El mayor riesgo que corremos es acostumbrarnos a la miseria
Editorial #468 – Soñar a lo grande
Hace mucho que solo se escuchan malas noticias en Venezuela. Los principales indicadores macroeconómicos del país empezaron a mostrar los primeros síntomas de problemas en 2012 y, si bien se aceleraron con la crisis financiera y la caída de los precios del petróleo, en realidad solo fueron la consecuencia inevitable de un modelo socialista y corrupto.
Desde ese momento hasta ahora, cada año que pasa estamos peor. Lo que comenzó como inflación y escasez preocupantes terminó hoy en una catástrofe humanitaria donde no solo los datos macroeconómicos reflejan la más grave crisis en la historia de la región, sino también lo hacen los rostros quebrados de la gente deambulando en las calles casi desiertas del país.
Ya ni siquiera hablamos de los indicadores macro, como la hiperinflación que este año superaría los 10.000.000% o los más de cinco millones de venezolanos que se han visto obligados a dejar su tierra en los últimos años.
Tampoco se comenta que, según el Observatorio de Conflictividad Social de Venezuela, en el primer trimestre de 2019, se registraron 6.211 protestas, es decir, unas 69 diarias. La gran mayoría de éstas por lo más básico: agua, luz, comida y medicamentos.
Ni siquiera nos alarma que, según la oficina de Asuntos Humanitarios de la ONU, siete millones de personas -un cuarto de la población venezolana-, necesitan ayuda. Según el informe de esta oficina, 1,9 millones de personas requieren asistencia nutricional, incluidos 1,3 millones de niños menores de cinco años.
Las enfermedades prevenibles como el sarampión, la malaria, la tuberculosis y la difteria han resurgido en el país, con 2,8 millones de personas que necesitan asistencia médica, incluidos 1,1 millones de niños.
Alrededor de 4,3 millones de personas necesitan asistencia de agua y saneamiento y el 17% de los más pobres no tienen acceso al agua potable.
Un país como Venezuela, con las reservas petroleras más grandes del mundo, y habiendo tenido una década de bonanza petrolera con un barril en más de 100 dólares, tenía que hacer las cosas muy mal para terminar como terminamos. Venezuela experimenta hoy el mayor colapso económico sucedido en un país sin guerra en al menos 45 años.
El mayor riesgo que corremos, en una situación como ésta, es acostumbrarnos a la miseria. Sería la victoria final para quienes pretenden terminar de quebrar la moral de los venezolanos y, sobre sus restos, eternizarse en el poder.
El gran reto que tenemos es no rendirnos, incluso conscientes que nos ha tocado vivir el peor momento en la historia del país.
Incluso estando claros que hoy en Venezuela, pensar en vivir con lo más básico es soñar a lo grande.
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