irracional de los lectores empedernidos. Para el autor, “Nos resistimos a aceptar que los veranos de lectura plácida y prolongada han sido aniquilados, que la sociedad y el estruendo conspiran contra ellos y casi los han barrido de la faz de la tierra. Para mantenerlos hay que forcejear, tener una enorme fuerza de voluntad. En vez de dejarnos invadir pasivamente por los libros, que se imponían de forma natural, hemos de ser activos, y obstinados, y luchar por hacerles sitio contra todos los elementos”

“En el mundo en que vivimos, el tiempo para leer es un tiempo que uno debe robar”, asevera el escritor, librero y profesor universitario Ricardo Ramírez Requena. El internet ha ampliado significativamente la alternativa de actividades posibles. La “paradoja de la elección” yace en que, junto con esto, ha aumentado el costo de oportunidad de dedicarse exclusivamente a una. La ansiedad que nos produce la idea de todo lo que no estamos haciendo, podría estar minando el placer que derivamos de esta actividad, así como de cualquier otra.

Infinitud de actividades, tiempo finito. Cada minuto cuenta. No cabe duda respecto a por qué la soledad y el aburrimiento se han convertido en un problema para nosotros. Un problema que solucionamos a través de la tecnología.

Stop googling, let’stalk , un artículo publicado en el suplemento dominical del New York Times, menciona una investigación realizada por el PewResearch Center. En una muestra representativa de la población estadounidense, 9 de cada 10 encuestados posee un telefóno móvil y cerca de dos tercios posee un teléfono inteligente. Entre los usuarios de teléfonos inteligentes, 94% asegura cargar su teléfono encima frecuentemente y 82% nunca o difícilmente lo apaga.

El artículo critica la necesidad que hemos creado de ello. Para su autora, nuestra incapacidad para tolerar la soledad y el aburrimiento genera una disminución generalizada en los niveles de empatía.  No invertimos tanto en nuestras relaciones interpersonales debido a la permanente disponibilidad del medio, una alternativa aséptica a cualquier conversación que tome una dirección incierta o indeseada. Por otra parte, esperamos que determinadas acciones resulten de cierto modo. Anticipamos el comportamiento de las personas como si se tratasen de los algoritmos de nuestras aplicaciones.

Esta idiosincracia afecta tanto el campo de las relaciones interpersonales como lo relativo a la creación literaria. Por ejemplo, a Ramírez Requena se le dificulta hacerle entender a otras personas que el “dar vueltas”, “manguarear”, forma parte del proceso que requiere su trabajo. En la expresión “tiempo libre” observa una categoría que banaliza lo que hace cuando se dedica a una actividad no-productiva en el sentido estricto y literal de la palabra. Para Requena, la noción de “tiempo libre” sirve únicamente a quienes nos quieren enseñar qué hacer con él (“los empresarios” que lo utilizan como producto comercializable) y pareciera que “la contemplación no forma parte de la vida”, afirma Ramírez Requena.

Tenemos que sopesar más opciones, sortear más distracciones que nunca; mas, como asegura Carlos Sandoval, crítico, narrador, profesor e investigador, “hay siempre espacio para leer lo que uno quiere leer” y la cuestión consiste en reducir los elementos que te quiten tiempo de dedicarte a lo que verdaderamente quieres dedicarte.

Luis Yslas, editor y profesor, no vacila en cuanto a su vocación. Para Yslas se trata siempre de la literatura y confiesa: “Mi vida gira en torno a los libros que he leído, que estoy leyendo, que voy a leer.  Cuando paso más de un día sin leer caigo en una ansiedad insoportable. Los libros me ayudan a regular mi vida fuera de los libros” y agrega, “más bien me cuesta desconectarme de mis lecturas y hacer otras cosas menos librescas”.

¿Qué leerán por placer los venezolanos que siempre leen por trabajo?

En fin. ¿Qué planea leer el profesor Sandoval en vacaciones? Un libro sobre el desarrollo material del ser humano, una investigación sobre la literatura venezolana del siglo XIX, una entrevista a Carlos Andrés Pérez, un cuento venezolano cada día… Al profesor le gusta intercalar narrativa, ensayo, entrevista, biografía, poesía. Incluso durante sus vacaciones, tiene compromisos relacionados con la literatura que cumplir: “un artículo para una revista o un prólogo que le prometiste a un amigo”.

Por su parte, el profesor Ramírez Requena ve en este intervalo la oportunidad de “cerrar lecturas ya comenzadas”: Conversación en La Catedral de Mario Vargas Llosa; Tiempo hendido, la biografía que elabora Roberto Martínez Bachrich sobre la vida de Antonia Palacios, y algo de Leonardo Padura.

Luis Yslas ya no distingue entre sus lecturas “por placer” y sus lecturas “por trabajo”, sencillamente lee. “Hace mucho me las ingenié para que mi trabajo –como profesor y editor, es decir, como lector– no prescindiera del placer, sensación con la que solemos asociar las vacaciones”, explica el editor, “tarde o temprano lo que leo por placer se confunde con lo que leo por trabajo, pues ambos ejercicios de lectura se canibalizan entre sí”.

Reformulo, entonces: ¿qué lee Luis Yslas? “En este momento estoy releyendo en simultáneo Madame Bovary de Flaubert, La orgía perpetua de Vargas Llosa, y Tokio Blues de Murakami, para comentarlos en un par de equipos de lectura que coordino. En labores de editor, preparo El discreto enemigo de Rubi Guerra, próximo proyecto editorial de Madera Fina”.

Mientras los estudios advierten sobre la utilización permanente y ubicua del teléfono en perjurio de nuestra empatía, Yslas vislumbra en la literatura una de sus ramas: “La empatía consiste en ‘la participación afectiva de una persona en una realidad ajena a ella, generalmente en los sentimientos de otra persona’. ¿No es ésta acaso una definición de la lectura, sea cual sea su plataforma o soporte?”

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