Otra vez una crisis de la deuda argentina
La deuda argentina no es alta, pero las tasas que está pagando son desmesuradas en un mundo casi sin tasas de interés para depósitos y créditos. La encrucijada del país es que no puede pagar los próximos vencimientos de acreedores privados, porque son varios e inminentes. Y el otro problema que tiene es su mala reputación. Cada tanto, provoca el escándalo de un default o se acerca demasiado a ese abismo.
Esta última es la situación actual. Es cierto también que carece de recursos porque su economía está en estanflación (estancamiento con inflación; es decir, el peor de los mundos posibles) desde 2011. Con otras palabras: la economía no creció o estuvo en recesión, con inflación alta, los cuatro años últimos de Cristina Kirchner y los cuatro de Mauricio Macri. La inestabilidad espoleó a los argentinos (que pueden, obviamente) a hacerse de dólares y sacarlos del sistema financiero argentino. El país se quedó, así, con menos dólares para pagar sus deudas. El dólar es una moneda que la Argentina no emite. O los obtiene del comercio exterior o los consigue endeudándose. Los dólares que los argentinos llevan al colchón (o a cuentas en el exterior) provienen, entonces, de las exportaciones genuinas o de los créditos que el país recibe. El ahorro en dólares es perfectamente explicable después de casi 20 años de inflación alta, de corralitos y corralones, de cepos blandos y duros.
La deuda argentina en dólares apenas supera el 50 por ciento del PBI. Algunos economistas la agigantan hasta más del 90 por ciento porque incluyen la deuda en pesos y la deuda intragobierno, la que la administración federal tiene con el Banco Central, con la Anses o con el Banco Nación. Algunas de estas deudas -todo hay que decirlo- no se pagarán nunca y otras son fácilmente renegociables. El principal conflicto del país es que está pagando bonos en dólares a acreedores privados con tasas de interés de entre el 7 y el 8 por ciento. La provincia de Buenos Aires está discutiendo un bono que paga más del 10 por ciento anual. El promedio del porcentaje de los intereses de las deudas en dólares baja cuando se incorpora a los organismos multilaterales. Pero el país nunca dejó de pagarles a estos, ni aun cuando estuvo en default. El Banco Central Europeo fijó tasas de 0 por ciento para los créditos y tasas negativas para los depósitos (significa que la gente debe pagarle al banco para que tenga su dinero). El bono serio más rentable del mundo es del Tesoro de los Estados Unidos, que paga solo un 1 por ciento anual. Es ese escenario de las finanzas internacionales lo que le permite al gobierno de Alberto Fernández imaginar una renegociación de la deuda con una quita en las tasas de interés, que podría rondar el 50 por ciento.
La posición de Joseph Stiglitz, que anunció una quita importante en el capital y las tasas de la deuda argentina, no fue admitida como propia por el Gobierno. «Nunca se sabe cuándo un académico está llevando la teoría a la práctica en su laboratorio», dijeron altas fuentes oficiales. Stiglitz es Stiglitz, dijeron sin decirlo. La administración sí buscará un tiempo de gracia (no pagar nada), pero respetando la integridad del capital, mientras la economía sale de la recesión de los últimos dos años. El mismo Gobierno desmintió que el forcejeo de Axel Kicillof con los acreedores por un bono de 250 millones de dólares que vence hoy se trate de una estrategia de advertencia a los bonistas privados. «La situación es crítica y queremos una solución acordada cuanto antes», señalaron altos funcionarios de Alberto Fernández. Kicillof pidió una postergación del pago hasta el 1º de mayo, pero no les aclaró a los acreedores cómo seguirá la historia después de mayo. Extendió desesperadamente el plazo del acuerdo por diez días porque no consiguió todavía la aceptación del 75 por ciento de los acreedores, condición necesaria para que el impago no sea considerado un default liso y llano. La Nación no quiso hacerse cargo de ese pago porque teme que después deberá hacerse cargo de la deuda de todas las provincias. Cinco distritos están endeudados en dólares: la provincia de Buenos Aires, Córdoba, Mendoza, Chubut y la Capital. En la Capital, Rodríguez Larreta se diferenciará del gobierno nacional (sin estridencias, como a él le gusta) cuando el próximo mes pague un bono de 170 millones de dólares. Será distinto, sin pavonearse.
La estrategia del gobierno nacional consiste en reordenar la deuda de la administración federal y, de esa manera, ayudar a reordenar todas las deudas provinciales. El primer vencimiento de intereses de la deuda nacional será en marzo; en mayo deberán pagarse compromisos por el capital de la deuda. No obstante, en 2021, se amontonan muchos vencimientos. El innecesario pedido de autorización al Congreso para renegociar la deuda (ya estaba autorizado por la reciente ley de múltiples emergencias) tiene el objetivo de implicar en el asunto a la oposición, por un lado, y también el de fijar un porcentaje de la comisión que les pagará a los bancos que intermediarán con los acreedores (0,1 por ciento del monto refinanciado). De esa manera, los actuales funcionarios se ahorrarán futuros pleitos judiciales, como sucedió después de casi todas las refinanciaciones de la deuda argentina. Cuatro bancos extranjeros le presentaron al Gobierno una propuesta de reorganización de la deuda y establecieron la comisión que cobrarán. Son bancos muy importantes. Nada se sabe de la propuesta que hicieron y menos se conoce si la comisión que piden es la misma que fija el proyecto de ley enviado al Congreso.
Un problema adicional presenta el Fondo Monetario Internacional. Al principio hubo cierta idea de alcanzar primero un acuerdo con ese organismo para intentarlo después con los bonistas privados. Ahora las negociaciones son paralelas. La negociación con el FMI es para reprogramar los pagos, sin quitas de ninguna naturaleza. Sucede que el Fondo le reclama al Gobierno una quita de capital e intereses a los acreedores privados si no está dispuesto a tener superávit primario en las cuentas públicas. Solo con superávit primario, dicen funcionarios del Fondo, el país podrá pagar su deuda. La réplica del gobierno es la propuesta de bajar las tasas y el tiempo de gracia. De todos modos, la jefa del Fondo, Kristalina Georgieva, y el ministro de Economía, Martín Guzmán, se encontrarán estos días en Washington y luego volverán a verse en el Vaticano. El seminario de Roma no es, como se dice aquí, sobre la deuda argentina. Su título refuta esa deducción: «Dignidad y futuro del trabajo en la era de la Cuarta Revolución Industrial». Será otra cosa, simplemente. Asistirán, además de Guzmán, los ministros de Economía de Francia, Italia, España, México, Paraguay, El Salvador y Ecuador. También participarán el economista Jeffrey Sachs (más consensual que Stiglitz), una filósofa española y economistas de Canadá y Gran Bretaña. De todos modos, no dejará de ser una oportunidad para que Georgieva y Guzmán vuelvan a hablar. El Papa ya conversó en privado con Georgieva sobre los problemas de la deuda argentina.
Entre vencimientos e impotencias, nadie duda ya de que Alberto Fernández es un político que sabe que las malas noticias deben darse de un solo golpe en los primeros días de un gobierno. Congeló los aumentos a jubilados, que estaban dispuestos por ley, y devaluó de hecho hasta el precio de 81 pesos el dólar. El dólar a 60 pesos sirve solo para algunas importaciones (no para todas). Esos «Exocet», como los llamó un economista, también los habría disparado Macri. Ninguno tenía otra alternativa ante la crisis de la deuda. Aquí, el liberalismo y el antiliberalismo son ahora categorías confusas. «El liberalismo está en su peor momento en la Argentina porque no tiene ideas nuevas», dice un liberal que tampoco cree en el equipo económico de Alberto Fernández. Un grupo de ellos está buscando una vía alternativa para alejar al país de la eterna oscilación entre la ilusión y la ruina.
Crédito: La Nación
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