Venezuela es un país con hambre
Editorial #393- No mientan más
Casi 20 años después del inicio de un proceso político que ha dejado al país en ruinas, algo ha quedado totalmente claro: el chavismo ha sido uno de los más grandes fracasos económicos y políticos en la historia de nuestra región.
Los números no mienten: Venezuela es el país con la inflación más alta del mundo desde hace varios años –el FMI pronostica que este año podría llegar a 13.000%- y, quizá aún más grave, el salario más bajo de la región –en términos reales, 3,5 dólares mensuales; la décima parte de un dólar diarios-. Esta es una mezcla explosiva, porque refleja no solamente el incesante incremento en los precios de todos los productos, incluso los más básicos, sino también la pérdida del poder adquisitivo de los venezolanos.
A pesar de que solo en 2017 el gobierno aumentó seis veces el salario mínimo, éste sigue en el último lugar del continente. Además, cuando se analiza el poder de compra, el resultado es aún peor: cada vez se puede adquirir menos con lo poco que la gente gana. La situación es dramática y solo tiende a empeorar. Venezuela es un país con hambre.
Otro tema que ha encendido las alarmas ha sido el de salud, más precisamente el relacionado a la falta de insumos para diálisis. Se ha reportado el fallecimiento de personas en Maracaibo y Barquisimeto por esta situación y el desesperado clamor de decenas de pacientes que saben que, de no conseguir con urgencia estos insumos, tienen los días contados.
Ante una realidad tan dura, salta entonces inmediatamente la pregunta de quienes siguen la crisis venezolana con atención alrededor del mundo, ¿cómo se mantiene entonces el chavismo en el poder?
La explicación es compleja y tiene muchas variables, entre las que lógicamente se encuentran el control total de las instituciones y de los medios, el monopolio de la violencia, la complicidad de las fuerzas del orden y la centralización y manejo a discreción del poder económico.
Sin embargo, pocos factores deben ser tan determinantes para el fracaso de la lucha democrática como la complacencia de un sector opositor que le es muy útil al oficialismo. Los motivos son varios, y complejos, pero el resultado es uno solo: debilitan la lucha opositora, quiebran la unidad y generan desconfianza en la población.
Esto último es justamente lo más difícil de comprender para una comunidad internacional que últimamente no solo se preocupa, sino también se ocupa de nuestros problemas: ¿cómo puede ser que en una coyuntura como la actual, un sector de la oposición venezolana goce de tan poca credibilidad como el gobierno?
Un ejemplo de esto lo vimos estos días. Nadie duda de que el chavismo manipula y tergiversa la información sobre cualquier tema, como el “diálogo”, por ejemplo. Pero lo hace porque sabe que puede aprovechar la poca confianza con la que cuentan los partidos de la MUD y sus dirigentes. Y, de esto último, los únicos culpables son ellos mismos.
Esta realidad no es resultado de uno o dos errores, es consecuencia de un comportamiento permanente y repetido, que se ha visto reflejado en la participación en varios “diálogos” fracasados -que solo le han servido al gobierno para estabilizarse- en elecciones fraudulentas -que solo le han servido al gobierno para legitimarse- y de actitudes permanentemente contradictorias y mezquinas que han hecho mella en la confianza y esperanza que millones de ciudadanos habían depositado en ese sector de la oposición.
El daño que le han hecho a la unidad es irreparable. Cualquier intento por rescatar la confianza en la MUD es una pérdida de tiempo, tiempo que millones de venezolanos no tienen, como los pacientes urgidos por insumos para su diálisis, por ejemplo.
Por eso, la única vía para retomar la lucha y encontrar una salida a la terrible crisis es una nueva coalición democrática que aglutine a diversos sectores del país bajo un liderazgo que se caracterice principalmente por dos cosas: que no se venda y que no mienta.
Algo que parece básico, lógico, pero que hoy es escaso. La gente está desesperada, el país se desmorona. Mientras algunos políticos siguen aferrados a sus migajas y sus miserias.
La exigencia de la gente es una y es firme: no mientan más.
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