El corolario del caudillo
En está columna he dedicado varios episodios sobre la vida del General José Antonio Páez como sus campañas en la guerra de independencia, sus victorias, las derrotas, sus presidencias tras la separación de Colombia, la caída de la Oligarquía Conservadora, los dos años que pasó preso en el Castillo de San Antonio en Cumaná, así como una década de amargo exilio.
Al caer el gobierno nepotista de José Tadeo Monagas en 1858, luego de la “Revolución de Marzo” dirigida por el carabobeño Julián Castro, y la breve presidencia de este último, Páez fue invitado a regresar al país a raíz del derrocamiento de su antiguo amigo, compadre y luego terrible rival, y la renuncia del general Castro debido a su incapacidad para manejar el Ejecutivo.
Esta entrada triunfal a Caracas, última en la larga historia de héroe del caudillo llanero, quedó grabada por la pluma de Juan Vicente González, uno de los más famosos escritores y periodistas de la época, quien, gracias su apariencia grotesca, mal aspecto y pulcro manejo de las letras, era conocido por todos como “El monstruo literario”.
El Miércoles 18 de Enero de 1859, publicó la siguiente crónica bajo el título: “Entrada del General Páez a Caracas”.
-El 15 del corriente recibió Caracas y estrechó contra su corazón, al general José Antonio Páez. Desde el día que precedió a su arribo, banderas y cortinas adornaban las ventanas de la ciudad, arcos llenos de expresivas inscripciones cubrían las calles que debía atravesar y no cesaba el alegre movimiento de los ciudadanos, los estrepitosos vivas y el ruido de las armas que los acompañaban.-
También cuenta en su escrito que: -Su entrada fue en la tarde. Se dice que una legua antes de llegar a la ciudad, los cerros y valles que circundan el camino estaban poblados de hombres a pie y a caballo y sobre coches y de infinito número de mujeres que deseaban saludarle las primeras. Nada ha visto Venezuela más espontaneo y entusiasta ni más esplendido que este recibimiento. Eran cuadras de amigos que se precipitaban como oleadas sobre el modesto coche del guerrero, con el sombrero en la mano, saludándole a gritos y llevando su nombre hasta los cielos.-
Aquello no fue un espectáculo planeado, pues no se trato de: -Nada oficial ni mandado. El corazón hablaba visiblemente. Lo que puede hallarse de arte es la usencia del arte, el embarazo de algún joven, que no sabía expresar los sentimientos más sinceros, y empleaba la palabra de los romances, a falta de otras, para decir su amor al héroe.-
Relata González en su crónica que la gente supo comportarse ante semejante alboroto, pues no hubo ningún tipo de accidente en medio de tan inmensa multitud que se presentó a saludar al general Páez. Posiblemente se debió a la sorpresa de ver la evidencia del paso de diez años en la imagen del Centauro, quien para ese momento tenía 68 años de edad.
-En las calles, en las ventanas, y sobre los techos, donde quiera se miraban espectadores con los ojos fijos sobre el que volvía a su patria, anciano y enfermo, después de diez años de proscripción.-
Extraño ha debido ser volver al país, que después de sus servicios durante sus años al gobierno, lo maltrató al momento del colapso de su hegemonía.
-Pero la multitud brama como un mar sobre las dilatadas calles y los marciales acentos de la música se pierden en el inmenso y masculino concierto de alabanzas que saludan y rodean al veterano de la libertad.-
Tan solo un mes después de la entrada de Páez a Caracas, el 20 de Febrero de 1859, se produjo el grito de la Federación, estallaba entonces el conflicto bélico, una hoguera que duraría un lustro reduciendo ciudades y pueblos enteros a cenizas, dejando incontables cadáveres a las orillas de caminos y ríos para festín de los carroñeros.
Decían los liberales que su lucha era contra quienes aspiraban mantener los privilegios de la Colonia, a quienes llaman “godos” u “oligarcas”, como bautizaron en los años de la independencia a los realistas. Según éstos, el partido peleaba por ensanchar los horizontes de la libertad y la igualdad. Los conservadores defendieron su causa expresando que aquello de la Federación no era más que el triste producto de eso de andar agitando al pueblo con promesas tan bonitas como imposibles.
Al estallar la Guerra Federal, Páez solicitó poderes especiales que le fueron cuestionados. En ese momento se dio cuenta que sus años como caudillo habían llegado a su corolario y decidió abandonar Venezuela para jamás regresar en vida.
Tanto lo avergonzó el capitulo de su fugaz dictadura, que su autobiografía, publicada en 1867, termina narrando los eventos del año 1850, cuando abandonó Venezuela para irse al destierro luego de su presidio en Cumaná, para iniciar la conclusión con las siguientes palabras.
-Terminó pues, la historia de mi vida donde debió haber acabado mi carrera pública. Las alteraciones de la política me llamaron después a la patria para luchar con nuevos inconvenientes, y recoger una cosecha de desengaños, hasta que volví a la tierra de Washington, resuelto a pasar en ella el resto de mis días.-
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