No se le puede decir a la gente que elija entre la pobreza y la enfermedad
Editorial #503 – La salud y la economía
En pocas semanas el centro de debate en nuestros países moverá su eje de la salud a la economía.
La grave crisis sanitaria que atravesamos debido a la inesperada y sorpresiva pandemia del Covid-19 y al deficiente estado de los sistemas de salud en prácticamente todo el mundo, obligó a los gobiernos a dejar todo de lado y concentrarse exclusivamente en un objetivo: minimizar el impacto del coronavirus y lograr que muera la menor cantidad de gente posible.
Sin una vacuna, sin un tratamiento, con un sistema sanitario insuficiente en insumos y hasta en camas, y, sobre todo, sin muchas ideas, la única respuesta efectiva que se le ocurrió al planeta -desde los países más desarrollados de Europa hasta los más necesitados de nuestra región- fue el aislamiento.
El gran logro de esto es lo que los especialistas llaman el “aplanamiento de la curva de contagios”, que no es otra cosa que lograr que no se contagie mucha gente al mismo tiempo para que no colapsen los centros de salud.
Para estar en pleno siglo XXI y con todos los avances que la humanidad ha logrado en tantos otros aspectos, que la manera de lidiar con una pandemia hoy sea tan similar a como se enfrentó la pandemia de gripe (conocida como gripe española) en 1918 es frustrante.
Pero habernos quedado sin ideas en lo sanitario, no justifica quedarnos también sin ideas en lo económico. Nos hemos cansado de decir que a corto plazo enfrentaremos la segunda etapa de esta tormenta, la coronacrisis, que como consecuencia de la pandemia y la cuarentena, afectará de manera inédita en el último siglo a la economía global. La recesión que se viene será similar, o peor, a la Gran Depresión de 1929.
Si los países desarrollados y con músculo económico tienen razones para estar preocupados, mucho más la tienen los de la región. Algunas de las economías locales ya enfrentaban desafíos antes del virus, como las de Argentina, México y Brasil. Ni qué decir de Venezuela. Otras un poco más robustas, tampoco saldrán inmunes de la turbulencia económica que tenemos por delante.
A esto se le suma el hecho de que los efectos de una cuarentena prolongada, que son devastadores para todos los sectores, afectarán de manera especial a las PyMEs, los cuentapropistas y también a los millones de emigrantes que viven al día en un país ajeno y que, en muchos casos, trabajan en “negro”.
Cada uno de nuestros países tiene cientos de miles de pequeños y medianos negocios. Para este sector, es indispensable que los gobiernos tomen medidas de emergencia económica que le dé algo de oxígeno, como por ejemplo la reducción de impuestos o el acceso a créditos a tasas muy bajas. Su quiebra significaría la pérdida de millones de empleos y el hambre de muchas familias.
También existe entre un 60% de trabajadores informales, de los cuales muchos de ellos ni siquiera están bancarizados. Son comerciantes, jardineros, plomeros, carpinteros, trabajadores de seguridad y limpieza, entre muchas otras ocupaciones, que si no trabajan no comen. A ellos es difícil llegar incluso con las medidas propuestas anteriormente, por lo que hay que buscar maneras innovadoras de ayudarlos. Para esto, se debe conformar un War Room que encare la próxima fase como algo similar a la reconstrucción de una economía post guerra.
En cualquier caso, las cuarentenas prolongadas sin tomar en cuenta los estragos económicos, sociales y hasta psicológicos que dejan, son una amenaza para el futuro de las naciones.
Nadie tiene la menor duda que preservar la vida de las personas es la prioridad absoluta, pero eso no quiere decir que al hacerlo, se deba ignorar todo lo demás. No se le puede decir a la gente que elija entre la pobreza y la enfermedad.
La manera correcta de encarar la todavía larga crisis que tenemos por delante es hacerlo pensando en la salud y en la economía.
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