(ARGENTINA) Macri, después de la tormenta

El «círculo rojo» sobrevuela la cabeza del Presidente. Una y otra vez. Esa amalgama de empresarios, intelectuales, economistas y periodistas no le ha dado tregua durante gran parte de la crisis que acaba de vivir. Se sintió solo. La tormenta cambiaria arrasaba, y ese círculo diverso y contradictorio se inclinó hacia la crítica y luego se entusiasmó con ella, hasta que se asustó, según lo percibió él. Mauricio Macri sabe que tiene un 40 por ciento de la sociedad enfrente de él. Algunos, muchos, son disidentes legítimos de sus políticas. Otros, la minoría, lo odia por razones ideológicas o por su extracción social. La situación es irreconciliable con ellos.

Esta minoría tiene, sin embargo, una enorme capacidad de protagonismo en el espacio público. Macri es un líder al que no le gusta (y, tal vez, ni siquiera pueda) ocupar las calles con sus seguidores o crear fanáticos del macrismo. La diferencia entre las capacidades de agitación pública de unos y otros es enorme. El «círculo rojo», que no quiere volver al kirchnerismo, tampoco advierte que la soledad presidencial en medio de una crisis pone en riesgo la estabilidad (o la continuidad) de Macri. Esta es la crítica a ese círculo que el Presidente suele deslizar cuando habla ante pocos.

Habrá una prueba muy cercana en el tiempo que explicará esa desigualdad entre los dos escenarios. La huelga general de mañana, que seguramente será exitosa, fue consecuencia precisamente de una fuerte presión del moyanismo, la izquierda gremial y el cristinismo (ahora todos una sola cosa), que los grandes gremios no pudieron resistir. O no quisieron. Un sector amplio de la sociedad necesita que se le abra una válvula para poder expresar su descontento. Es lo que dicen los gremios grandes. Sectores importantes del Gobierno coinciden. Por algo la administración macrista no forzó a los sindicatos con más afiliados, que son sus interlocutores frecuentes, a frenar la huelga. Hubiera significado el riesgo de fractura de la CGT, que podría normalizarse en breve con una conducción más racional que la que ofrece el moyanismo. Hugo Moyano está débil. ¿Ejemplo? Solo la mitad de los empresarios del transporte participó de la reciente paritaria de los camioneros. Esto no sucedió nunca antes, cuando sindicato y empresas del transporte eran un solo bloque de presión común a los oficialismos sucesivos.

Macri tiene derecho a rumiar sus críticas, pero, diga lo que diga, Moyano le hizo un favor. Aceptó el 25 por ciento de aumento salarial para su gremio en un año en el que el propio Gobierno prevé una inflación anual de, por lo menos, el 27 por ciento. Y lo del bono de fin de año para los camioneros fue un anuncio vacío. Esa supuesta concesión de la patronal no figura en ningún lado del convenio salarial. ¿Fue un acuerdo verbal? Quizá, pero la política tiene muy pocos exponentes que respeten las promesas de las palabras. El Gobierno les tendió un puente, mientras tanto, a los grandes gremios. Les condonó una deuda de las obras sociales por 3000 millones de pesos y les abrió una asistencia de 4500 millones para casos con problemas. Los sindicatos no serían nada políticamente sin el poder del dinero de las obras sociales. La próxima decisión será fusionar varias obras sociales. La administración se propone bajar de 300 obras que existen ahora a unas 150. Los grandes gremios serán los ganadores. Se explica entonces por qué constituyen la franja gremial que nunca dejó de hablar con el macrismo.

Una novedad se vislumbra después de la tormenta. El Gobierno entendió que ya no basta con decir que el peronismo es malo. Peor: es un mal mensaje a los mercados y a los organismos multilaterales, porque la deducción de estos es que la racionalidad argentina resulta muy frágil. La recobrada calma de los mercados y el importante apoyo internacional son elementos necesarios, pero no suficientes. El directorio del Fondo Monetario aprobó por unanimidad un crédito al país de un volumen excepcional en la historia del organismo. La Argentina pasó de mercado fronterizo a mercado emergente, con los beneficios que ese ascenso significa para la inversión, por la votación inmanejable, vía mail, de los convocados por el banco de inversión Morgan Stanley. Con todo, algo quedó claro después de la crisis: la confianza en un gobierno no es el único requisito para estabilizar y desarrollar la economía de un país. ¿Y si hubiera un mensaje más amplio, de la política y de sectores sociales, que esté de acuerdo con aquellas decisiones internacionales? Es el proyecto que conjetura Macri en estas horas. El presupuesto para 2019 podría ser una buena señal en ese sentido. El Presidente está dispuesto a negociar los cambios necesarios con el peronismo, siempre que no derrumben el núcleo central de esa ley fundamental. La administración intentará un consenso previo con el peronismo en otros temas, como el de la reforma laboral, para construir el camino de un acuerdo por el presupuesto.

Pero ¿dónde buscar en el peronismo esa masa crítica de adhesión a políticas racionales? Cristina Kirchner es insalvable. No se moverá de su cada vez más extrema radicalización, que la acerca al trotskismo más que a cualquier sector del peronismo clásico. Pero ¿permitirá el peronismo que ella convierta una derrota electoral, como la que sufrió en octubre pasado, en una victoria política? ¿Admitirá que sea ella la que marque las líneas fundamentales del peronismo, como sucedió con el proyecto sobre las tarifas que Macri vetó? La posición del peronismo racional sobre ese proyecto fue tan lábil que la CGT, que había prometido un paro nacional si el Presidente lo vetaba, se olvidó del veto en la convocatoria de la huelga de mañana. ¿Cómo? ¿La gente puede pagar ahora las tarifas que no podía pagar hace un mes? Nadie explica nada. Los grandes gremios se referencian en el senador Miguel Pichetto. Los gobernadores peronistas prefieren ser espectadores por ahora. Esperan el final del partido.

Según las estadísticas del Ministerio de Trabajo, durante mayo, el último mes medido, no hubo pérdida de puestos de trabajo ni cayó el salario real. Pero habrá consecuencias seguras para la economía real de la reciente crisis cambiaria. Nadie duda de eso. Sin embargo, una reciente medición de Poliarquía indica que en junio la imagen positiva del gobierno de Macri subió 6 puntos (pasó del 36 al 42 por ciento). La desaprobación cayó 8 puntos (del 63 al 55 por ciento). Las estadísticas del Ministerio de Trabajo y la medición de Poliarquía tienen seguramente cierto correlato. La simpatía por Cristina Kirchner cayó 3 puntos: pasó del 32 al 29 por ciento. La imagen positiva del Gobierno subió, sobre todo, en la Capital y en las ciudades del interior. En el conurbano bonaerense, esa imagen del oficialismo aumentó a un ritmo mucho más lento, casi imperceptible. Esa encuesta le muestra a Macri, al mismo tiempo, dos problemas. Uno: hay un notable desencanto de la sociedad con la política en general. Un tercio de la población no rescata a ningún dirigente político nacional, provincial o municipal. El otro: siguen muy bajas las expectativas de la sociedad con respecto al futuro. Y eso, las esperanzas de que Macri conduciría el país hacia un destino mejor, fue siempre el gran capital del Presidente. Un capital que Macri no ha recuperado después de la tempestad. Esas mediciones últimas explican que ni la economía ni los sindicatos consideren perdidas por Macri las elecciones del año próximo. «Sería otro precio si fuera así», desliza un amigo del Presidente.

Los próximos meses serán probablemente más tranquilos, pero no más generosos. Es probable que haya una caída del empleo, sobre todo en la construcción, por los recortes en obras públicas y la caída de los créditos hipotecarios. Los salarios terminarán empatando con la inflación (la cláusula gatillo está en todos los acuerdos salariales), pero solo a principios del año próximo. Los tres meses que vienen, forzosamente recesivos después de la crisis, provocarán una caída temporal del salario real. Esa eventual depresión es también lo que lleva a Macri a indagar qué hará el «círculo rojo» cuando otra vez se unan en el tiempo la economía renuente y el fastidio social.

Crédito: La Nación 

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