No debería sorprendernos que el régimen clerical de Irán atraviese una de sus peores tormentas en 40 años
Editorial #490 – Hipocresía
Lo ocurrido en los últimos días en el Medio Oriente es un recordatorio de que, sin importar cuan adentrados estemos en el siglo XXI, todavía podemos ser testigos de barbaridades inimaginables.
No nos referimos precisamente al ataque de los Estados Unidos que dio de baja al general Qasem Soleimani, el segundo hombre más poderoso de Irán y, según el gobierno norteamericano, uno de los cerebros terroristas más importantes del mundo.
Tampoco a la respuesta de Irán unos días después, cuando atacó con decenas de misiles a bases militares estadounidenses en territorio iraquí, algo que podía esperarse en una escalada bélica como la que se estaba desarrollando.
Tiene que ver con el hecho de que -como admitió el propio régimen iraní tres días después del hecho- la Guardia Revolucionaria de ese país haya derribado un avión comercial perteneciente a Ukranian Airlines y la posterior reacción mundial ante un hecho tan salvaje como éste.
Muchos nos preguntamos, ¿cómo puede ser que en el pleno 2020, un país se baje un avión comercial matando a 176 personas con un misil y no pase nada? ¿La reacción mundial hubiera sido igual si es que ese “involuntario error humano” lo hubiera cometido una fuerza occidental como los Estados Unidos, por ejempo?
Lo más patético de esta historia, además de la irrecuperable pérdida de tanta vidas humanas inocentes, es la reacción del establishment mundial, que muchas veces es rápido en condenar acciones liberales, pero cuando se trata de hacerlo con fuerzas antiestadounidenses o anti Trump, les cuesta un poco más.
Lo mismo ocurre en nuestra región. La vocación antitrumpista de ciertos sectores los lleva incluso a solidarizarse o, por lo menos, tomar partido por posiciones de las peores dictaduras, solo porque están en la vereda opuesta a los norteamericanos. Un odio irracional que los coloca en los peores lugares.
En todo caso, lo más probable es que un acto tan grave como el derribo del avión ucraniano que le costó la vida a 82 iraníes, 57 canadienses, 11 ucranianos, 10 afganos, 7 suecos y 4 británicos no tenga mayor consecuencia en la élite de poder global que algunas condenas verbales.
Algo diferente podría ocurrir entre los propios iraníes. Muchos afirman que la única manera en la que los regímenes totalitarios caigan producto de protestas populares es cuando éstas tienen su origen en profundos malestares económicos que se traducen en hambre y miseria. No necesariamente es así.
El ejemplo más reciente y cercano lo tenemos con lo ocurrido en Bolivia, un país relativamente estable en lo económico donde los ciudadanos se rebelaron indignados contra el régimen de 14 años de Evo Morales debido a razones democráticas y en solo 21 días lo desalojaron del poder.
En Irán existe desde hace algún tiempo un profundo malestar que no tiene que ver solo con motivos económicos ni sociales, sino también con una nueva generación de jóvenes que no está dispuesta a seguir viviendo bajo un régimen autoritario y opresor como el que gobierna en Irán desde la Revolución Islámica de 1979. Tiene que ver con la libertad.
No debería sorprendernos que en los próximos días el régimen clerical de Irán atraviese una de sus peores tormentas que pudiera incluso derivar en su salida del poder después de 40 años.
Todo esto ante la mirada indiferente y profunda hipocresía de gran parte del mundo.
- Brasil: dos certezas y dos incógnitas - 3 octubre, 2022
- Editorial #705- Recalculando - 21 junio, 2022
- Editorial #703 – Sorpresas que no sorprenden - 30 mayo, 2022