La Declaración de Independencia
Juan Germán Roscio y Francisco Isnardi fueron las personas encomendadas para redactar el que se convertiría en el documento más importante en la historia de Venezuela, se trata de la Declaración de Independencia, acta que fue firmada el 5 de Julio de 1811 en Caracas.
Arturo Uslar Pietri, en un capitulo titulado “Las primeras palabras de la República” de su libro “Del hacer y deshacer de Venezuela”, realiza una breve síntesis sobre quiénes eran estos dos personajes.
Roscio era del tipo letrado educado en el ambiente jurídico y teológico de la sociedad colonial, que en sus años maduros se asoma con duda creadora al panorama de los nuevos hechos y las nuevas ideas que sacuden a Europa, los estudia y, serena y valerosamente, los admite. Francisco Isnardi era uno de esos aventureros de la inteligencia y de la acción, que en la tormenta creada por la revolución francesa, se entregan a una vida de pasión y de riesgo en el clima del que va a surgir el fermento de las repúblicas democráticas y las ansias sobre humanas del romanticismo.
Este par de célebres personajes, disimiles en formación, carácter y experiencia, fueron los designados por el Congreso para redactar el acta de Independencia, es decir, hallar las palabras ideales con las cuales la República de Venezuela anunciaría al resto del mundo sobre su génesis.
Para un hombre como Isnardi era la ocasión fabulosa de dar solemnidad al nacimiento de una república democrática en el seno del viejo imperio español. Para Roscio era el caso de justificar y razonar las causas de aquella tremenda decisión. Conocía la historia de España y la tradición jurídica de la monarquía castellana. Había que poner a derecho todo eso. Siglos e inevitables debates emplearon los reyes castellanos en buscar títulos justos, teológicos y jurídicos, para poder poseer la tierra americana con conciencia tranquila y sin pecado. No era menos importante encontrar razones valederas para romper y poner término a aquella situación histórica tricentenaria.
Se procedió entonces a los debates previos a la redacción del documento, en los cuales se esgrimieron todo tipo de razones en contra y a favor del proyecto emancipador. En aquellos días de reuniones del Congreso se planteó en todos sus escenarios y fases el problema de la independencia, cubriendo aspectos prácticos, políticos, jurídicos e históricos, todo para analizar con profundidad el paso a tomar.
Comienza la Declaración con los argumentos históricos. Los representantes no reconocen las abdicaciones de Carlos IV y Fernando VII en Bayona, así como el ascenso al trono de la dinastía de los Bonaparte. Por los hechos citados recobraban su soberanía los venezolanos. Este es el principal fundamento de la causa, había quedado, por hecho y derecho, roto el vínculo que los unía a la corona española.
Una cosa era dejar aquello en papel, otra lo que significaba aventurarse en tan atrevida y peligrosa empresa. Ese presentimiento de las dificultades reales que deberían enfrentar después de que se aprobase por el Legislativo y su firma. Por ello advierten de las dificultades que trae consigo y las obligaciones que impone el rango que alcanzarán con la publicación de esta Declaración de Independencia.
Estaban plenamente consientes los hombres del 5 de Julio de la magnitud de la empresa que acometían y de los enormes riesgos que implicaba. Era un cambio esencial de lo que con toda propiedad llamaban “constitución” del mundo colonial. El más grande y radical cambio que se hubiera podido imaginar dentro de las normas y principios de aquel mundo. Casi nada de lo anterior iba a quedar. Era una empresa desesperada de vida o muerte. Y no se les ocultaba.
Para Roscio e Isnardi, sus palabras anunciaban un destino y un compromiso irrenunciable, quienes las pensaron y redactaron estaban dispuestos a defenderlas con sus vidas, para que no terminaran por convertirse en letra muerta. Lo mismo aquellos representantes que estamparon su rúbrica de modo solemne, en nombre de las provincias unidas de la confederación americana de Venezuela.
La trágica hora de crear con dolor y sangre había sonado, y el temible eco lo habían recogido en las palabras mismas de la declaración Roscio e Isnardi.
Ambos pagaron caro involucrase en aquel asunto. Un año después, en Julio de 1812, con el triunfo del Domingo de Monteverde, Roscio e Isnardi fueron capturados por los realistas junto a otros seis patriotas de nombre Juan Pablo Ayala, José Mirés, José Barona, Juan Paz del Castillo, Manuel Ruiz y el sacerdote José Cortés de Madariaga. Este grupo fue denominado por Monteverde como el de “los ocho monstruos”, quienes pasaron por La Carraca en Cádiz para luego ser remitidos a Ceuta.
Roscio saldría de la cárcel gracias a los oficios de el príncipe regente de Inglaterra, quien solicitó a Fernando VII el favor de liberar de aquellos presos americanos. El rey de España cumplió, pero a medias. Por orden real del 10 de Septiembre de 1815, salieron libres él, los coroneles Juan Pablo Ayala y Juan Paz del Castillo, así como Cortes de Madariaga.
El turinés Francisco Isnardi permaneció encerrado hasta el último de sus días, su nombre y vida se perdió en el penal de Ceuta.
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