Hoy vivimos en un país que no es más que la suma de sus graves problemas
Editorial #411 – El principio del final
Los temas que más preocupan a los venezolanos van rotando: de la inseguridad a la escasez, de la escasez a la inflación, de la inflación a la falta de agua y luz, y así, en una constante variación de angustias.
A diferencia de los países normales, estos cambios no se deben a que el problema anterior fue resuelto o mejorado, sino a que un nuevo problema opaca al anterior por su gravedad. Hoy vivimos en un país que no es más que la suma de sus graves problemas.
La Asamblea General de la OEA realizada la semana pasada y en la que 19 países votaron a favor de una resolución condenatoria al gobierno de Venezuela, reflejó en parte esta realidad. El país llegó a un punto en el que se encamina a la suspensión de ese organismo, que desde su creación hace 70 años, solamente tomó una medida como esa en dos ocasiones, con Cuba en 1962 y con Honduras en 2009. Esto es consecuencia de un modelo fallido que no solamente carece de legitimidad, sino también que ha llevado a su población a vivir la peor crisis humanitaria de su historia.
Desde hace algún tiempo, la mayor preocupación de los venezolanos es la economía. Primero fue la escasez, cuando los anaqueles de los mercados y las farmacias se vaciaron, generando interminables colas en todo el país. Luego, la hiperinflación, que hace que los precios de los bienes más básicos, en caso de conseguirse, sean impagables para la mayoría. Como si no fuera suficiente, el poder adquisitivo se ha desplomado; el salario del venezolano no alcanza para lo más mínimo y el bolívar vale cada vez menos.
El reconocido economista y profesor de la Universidad John Hopkins, Steve Hanke, publicó el viernes en su cuenta de Twitter un gráfico en el que afirma que “la tasa de inflación anual de Venezuela es de 37.076%, un récord histórico”. Los escenarios de Hanke empeoran tan rápido como aumentan los precios.
Pero, como mencionamos antes, los tormentos de la gente no son solo económicos. Esta misma semana la conocida firma estadounidense Gallup, publicó una encuesta en la que refleja que los venezolanos tienen la percepción de vivir en el país más peligroso del mundo. Según el informe, solo el 17% cree que puede salir solo por la noche sin correr riesgos. Es un escenario que ha empeorado en los últimos años: en 2007, el 44 % de los ciudadanos percibía esto.
Ante una realidad tan grave, es increíble ver como un sector de la dirigencia opositora aporta más confusión con sus acciones. En solo dos días, dirigentes de la MUD apoyaron la propuesta que hizo Ecuador en la OEA -realizar un referendo para ver si se aceptan o no las elecciones del 20 de mayo-, otros voceros de la misma MUD anunciaron que seguirán buscando “elecciones” para finales del año y otro político de la misma organización designa «representantes» de la diáspora venezolana en diferentes países del mundo, algo que fue rechazado vehementemente por la opinión pública.
No debe sorprendernos que todo esto nos agobie y nos agote. Sin embargo, no podemos perder de vista el hecho de que es precisamente así como suelen ser los principios de los finales: caóticos, oscuros y confusos.
Pero, de una u otra forma, parte de un final.
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