(ARGENTINA) Era el FMI o un ajuste brutal
Mauricio Macri es una excepción (junto con el chileno Sebastián Piñera) en una América Latina amenazada por nuevos populismos (México y Colombia) o por intensos procesos de inestabilidad (Perú y Brasil, claramente). Ese paisaje de la política continental permite comprender por qué la Argentina recibió la ayuda financiera más importante de su historia.
Los 50.000 millones de dólares que le prestará el Fondo Monetario Internacional significan el 25 por ciento del total de fondos disponibles por el organismo multilateral. Ningún otro país podrá en adelante, por lo tanto, llevarse créditos por una cantidad parecida. Donald Trump hace cosas en política internacional por las que lo critica medio mundo (y la otra mitad también), pero Macri es el único que tiene con él un deber de gratitud. El decidido apoyo del Departamento del Tesoro de Washington fue fundamental para que el acuerdo con el Fondo Monetario saliera como salió. Trump y el resto de los principales líderes del mundo le dieron a Macri la primera buena noticia de los últimos meses. Esa es la primera verdad detrás del pacto con el Fondo.
Una pregunta resulta inevitable: ¿por qué el Presidente debió buscar la ayuda internacional seis meses después de haber ganado cómodamente las elecciones de mitad de mandato? ¿Por qué, cuando hasta hace poco parecía que la economía crecía y la inflación bajaba? Hay una manera de ver las cosas solo con los resultados. Se equivocó, entonces. Sin embargo, en cualquier análisis objetivo deben incorporarse las novedades de los últimos meses. Los efectos catastróficos de la sequía para la producción del campo, que sigue siendo el factor fundamental de la economía argentina. El aumento del precio del petróleo para un país que es importador de petróleo. Y el fortalecimiento del dólar y la suba de las tasas de interés en los Estados Unidos, que hizo estragos (y los hace todavía) en los mercados emergentes. Esta última novedad tuvo un efecto especialmente nocivo para la Argentina por su extrema dependencia del crédito internacional.
A principios de enero, cuando el ministro Luis Caputo consiguió préstamos por 9000 millones de dólares en el exterior, Macri se enteró de que era la última remesa que le llegaría de afuera del país. Se había terminado la buena predisposición para prestarle a la Argentina. Un mundo nuevo y un mercado saturado de bonos argentinos. ¿Qué hacer? ¿Bajar de un solo golpe el déficit fiscal? ¿Aguantaría la sociedad y la política semejante estremecimiento? Macri siempre consideró en la intimidad que los problemas de la economía argentina estaban en el excesivo gasto de su Estado. Que solo el equilibrio de las cuentas públicas garantizaría el crecimiento del país. Las limitaciones de la política (de la política electoral, sobre todo) le impedían avanzar hacia un gradualismo más acelerado en la reducción del déficit.
En esas cavilaciones andaban el Presidente y su equipo cuando chocaron con el iceberg de la crisis cambiaria, que lo obligó a una fuerte devaluación de la moneda nacional. Una política de severo ajuste se tornó inevitable, salvo que saltaran sobre los prejuicios ideológicos y terminaran en el Fondo Monetario. Es lo que hicieron. La opción era difícil, pero no complicada: o venían recursos del Fondo o Macri debería olvidarse de cualquier proyecto reeleccionista por la dimensión del ajuste que tendría que hacer. Nunca imaginaron, es cierto, que el Fondo les pondría a disposición semejante cantidad de dólares. Las versiones anteriores indicaban que el monto total del crédito sería de unos 40.000 millones de dólares, pero con la participación del Banco Mundial y del gobierno de China. El Fondo cubrió solo, en cambio, los 50.000 millones de los que dispondrá el gobierno argentino. Nicolás Dujovne se ganó el jueves definitivamente el lugar de ministro coordinador del área económica.
¿A cambio de qué? De un nuevo programa económico, sencillamente. El Gobierno prefiere no llamarlo de esa manera. Si por él fuera, lo llamaría «un 2018 plus», porque continuará con la política de reducción del déficit fiscal. Las promesas de la administración consisten en bajar a un 2,7 por ciento del PBI el déficit de este año. Y al 1,3 el del año próximo. Una reducción de 1,4 en un año. Cada punto del PBI son poco más de 8000 millones de dólares. ¿Dónde podará? El compromiso del Gobierno es que no meterá manos en las partidas previsionales, difíciles de cambiar porque las respalda una ley del Congreso. Ni en la Asignación Universal por Hijo. En síntesis, el gasto social es un rubro intocable.
Puede ajustarse la política -cómo no-, pero será más que nada un mensaje simbólico a la sociedad. ¿Cuánto dinero le ahorra al presupuesto que solo dispongan de autos oficiales desde secretarios de Estado para arriba? Muy poco, aunque sean gestos políticos imprescindibles. El mayor ahorro estará en las obras públicas, que fueron la gran promesa de Macri desde que era candidato. El Gobierno prevé que bajen los recursos presupuestarios para esas obras, pero que aumente el volumen total de ellas por el aporte del programa de Participación Pública y Privada, una alianza entre el Estado y empresas privadas para obras públicas. También se reducirán las transferencias a las provincias para obras. Es lo que se viene haciendo, silenciosamente.
Un párrafo especial merece la atención que el Fondo le dio a la independencia del Banco Central, que en adelante no le transferirá recursos de ninguna naturaleza al Gobierno. El «Fede» y el «Nico» del 28 de diciembre pasado, como se llamaban Dujovne y Federico Sturzenegger en la conferencia de prensa, son escombros de una época que ha sido. Si se pudiera resumir en una frase el nuevo programa económico sería así: más dureza en lo fiscal, más blandura en lo monetario. Metas de inflación más reales (¿dónde está la inverosímil inflación del 12 por ciento anual prevista por el presupuesto de este año?) comprometerán menos al Banco Central y su inviable política de altas tasas. La administración supone que dentro de un mes la autoridad monetaria comenzará a bajar las tasas de interés. Dos meses sin crecimiento, auguran, aunque suponen que luego, cuando tasas e inflación comiencen a normalizarse, la economía volverá a crecer. Es la apuesta del oficialismo con miras a las elecciones presidenciales del año próximo. El acuerdo con el Fondo tampoco se explicaría sin la necesidad de Macri de dar un golpe sobre la mesa para reconquistar la condición de candidato competitivo en los comicios presidenciales de dentro de un año y medio.
La aseveración de que cambió el Fondo Monetario desató una polémica (y la afirmación contraria también), en la que es difícil distinguir la información real de los prejuicios y la ideología. Es obvio que hay puntos de vista ortodoxos que siguen existiendo en el organismo. Pero, ¿no se dijo siempre que la economía debe ser conducida con cierta dosis de ortodoxia? ¿No fue John M. Keynes, sumo sacerdote de los heterodoxos serios, el que dijo que «en economía se puede hacer cualquier cosa, menos evitar sus consecuencias»? Al mismo tiempo, una prueba de que el Fondo cambió es la partida adicional de 40.000 millones de pesos de la que el Gobierno podrá disponer, si fuera necesario, para la Asignación Universal por Hijo. Un 50 por ciento más de lo que ya está previsto.
¿Seguirá el Gobierno sin crédito externo? «El Gobierno ya no necesita endeudarse fuera del país», dijo una alta fuente oficial. Entonces, volverá a tener crédito. Los créditos existen, por lo general, para los que no los necesitan. ¿Superará el Gobierno la prueba del Congreso, que deberá aprobar el presupuesto del año próximo con los compromisos asumidos ante al Fondo? Depende de si el peronismo está dispuesto a reeditar la unión de sus fracciones que aprobó el proyecto sobre tarifas. El peronismo, que unido controla la mayoría del Congreso, conoce la diferencia entre arruinarle una fiesta a Macri y enfrentarse a un inédito bloque de poder internacional. Entre divertirse y suicidarse.
Crédito: La Nación
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