Lágrimas de quinceañera
Katherine es una muchacha de quince años, tiene cabello largo y oscuro, ojos bonitos y se le da bien el inglés. Va en noveno grado o tercer año de bachillerato, usted escoja como llamarlo.
Como toda chama de su edad, le gustan cosas que a los que estamos más viejos (y amargados, en mi caso) podrían parecernos superfluas: ropa, música, comer helado, hablar de la muy perra de Taylor Swift, que la profesora de geografía la tiene agarrada con ella, etc.
Sí, una chama normal pero eso sí, muy frustrada.
Después de todo, vive en Venezuela.
Así que, por la misma crisis, Katherine y su familia ya no salen a comer helado tan seguido, no recuerda cuando fue la última vez que le compraron ropa (así que la hereda de sus hermanas), sus artistas favoritos nunca vienen al país y comprarse un pote de Nutella es una fantasía lejana.
Pero estas son cosas triviales.
Katherine ya empieza a pensar qué hará en el futuro: sabe que le gustan los idiomas y también sabe que le gustaría dedicarse a ellos como profesión. Pero también sabe que no lo quiere hacer aquí.
Simplemente no puede concebir esa idea.
Tampoco quiere.
En fin.
Creo que era jueves, miércoles quizás. El reloj marcaban las dos de la tarde y nuestra quinceañera acababa de llegar del liceo. Papá la había ido a buscar, como era su costumbre.
Al cruzar la puerta y entrar a casa, muy seria, se sentó en la mesa del comedor sin decir una sola palabra, lo cual era muy raro.
—¿Cómo te fue, mi amor? –preguntó mamá.
—Bien.
—¿Te pasó algo?
—No.
—Te veo seria…
Pero nuestra joven solo se limitó a ver el teléfono.
Abuela sirvió la comida.
Nadie habló en todo el rato que duró el almuerzo.
Al terminar, Katherine seguía sumamente seria, mirada baja.
Callada.
Su hermana Kara, decidió intervenir.
—¿Qué te pasa?
—Nada.
Hubo una pausa.
—¿Me vas a decir por qué estás tan seria?
Finalmente Katherine, sin levantar la mirada, respondió.
—Astrid se va del país…
Hubo otra pausa. Incómoda, en la cual las lágrimas empezaron a correr por el rostro de nuestra protagonista, mientras su familia solo podía observar.
—¿Ella te lo dijo? –preguntó Kara.
—Sí…
—¿Y a dónde se va?
—A España…
Usted amigo lector, al ser venezolano, seguro entiende muy bien a Katherine. Además, aprovecho a contarle que Astrid y Katherine son amigas de toda la vida.
Así mismo, Astrid no es la primera amiga que se va, ya que hace un año, Andrea se fue a Urugüay y otras tres amigas más se le irán a Katherine antes de que acabe este año.
Yo, como testigo presencial, lo único que puedo decir es que sentí un gran dolor al ver cómo Katherine lloraba, pues allí donde ella estaba -encogida y triste- me reconocí a mí misma en varios momentos del pasado.
Y muy seguramente, del futuro.
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