El falso dilema de negociar o no negociar
Nuestra vida transcurre en una constante negociación. En lo personal, lo familiar, lo profesional, lo económico, lo social, lo religioso y tanto más. Negocia uno con los padres, los maestros y profesores, los representantes de la iglesia de la que seamos afiliados, los empleadores, los amigos, los familiares y parientes, los que nos venden o compran algo, aquellos con quienes gestionamos un crédito. Negociamos mucho antes de tener uso de razón y lo haremos mientras tengamos habilidad para tomar decisiones. De hecho, negociar es un signo de libertad.
Cuando la mesa en República Dominicana, los concurrentes tenían diferentes grados de poder y necesidad de negociación. La oposición no podía no negociar. Así, tenía que ir a aquella mesa. El gobierno podría no negociar. Y fue al proceso con la amenaza en la punta de la lengua. A efectos de la oposición, ¿sirvió para algo? Pues sí, aunque el resultado no haya sido obtener lo que se deseaba y necesitaba. Cuando el gobierno mintió con descaro y le dio una «patada a la mesa», se quitó la careta y quedó expuesto, no ante los ojos de los venezolanos que bien sabemos desde hace mucho tiempo qué clase de régimen subyuga al país, sino frente a la cara de una comunidad internacional (organizada institucionalmente o no) que hasta ese momento suponía que las denuncias de la oposición eran un tanto exageradas. Cuando la delegación de la oposición decidió no firmar aquel acuerdo insano, la estrategia del régimen y de Zapatero falló. Es cierto que la oposición no supo explicarle bien al país, a los venezolanos de a pie, lo que había ocurrido. Y menos supo desarrollar los argumentos de lo que pasaría en las semanas, meses y años. Eso fue y es un problema de comunicación, de narrativa, no de estrategia política.
Hoy la oposición es tomada en serio, muy en serio, en patios internacionales. No es vista como «quejica», sino como la voz de millones que no pueden hablar pero que sufren inmensamente por un régimen tiránico. Pasamos de tener la razón a que nos den la razón. Los expedientes de miles de folios, los detallados y bien documentados informes por área, no son ya carpetas apiladas y agarrando polvo en embajadas, despachos presidenciales, organismos internacionales, oficinas tramitadoras de causas judiciales. Ahora son libros abiertos de consulta y referencia de quienes son piedra angular en las tomas de decisiones. La oposición, sobre todo cuando se tiene un cargo formal y de preferencia de elección popular o de representación de estructuras reconocidas internacionalmente como agentes sociales, se reúne con los más altos niveles. Ya no tiene que hacer largas horas de antesala, ya entra en agendas.
Maduro no está hoy en posición de no negociar. Es un lujo que ya no puede darse. Sigue teniendo mucho poder pero no puede aislarse. Porque le han fallado muchas movidas últimamente. El descontento social es indisimulable; ha perdido mucho piso político popular; tiene una matriz de opinión pública nacional y en el extranjero en contra; ha perdido buena parte de su red de aliados no sólo en el hemisferio sino planetaria; tiene ya mala fama de botarate, de violador de derechos humanos (las guindas fueron los casos Fernando Albán y Lorent Saleh); de gobierno incapaz y dado a los negocios turbios; de régimen maleta, improvisador, saqueador de bienes públicos. De involucrado en redes delincuenciales. Eso por solo mencionar algunos asuntos que son ya tildados de «graves y severos» en esos espacios donde se toma decisiones cruciales.
Más tarde o más temprano, ya sea por efecto de las sanciones y presiones internacionales que provienen incluso de los que han sido tradicionalmente apoyos del régimen; sea por efecto de esa destrucción del piso político popular, por efecto de la calamitosa situación económica y las dificultades que confronta el gobierno para conquistar inversionistas que quieran arriesgar capitales nacionales y foráneos (nada es más cobarde que el dinero) que permitan la reactivación de áreas sustantivas sin las cuales cualquier proyecto de país es inviable e insostenible, por efecto del desgaste en el discurso político del régimen que se ha convertido en irrelevante, ya sea por alguna de esa razones o por todas las anteriores y algunas más que también pesan, llegaremos al inevitable escenario de una negociación. Para eso hay que prepararse. Tener lista la nueva delegación (con otros actores) y los equipos de apoyo, actualizar toda la documentación y argumentación (hoy la situación es mucho más severa que cuando el proceso en Dominicana).
Hoy ya está en curso un proceso digamos de prenegociacion. Es a eso lo que se refiere la UE cuando habla de «grupo de apoyo» o «de contacto», cuya función principalísima es fijar las bases y reglas de la negociación, desde los puntos que habrán de integrar la agenda, el quiénes constituirán las delegaciones (sin que ninguna de las partes pueda imponer interlocutores del otro pero con ambas con derecho a veto), el quiénes pueden ser los moderadores y facilitadores (es impensable que el señor Zapatero participe en modo alguno), los lapsos y sistemas de debate y hasta el lugar donde habrá de tener lugar las sesiones de negociación (ojalá lo suficientemente lejos de Venezuela para que la delegación de Maduro no tenga la facilidad de montar un puente aéreo).
Repito, Maduro no está en posición de no negociar.
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