La biblioteca prospectiva
Luce obvio el contraste entre las grandes ferias del libro que escenifican algunos otros países y las nuestras, marcando – además – un importante y dramático acento: ellos no sufren el tal socialismo del siglo XXI en el que, leer, es un despropósito. Hace poco, volvió al ruedo propagandístico FILVEN que, por superiores que fuesen sus recursos, no tuvo la significación y también el alcance del modesto evento realizado en la UCAB, moviendo la brújula del centro al oeste de la ciudad.
Citas cada vez menos frecuentes, permiten también radiografiar a la Venezuela sumergida en una catástrofe humanitaria, resignados al chequeo de las vejeces editoriales que la explican, mientras que las novedades solo llegan por una mera alusión en las redes digitales para colmar nuestro malestar e impotencia, Acudimos con curiosidad, por siempre, palpando vacilantes los bolsillos tentados a la temeridad de unas cifras para la compra culpable, pues, faltando poco, están los fármacos pendientes, entre otros de los rubros de una cotidianidad inmerecida.
Una mañana, a la entrada de Humanidades y Educación de la Universidad Central de Venezuela, descubrimos varios puestos de venta de lo que pudo calificarse como una feria, por la calidad de los títulos exhibidos, e inevitable – no habría otra ocasión – adquirimos algunos ejemplares ciertamente baratos, pero representativos de una semana menos para prevenir el ataque hipertensivo. Quisimos llevarnos otros de autores hoy difíciles de acceder, calculando igualmente el espacio disponible de la modesta biblioteca casera, dada la confianza generada por el Fondo Editorial de la Facultad, así fuesen de remota data.
Uno, sobre el pasado caraqueño, destinado a un obsequio para la persona muy querida que tiene por vocación la ciudad; el otro, una oportuna complementación al esfuerzo de argumentar una defensa territorial; el resto, el necesario para lo que será – apenas – una nota al pie de página respecto a un historiador muy conocido, y el faltante para completar las referencias disponibles con miras a un texto que espera sobre el imaginario político. Puede decirse, están destinados a un anaquel prospectivo, prometiéndonos tiempo para la realización de un largo trabajo sobre variados temas que, por ahora, terminan dándole soporte a buena parte de nuestros artículos semanales.
Solía ser decorativa en el país de los cañonazos bancarios del petróleo, recreativa en el de la serenidad del ocio conquistado, u obligada por mandato de un curso académico, pero la biblioteca ahora es de potenciales proyectos o de preservación. De un lado, porque adquirimos y guardamos el ejemplar como aporte al libro que no hemos publicado, constantemente rehecho; o, del otro, nos suponemos rescatistas de los que queda tras el colapso: nos desprendimos años atrás de una buena colección de textos de y sobre Vargas Llosa, convencidos del posterior abaratamiento o hallazgo de sus obras en las bibliotecas públicas, pero jamás adivinamos el zarpazo que a la lectura misma le daría la presente dictadura venezolana.
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