MADUROCENTRISMO
Por Andrés F. Guevara B.
“Nicolás no es Chávez”. Esa parece ser la consigna del momento. La frase tiene algunos elementos de verdad. Nicolás es alto, bigotón, algunas veces balbucea al hablar. Hugo era bajo, de contextura maciza, un hábil orador.
Chávez además fue el protagonista de episodios que difícilmente Maduro pueda llegar a repetir: corrió por la muralla china, interpretó coplas llaneras, manejó tractores en las entrañas de Venezuela, despidió trabajadores tocando un silbato cual árbitro de fútbol. Incluso nos sorprendió en más de una ocasión con sus habilidades de lanzador con Fidel Castro recorriendo las bases en un estadio de servidumbre.
Sí, Nicolás no es Chávez. Pero la oposición venezolana corre el riesgo de caer en el mismo error que cometió con el fallecido mandatario: centrar su rechazo al gobierno en la figura de Nicolás Maduro.
Durante el período que va desde 1999 hasta inicios de 2013, quienes adversaron al gobierno centraron sus críticas en torno al presidente Chávez. Presidente esto, presidente aquello. De forma simplista, parte de la oposición achacaba a Chávez todos los males del país: desde una sequía prolongada hasta la pérdida “empavada” de cualquier evento deportivo.
El régimen de Chávez fue personalista. Ello acarreó inevitablemente la sumisión de la dinámica política a la figura de un hombre. Sin embargo, hay que ser muy ingenuo para pensar que el personalismo de Chávez, su poderoso imán político, fuese la causa de todos los males que aquejan al país.
El problema no es Nicolás Maduro, ni la forma en que este personaje come cambur, vocifera hazañas sexuales o hace alarde de sus talentos como bailarín de salsa. A decir verdad, su pasado como conductor, su episodio turista en los balnearios de La Habana o su desempeño como dirigente sindical, si bien nos arrojan pistas para dibujar el perfil del individuo, terminan por obviar lo esencial y nos acercan a la chismografía de la prensa rosa.
Atacar a Maduro, burlarse de su forma de ser y de su modo de hacer política no solo constituye un error, sino que es un acto de soberbia. Se subestima a Nicolás por sus orígenes, su falta de educación formal y su incapacidad para gobernar. Cuanto más hablen del personaje, más refuerzan su liderazgo y le permiten construir una identidad. Olvidan, además, las consecuencias que trajo subestimar a un barinés con una hoja de vida semejante.
¿Se solventarán los problemas que padece la población atacando a Maduro? ¿La inflación se controlará disertando sobre el dilema del bigote? ¿La escasez de bienes y servicios culminará hablando sobre maldiciones? Quienes aspiren a un país distinto no pueden invertir sus energías en ideas estériles. Existe un pueblo ávido soluciones y no de controversias inútiles.
El problema fundamental que tiene Venezuela no radica en sus presidentes, sino en la inexistencia de instituciones que prevengan el ejercicio del poder por los titulares de la mediocridad. Existe en nuestro imaginario la idea de que solo los mejores deben gobernar. Sin embargo, la historia nos enseña que los dirigentes de Venezuela más que hombres virtuosos han sido cultores del pillaje, el robo y la piratería.
Mientras el Estado venezolano sea un botín las personas pugnarán para gobernar con el único objetivo de enriquecerse. Si la presidencia es vista como un negocio, difícilmente estará al servicio de los ciudadanos. No es casual que James Madison haya dicho lo siguiente: “Si los ángeles fuesen a gobernar a los hombres, no fueran necesarios controles externos ni internos sobre el Estado”.
Son los hombres los que gobiernan a Venezuela. Por ello el gobierno debe ser limitado. No con insultos y habladurías, sino con la construcción de instituciones basadas en el respeto a la ley y al Estado de Derecho.
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