Economía para la gente
El Proteccionismo y sus mitos (I)
Este artículo podría subtitularse “a propósito de la típica y antiquísima predica populista”, pues trata de analizar al Proteccionismo y la economía política que en él subyace.
El libre comercio se basa en el intercambio voluntario, la división del trabajo y la libertad individual. Para superar la escasez, las personas desde tiempos inmemoriales aprendimos, descubrimos, que la forma más eficiente es especializándonos en algo en lo que tengamos ventaja comparativa (división del trabajo), y luego intercambiándolo por aquello que necesitemos. En esa transacción, si es libre y voluntaria, ambas partes ganan. Si alguna de las partes sintiera que pierde, pues simplemente no accede al intercambio. Si pretendiéramos proveernos nosotros mismos de todo lo que necesitamos (la autarquía), pues simplemente no nos haríamos prácticamente nada.
Detenerse un minuto y pensar que nuestros ancestros, hasta hace poco más de doscientos años, pasaban gran parte del día trabajando la tierra y el ganado, y prácticamente se lo hacían todo, y esto era básicamente sólo alimento y vestido; y que hoy en día de todas las cosas que usamos y de las que nos alimentamos o vestimos, prácticamente ninguna la hemos hecho con nuestras propias manos, si no que las hemos intercambiado por aquello en que nos especializamos y ofrecemos a la sociedad. Esto es sorprendente: nuestros ancestros trabajaban y prácticamente accedían sólo a alimento y vestido; y nosotros, ni siquiera tenemos que saber producir alimentos o vestido, y accedemos a infinitud de cosas más.
La autarquía nos conduce a la pobreza y a vivir en niveles de subsistencia, como nuestros ancestros generalmente vivían. La especialización y el comercio, elevan nuestro bienestar económico, nos ayudan a superar la pobreza. Y esto es algo natural y espontáneo: somos interdependientes, nos necesitamos unos a otros.
Por lo tanto, cualquier práctica que limite el libre intercambio entre las personas, y así entre pueblos, naciones y países, sólo afectará a ambas partes, negándoles acceder a mejores niveles de vida, y postrando la generación de riqueza, única forma de superar la pobreza.
Y en este punto están de acuerdo la gran mayoría de los economistas, desde antes de Adam Smith hasta hoy en día, aunque algunos de ellos, cuando dejan de ser académicos y son más políticos, opinen distinto o recomienden prácticas proteccionistas, mercantilistas.
El economista Paul Samuelson comenta: «El libre comercio promueve una división del trabajo regional mutuamente rentable, realza el producto nacional real potencial de todas las naciones, y hace posibles mayores niveles de vida en todo el mundo». Adam Smith es el defensor más articulado del libre comercio en la historia.
Mientras el comercio sea voluntario, ambos socios comerciales se benefician inequívocamente; De lo contrario no intercambiarían. La compra de una botella de agua, por ejemplo, demuestra que el comprador valora la botella de agua más que el dinero gastado en ella. El vendedor, por otra parte, valora el dinero que recibe más que la botella de agua que entrega. Por lo tanto, ambos están en mejor posición después de la venta. Por otra parte, no importa si el vendedor de la botella de agua es de los Estados Unidos o de China, o de Colombia, o de cualquier otro lugar. El intercambio libre y voluntario siempre es mutuamente beneficioso.
El libre comercio amplía la elección del consumidor, le permite acceder a más opciones, y, mediante la competencia, da incentivos a los negocios para mejorar la calidad del producto y reducir los costos, para ser más eficientes. Al aumentar la oferta de bienes, la competencia internacional ayuda a mantener bajos los precios y restringe los monopolios internos, y esto sin duda beneficia al consumidor, a la mayoría, al ciudadano de a pie, al que dicen defender y proteger los políticos.
Unos productores nacionales podrían, por ejemplo, desear monopolizar el mercado, pero no podrían hacerlo debido a la competencia extranjera, si la hubiese, lo que ayuda a mantenerlos innovando. Así, el caso del libre comercio es el caso de la competencia, bienes de mayor calidad, crecimiento económico y precios más bajos. Por el contrario, el caso del proteccionismo es el caso del monopolio, los bienes de menor calidad, el estancamiento económico y los precios más altos. Los costos del proteccionismo para los consumidores son enormes. Gracias al proteccionismo (aranceles y cuotas de importación) los bienes importados se encarecen: el consumidor paga más por un bien y el productor doméstico puede cobrar más por sus bienes; es decir, hay una transferencia de bienestar, o un subsidio cruzado, del consumidor al productor local, pero hay una pérdida de eficiencia o bienestar en la sociedad como un todo, que hace que al final estemos en peor situación, pues es mayor lo que pierde el consumidor que lo que gana el productor con la protección. Pero es más visible lo que gana el productor local que lo que pierde el consumidor, y por ello el statu quo se mantiene.
Bueno amigos, dejémoslo en este punto por los momentos. Seguiremos disertando sobre el Proteccionismo en el próximo artículo.
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