EDITORIAL #166: EGIPTO SIN CACEROLAS
La semana pasada, luego de varios días de multitudinarias protestas en las calles de Egipto, incluida la simbólica plaza Tahrir, los militares de ese país se vieron forzados a pedirle la renuncia al expresidente Mohamed Morsi, solo un año después de que éste había sido elegido democráticamente en las urnas.
Morsi, importante dirigente del movimiento islamista de los Hermanos Musulmanes, llegó al poder el 30 de junio de 2012 con un mayoritario apoyo de la gente. Sin embargo, ya desde allí, intentó imponer un régimen autocrático de corte islamista. Los egipcios no estuvieron dispuestos a que Morsi utilizara sus votos para destruir la democracia, y es por eso que se lanzaron masivamente a las calles para pedir su renuncia. No debemos equivocarnos, en los últimos acontecimientos en Egipto no fue el pueblo el que apoyó a los militares, fueron los militares los que apoyaron al pueblo. Queda claro que, después de seis décadas de dictadura, un año en libertad fue suficiente para saber lo que no es tolerable en democracia.
Pero hoy, una vez más, Egipto vive tiempos peligrosos. El pasado viernes las protestas contra el golpe de estado dejaron decenas de muertos y cientos de heridos entre los seguidores de Morsi. Nunca es una buena noticia que los militares tomen el poder, y es por eso que la complejidad de la situación ha hecho que la reacción internacional sea tan lenta y cuidadosa.
El plan diseñado por los militares y apoyado por los opositores civiles ya está en marcha. El hasta hace poco presidente del Tribunal Constitucional, Adli Mansur, nuevo presidente interino, ordenó la disolución del Senado, suspendió la Constitución y se dispone a conformar un Gobierno de unidad nacional hasta la convocatoria de nuevas elecciones. Promesas que aún no han sido suficientes para contar con el apoyo de los Estados Unidos, la Unión Europea y otros países árabes.
Una vez más en poco tiempo, fuimos testigos de que los ciudadanos egipcios no necesitaron un líder con cacerolas para hacer girar el rumbo de su destino. No queda duda que es una mala noticia que se haya producido un golpe de estado en ese país, como tampoco queda duda que las ambiciones fundamentalistas de Morsi y los Hermanos Musulmanes condenaron a muerte un primer intento democrático en una nación donde está claro que ahora, como nunca antes, su gente tiene una insaciable sed democrática.
Es que, cuando un ciudadano toma una bocanada de libertad, es imposible que pueda volver a vivir un solo día sin ella.
Miguel Velarde
Editor en Jefe
@MiguelVelarde
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