Del trazo urbano
Convengamos, la crítica pudiera ser aún más severa en relación a los grafiteros venezolanos. Empero, la situación y el mismo ambiente dictatorial que la delata, convierte en un riesgo extraordinario el de aguzar el ingenio para la denuncia irreverente, clandestina o anónima que siempre se espera del trazo urbano.
Objetivamente, por todos estos años, el oficialismo monopolizó las paredes de caseríos, pueblos y ciudades, gozando de ilimitados recursos para un discurso gráfico no sólo convencional, suerte de secreción del imaginario subversivo de los ’60 del ‘XX, sino para despojar de oportunidades a los que espontáneamente ejercían la calle como medio fundamental de expresión. A modo de ejemplo, reportajes como el de José Pulido y Luigi Scotto, dándole un vistazo a la ciudad capital entonces (El Nacional, Caracas: 24/03/1986), muy bien contrastaría con la amarga radiografía actual.
El viejo muralismo de ocasión, dio paso a una masiva y vulgar propaganda que agotó todos los recursos simbólicos del Estado que ahora evade, en nombre del bloqueo o cualesquiera otros subterfugios, su responsabilidad en torno a la catástrofe humanitaria, la represión y la censura, por siempre alerta frente a las más tímidas manifestaciones disidentes en nombre de la poesía misma. El agotamiento del poder, además, se debe al empleo de un lenguaje, una composición y un desarrollo pictórico en nada innovador que, seguramente, convalidará las muy justas observaciones que la corajuda mexicana Avelina Lésper ha hecho al grafiterismo universal.
El paisaje metropolitano está hecho de ruindades y, apenas, sobreviven algunas piezas de campañas políticas ya olvidadas. Abundará la ocurrencia, aminorada la audacia, pero – en todo caso – no hay pintura para el atrevido acto. Quizá por ello, llamó nuestra atención un motivo gráfico de la esquina de Monroy, al lado de una zapatería, borrado a los pocos días por unos brochazos que clamaron por un orden visual.
A mano alzada, lució impecable el escarabajo de la Volkswagen para la curiosidad del transeúnte que, por un instante, se detuvo y temerariamente lo fotografió tratando de adivinar sus líneas y el pulso que las obligó. En medio del deterioro, la limpieza del ejercicio destacó por su espontaneidad, sencillez y sentido, acaso, como promesa de una incumplida gama de colores.
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