Editorial #343 – Un país que no se halla

RumboDesconocido

Transcurren los primeros días de febrero. El difícil 2.017 va avanzando entre la duda y la intriga, entre la desesperanza y la resignación. Venezuela es un país que busca respuestas por doquier, a pesar de que son más las preguntas. Es un país que no se encuentra a sí mismo.

Por un lado, el régimen celebra la desgracia y exalta a quienes de honor no tienen nada. Hacen desfiles para honrar la memoria de quienes en el pasado se parecieron a ellos, pero para recordarnos que la bota militar está allí para pisotearnos y enfrentarnos entre venezolanos. También celebran aniversarios de golpes de Estado, danzando entre la sangre derramada del ayer y del ahora y de la cual siguen siendo responsables. De su origen han hecho su propia historia conspirativa en contra y de la desconfianza han hecho su fiel acompañante, pues el golpista ve golpes por todas partes. Ese lado se acompaña de la miseria, de la sumisión y del dolor. Es lo único que les importa: conservar el poder y sus mafias a costa del sufrimiento y el sometimiento de los venezolanos. La libertad no es una bandera, sino un blanco al cual dispararle a diario y para siempre.

Por el otro, la oposición.

Una oposición reunida en el seno de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) que lo único que ha logrado en los últimos meses es desperdiciar su capital político, abandonarlo y hasta cuestionarlo por las fallas que la propia dirigencia allí reunida cometió y que evidencian una absoluta falta de claridad estratégica –y de sentido común–. Hasta el año pasado todos morían por el Referendo Revocatorio; hoy ninguno se atreve a decir algo distinto a elecciones regionales. De pronto, lo que era una ruta de lucha nacional se disminuyó a la pugna por espacios de poder en los estados, como si Venezuela no fuera más importante. La Asamblea Nacional (AN) cada vez tiene más nominaciones para convertirse en un espacio de lucha simbólica opositora, luego de haber tenido todo para convertirse en el gran centro de la ofensiva de la oposición. La gente, que votó con una enorme convicción, con una gran expectativa y con el deseo de acompañar una salida a la tragedia, hoy se pregunta ¿qué pasó? No me detendré allí.

El régimen avanza y se radicaliza sin ánimos de rectificar –porque no quiere y porque no puede–. La MUD ahora dice avanzar en su reestructuración (la cual deben desde hace unos meses) y reconoce que ha habido errores, dejando entrever que hoy no es más que una referencia histórica. A cuanta persona hizo críticas sobre esas fallas nada nuevas, se le acusó de radical y de divisionista. Hoy muchos, con el sentido de oportunidad a cuestas y sin reconocer que esos críticos tenían razón, dicen la MUD “debe reestructurarse”.

¿Acaso ya no es muy tarde? ¿Acaso no pareciera que la dejaron morir para luego intentar revivirla tardíamente? ¿Por qué no se planteó esto desde el mismo 6D2015 cuando la oposición requería un reacomodo en vista de su triunfo y de las acciones planteadas, más allá trasladar el juego exclusivamente a la AN? ¿Por qué jugar a la retórica y olvidarse del sufrimiento de la gente? ¿Por qué seguir viendo el país como un mero juego electoral y no como una lucha existencial?

Sobre la fulana reestructuración surgen muchas inquietudes. ¿Se tratará de un reacomodo hacia lo electoral o de una verdadera oposición que entiende que estamos en dictadura y que hay que derrotarla cuanto antes? ¿Es una MUD abierta a la sociedad y a todos los partidos o es un cogollo que decide por el resto, pero que responsabiliza a todos de sus desastres? ¿Será una dirigencia dispuesta a ver más allá de las próximas elecciones y a tolerar la crítica, o será un chantaje para hacernos creer que si vamos ganando elección en elección y acumulamos fuerza, derrotaremos al régimen –como si eso no fue lo que se hizo en 2.012, 2.013, etc. –? ¿Incluye una agenda de agrupamiento de la ciudadanía y de protesta, o de sentarse con el régimen a dialogar para preservar una falsa paz y una obvia imposición de intereses personales por encima del país? El tiempo dirá, aunque para Venezuela ya no hay tiempo.

Detrás de todas estas preguntas, hay una que es la más importante: ¿dónde queda la gente? La gente está allí, mirando hacia los lados, caminando entre la incertidumbre de que nadie le dice concretamente que vaya hacia adelante y entre quienes se empeñan en hacernos ir hacia atrás y vivir el pasado. Entre los descontentos y los motivados, los ciudadanos tienden a sentir frustración, rabia y desinterés. Tres cosas que nadie canaliza y que quedan en ruta libre, cuando se sabe que eso es terreno fértil para populistas, oportunistas y todo aquel que se aprovecha de las crisis para llegar al poder sin un plan concreto, sólo diciendo lo que la gente quiere escuchar. Si hoy algo quiere la gente es escuchar cosas y si eso no se ataja a tiempo, cualquiera podría ser el de la gran voz –aunque desafine–.

El país exige responsabilidad y eso pasa por quienes han fallado y deben reconocerlo (y hasta dar un paso a un lado). Es momento de que se asuman las culpas de los errores y de que alguien dé la cara por lo que ha sucedido, de lado y lado. El país exige sensatez, esa que pasa aceptar las críticas y por actuar de acuerdo a lo que Venezuela está demandando entre tanta incertidumbre. El país exige claridad y que le digan hacia dónde vamos y cuál es nuestro objetivo de cara al cambio real en el país, y no un reparto de cuotas o de una próximas elecciones que no deriven sino en más frustración y en llevarnos hasta 2.018 con el régimen al frente. El país, por último, exige coherencia entre lo que se promete y lo que se hace. Cada vez que esto falla, hay vidas y hay hambre que azotan. Nadie piensa en ello, como si el tiempo no pasara y no se nos acabara.

Desde hace mucho tiempo somos mayoría y desde hace mucho tiempo queremos cambiar esta tragedia. No es momento de dejarnos ilusionar con falsas elecciones que desconocerán el mandato de quienes las ganen si no pertenecen al régimen. Para ganar elecciones primero hace falta ganarle al régimen en múltiples escenarios que trascienden al electoral –mientras lo electoral lo definan ellos, claro está–.

Busquemos la solución para sacar a Venezuela de este atolladero. Entendamos que sólo así, cualquier espacio político tendrá verdadero valor y que la confianza de la gente volverá a nosotros. De lo contrario, los ciudadanos seguirán viviendo en un país que desconocen; en un país que no se halla.

Pedro Urruchurtu
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