Los prófugos
El día que lo iban a ejecutar José María España no pronunció palabra. El 8 de mayo de 1799 los guardias tuvieron que sacarlo arrastrado en cadenas de su celda y, afuera de las puertas de la cárcel, fue montado al lomo de un burro como un saco de patatas.
En su camino al patíbulo la plebe vociferaba improperios, lanzaba estiércol y le escupía encima mientras lo paseaban por las calles. Al llegar a la Plaza Mayor estaba pálido, la única esperanza que restaba era la de descansar en paz y recibir santa sepultura.
Subió los escalones del cadalso con piernas temblorosas, el verdugo tuvo que agarrarlo por un brazo para apurarle el paso y colocarlo en el centro de la plataforma. El reo mantuvo cara seria mientras le colocaban el trapo negro sobre la cabeza, luego la soga alrededor del cuello. Algunos minutos después de caer por la trampa y dejar el pataleo, su cadáver fue bajado de la horca, decapitado y la cabeza clavada en una vara de treinta pies para ser colocada en la entrada de Caracas.
Aún no había pasado dos años de la ejecución cuando Manuel Gual expiraba un último aliento en la isla de Trinidad. Falleció la noche 25 de octubre de 1800 bajo los síntomas de una violenta fiebre, posiblemente envenenado por agentes de la corona española.
Para finales de aquel año, una vez fallecidos Gual y España, se pensaba sofocada la conjura descubierta el 13 de julio de 1797, la más organizada y peligrosa en tres siglos de historia Iberoamericana. Entonces Juan Picornell y Manuel Cortés, autores intelectuales de aquel complot, se convirtieron en los reos más buscados por las autoridades.
Los lideres de la rebelión de San Blas optaron por separar su destino luego del fracaso del alzamiento en Venezuela. Ambos abandonaron la Isla de Guadalupe y se dedicaron a recorrer el Caribe en aras de profesar las ideas liberales de la revolución francesa. Hasta el último de sus días empeñaron sus esfuerzos en continuar el movimiento independentista de Las Indias, ese cuyo incendio había estallado con la chispa de la conspiración de Gual y España.
El Palmesano Juan Bautista Mariano Picornell y Gomila era hombre educado. Cursó estudios en la Universidad de Salamanca y en 1789 fundó un colegio en Madrid. Era dueño de una mente cultivada, así lo demostró con la publicación de un tratado pedagógico titulado “El maestro de las primeras letras”. La tinta revolucionaria se mostró en su pluma cuando escribió “Discurso sobre los mejores medios de excitar y fomentar el patriotismo en una monarquía.”
Su conocimiento de idiomas le permitió ser de los primeros en leer los textos incendiarios de la revolución francesa que cruzaron los Pirineos, convirtiéndose así en traductor de las ideas que comenzaron a llegar a la península a finales del Siglo XVIII. Tradujo al castellano la “Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano” promulgada por la constitución francesa de 1793, un texto de considerable importancia ya que sirvió como ideario político para la organización de la rebelión descubierta en Caracas el 13 de julio de 1797, así como pieza fundamental en la creación de la Primera República.
Tras el fracaso del movimiento de Gual y España, Picornell dedicó el resto de sus días a predicar la doctrina de la francmasonería y enredarse en los movimientos independentistas de las colonias españolas. No tardó en contactar al General Francisco de Miranda en Londres, participó en la organización de la aventura del “Leander” en 1806 y colaboró en el diseño del tricolor negro, rojo y amarillo que ondeó en aquella expedición. También formó parte del nuevo gobierno establecido en Venezuela después de los acontecimientos del 19 de abril de 1810.
El fracaso de la Independencia de Venezuela y el presidio de Miranda en 1812 lo llevaron a tomar un seudónimo, embarcarse a los Estados Unidos y desde allí a la isla de Cuba, donde falleció en el año 1825.
En cuanto a Manuel Cortés Campomanes y Sata, el otro prófugo del Castillo de La Guaira y componente de la rebelión de Gual y España, se sabe poco de sus orígenes pero si de sus actividades después de escaparse. Se separó de Picornell en el puerto de Guadalupe y, al igual que su compañero, abandonó aquella isla para emprender en la misión de predicar los ideales de la revolución francesa.
Durante una década sirvió como oficial del ejército francés. Al estallar la guerra de Independencia española de 1808 a causa de la invasión napoleónica, se marchó a Inglaterra y allí colaboró con el revolucionario Francisco de Miranda. Él fue quien fungió de contacto entre el prestigioso general y los representantes de la Junta Suprema de Caracas conformada por el Teniente Coronel Simón Bolívar, Luis López Méndez y el secretario Andrés Bello.
En 1811 retornó a territorio venezolano bajo las órdenes de Miranda y fue nombrado teniente coronel del Cuerpo Nacional de Artillería de Venezuela. Profesó las ideas liberales de la francmasonería difundida por la logia «Flor de las Sociedades Secretas», a la que pertenecía, y tras la caída de la Primera República se refugió en las Antillas y Cartagena de Indias. Colaboró en la empresa libertadora como general hasta que, en 1815, perdió la confianza de Bolívar. Aquel año optó por irse al exilio y pasó las dos últimas décadas de su vida en Bruselas, donde murió de avanzada edad en 1835.
Picornell y Cortés fueron los principales artífices de la conspiración de Gual y España, luego del fracaso de aquella consagraron su existencia a los ideales republicanos y la emancipación de las colonias. Sin embargo, sus nombres no figuran entre la lista de nuestros próceres por el hecho que ambos eran españoles.
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