Colas

Jackson Pollock

Difícil de imaginar al entrar a la actual centuria, ésta ya se explica por las inmensas colas para adquirir un producto o emplear algún servicio. Jamás se había visto en Venezuela, escenarios de masivas, madrugadoras y peligrosas colas que llevaron a la dictadura a reprimirlas, creyendo hacerlo con la escasez, y reorientarlas hacia la distribución de cajas del CLAP, ocasión para delitos todavía incuantificables.

Recordamos, antes de enderezar a su modo la situación, calificados voceros oficiales inmediatamente apelaron a un pretendido lugar común: en todo el mundo se hacen. Sin embargo, deliberadamente escamotearon los motivos tan particulares que las produjeron para permanecer.

Cierto, es común hacerlas debida y ordenadamente, según el orden de llegada. Sólo una razón teológica o, precisando, escatológica parece autorizar la prédica de Jesús: los últimos serán los primeros.

Terrenalmente, puede decirse que hay colas justas e irremediables, aunque perfectibles. Entre nosotros, en el ámbito de las cadenas farmacéuticas, supermercados y bancos, pasamos de un ticket de papel numerado a otro electrónico necesario de memorizar de acuerdo a dos o cuatro dígitos del número de la cédula de identidad, permitiéndonos realizar otras cosas  o aguardando pacientes al llamado; por un motivo distinto, imputable al mismo servicio bancario, la espera se hace desesperadamente interminable, negada la recreación electrónica personal.

Las hay injustas, trastocadas en toda una cultura, en un sentido, pues, las colas comienzan a hacerse para violentarlas y, más allá del venezolanismo, colearse por la fuerza o por el favor de un amigo, costumbre hecha ley, es poca cosa con la comercialización de la desgracia ajena: cobrar por hacerla en nombre del provisional o definitivamente ausente, por protección ante los delincuentes de realizarse desde o hasta altas horas de la noche, o hacerla para un trámite que después resulta en un documento falso, por no citar otros inimaginables renglones delictivos. La anomia ya generalizada, cuenta con el estímulo del propio Estado, porque – una supuesta solución – los portales digitales ofrecen no pocos problemas, entre ellos, también hay que hacer la cola y, física o electrónica, están las divisas para simplificar y agilizar el trámite, faltando – además –  la debida interconectividad en el país.

En otro sentido, irrebatible, desde sus orígenes, las largas, prolongadas y penosas colas, sin garantía alguna para obtener el producto o el servicio por el que se desespera, son inherentes al socialismo que brutalmente las impone. Este ha sido un siglo aleccionador en la materia para cualquier localidad venezolana, imposibilitada cualquier molestia, discrepancia o protesta de los que las hacen que, a juicio de las autoridades de la usurpación, puede dar oportunidad para convertirse en una implosión social, aunque – no hay duda alguna – esas autoridades suelen protagonizar, preventiva y provechosamente, el saqueo selectivo que la superioridad  ordena o consiente.

Por cierto, décadas atrás, sectores políticos se quejaban amargamente de las colas, y un órgano de la ultraizquierda de entonces lo ilustra, a través de un texto de Armando Valero, publicado en el semanario “Reventón” de 1971 (https://lbarragan.blogspot.com/2019/03/y-que-diria-hoy.html). Ninguna autoridad moral tiene el presente régimen en la materia que exponencialmente las ha multiplicado y pervertido, soslayando cualquier seria explicación de no agredir al que legítimamente asoma alguna irritación, por modesta que sea.

En condiciones de abundancia o relativa abundancia, prosperidad o relativa prosperidad, en países libres, el problema sabe de mejoras y soluciones con el firme propósito y esmero  – importa subrayarlo – de atender al mayor número de consumidores y usuarios.  Por ejemplo, un caso reciente, galerías que prueban algorítmicamente con varias alternativas para satisfacer una   demanda de continuo crecimiento (https://www.youtube.com/watch?v=tUhA8zUfNZQ).

Luego, las colas remiten a los modelos y estrategias de desarrollo. Esperemos que ellas no sean muy largas, esperando demasiado, para acceder a un debate necesario sobre algo más que una anécdota.

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