De las piezas (in) visibles

Ha sido infructuosa la búsqueda de información sobre todas las obras de arte que son propiedad pública, por lo que respecta al poder central, a las instancias descentralizadas y desconcentradas. Luce más fácil hacerlo a nivel municipal, y todavía recordamos el rigor de Diana López, como directora de Cultura de Chacao por el inventario, como también el trabajo que hizo en una ocasión Rodney Castro, por entonces funcionario de la contraloría municipal, años atrás.

El mayor enredo está en las entidades privadas afectadas por el único gobierno que hemos tenido en el presente siglo, pues, hubo empresas de carácter estrictamente mercantil que pasaron a manos del Estado, cobrando otro sentido real la figura jurídica, que dejaron importantes firmas en el ámbito de la plástica. No es difícil imaginar un número importante de obras de los bancos después estatizados, muchas de ellas de poca visibilidad, ora por el celo de sus más íntimas oficinas, ora  por una elevada cotización que las convirtió en un activo aconsejablemente abovedado.

En otros renglones, como el de la hotelería, quizá ha sido más fácil avistarlas, pues, constituían también toda una carta de presentación, acaso, más importante que las varias estrellas acuñadas a las puertas del inmueble. El Caracas Hilton, por ejemplo,  exhibió por muchos años un motivo extraordinario de Julio Pacheco Rivas, generando el referente para la conversación grata y serena en una sección del amplísimo lobby; y todavía continúa el extraordinario pintor de las soledades extremas, cuya evolución hoy le concede un código que le es tan propio, en el Alba Caracas, aunque lo sentimos  un lienzo descuidado en una atmósfera teñida  de precariedad, quedando sólo la nostalgia de los viejos esplendores.

En los ’70 del ‘XX, cuando la transnacional hotelera adquirió la pieza, ya Pacheco Rivas era uno de nuestros más importantes artistas plásticos. Fórmula tampoco infalible, por lo general, la inversión no se debía al capricho personal de algún ejecutivo, al favor que se le hacía a un amigo, ni a la aceptación resignada de una donación de dudosa originalidad y calidad.

Hay un activo artístico nada despreciable que pertenece a la República,, cuyo inventario nos espera, aunque será más difícil hacerlo en las entidades públicas que fueron de carácter privado. Las expropiaciones continuas e inútiles, dejaran seguramente un saldo asombroso de piezas definitivamente invisibles.

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