Principio del fin para Rodolfo Canicoba Corral, el juez más polémico
Nunca se sabe con precisión cuándo es el principio del fin de una era, de un destino o de la influencia de un funcionario. Pero es posible que ese instante, en el que todo conduce a la finitud, haya comenzado para el juez Rodolfo Canicoba Corral. El magistrado tenía hasta hacía pocos días cuatro expedientes en el Consejo de la Magistratura. Todos lo cuestionan por supuesta corrupción en el ejercicio del cargo y por enriquecimiento ilícito. El quinto expediente entró el miércoles pasado y también lo investiga por el alquiler de una fastuosa casa en un country. La presencia de esa casa en la vida de Canicoba Corral fue una información de LA NACION publicada el martes último. Dos diputados opositores presentaron 24 horas después la denuncia ante el Consejo.
Nadie tuvo nunca tanta astucia como Canicoba Corral para entrelazar su función de juez con los pliegues y repliegues de la política. Siempre tenía algo para ofrecer y siempre la política, en cualquiera de sus expresiones, tenía algo para pedirle. Mientras crecía su fortuna personal (o la de su esposa, que es la titular de muchas de sus propiedades), el juez conseguía que macristas o cristinistas concluyeran en que era mejor tenerlo a él que cambiarlo por otro.
Ocurrió un desastre en la vida de Canicoba Corral cuando renunció el juez Norberto Oyarbide. Hasta entonces, la obscena ostentación de riqueza de Oyarbide y sus actitudes y declaraciones extravagantes cubrían a los otros jueces deshonestos en los tribunales federales. Varios renunciaron o fueron destituidos cuando finalmente quedaron expuestos. Así fueron los casos de Jorge Ballestero y de Eduardo Freiler, camaristas que dejaron de ser jueces después de una investigación sobre sus bienes o cuando los amenazaron con investigarlos. Resta Canicoba Corral, el más polémico, el más sospechado de prácticas inmorales en su gestión como juez federal. Tuvo el arte -todo hay que decirlo- no solo para trabar alianzas con gobiernos distintos, sino también para abrir grietas de disenso dentro de un mismo gobierno. Macri comenzó pidiéndole la renuncia (lo hizo a través de su entonces ministro de Justicia, Germán Garavano) y terminó ayudándolo a huir de la investigación del Consejo de la Magistratura. Fue clave la intervención de Daniel Angelici, expresidente de Boca y amigo personal de Macri, para cambiar la posición del anterior gobierno. Lo ayudaron a postergar las investigaciones, pero las causas que lo inculpaban no se cerraron. Canicoba Corral odió por eso al macrismo.
Si Alberto Fernández y Marcela Losardo no fueran presidente y ministra seguramente promoverían la destitución del juez. Alberto Fernández dijo públicamente que Canicoba Corral es un juez corrupto. Pero instalados en los cargos que tienen no pudieron eludir las presiones del cristinismo para salvar al juez. ¿Qué ofrece Canicoba Corral para promover tantas y tan disimiles adhesiones? ¿Cuánta capacidad de presión tiene como para fracturar las coaliciones gobernantes? ¿Qué promete? «Protección y cajoneo», responde un funcionario que vio la trayectoria del caso Canicoba Corral durante los dos gobiernos. El actual presidente prometió terminar con la constante colusión entre la política y la Justicia. No pudo (o no quiso) aplicar esa política en el caso de Canicoba Corral.
El viernes último, el Consejo de la Magistratura decidió no tratar el cierre definitivo de las investigaciones que lo incriminan (cierre promovido esta vez por el cristinismo), porque había ingresado un pedido de juicio por parte de los diputados Juan Manuel López y Paula Olivetto. Los legisladores se presentaron con la información publicada por LA NACION sobre el alquiler de una costosa casa en un country. No queriendo aceptar lo que ya era inaceptable, el cristinismo acordó iniciar esa investigación, propuesta por el juez Ricardo Recondo, representante de los magistrados, siempre parado en la vereda opuesta a la del peronismo kirchnerista. Tampoco, debe consignarse, el representante del Poder Ejecutivo, Gerónimo Ustarroz, mostró una vocación desenfrenada por defender a Canicoba Corral, según varios testimonios. Ustarroz es hermano del ministro del Interior, Eduardo de Pedro. No se sabe si el consejero estaba expresando la posición de su hermano, la del Presidente, la de toda la coalición o solo la suya. Iniciar una investigación significa nombrar a un instructor de la causa, que deberá hacer las indagaciones y reclamar las acusaciones y los descargos. Mucho tiempo pasará. Más tiempo ocupará luego la Comisión de Disciplina en redactar un dictamen.
El paso del tiempo es un enemigo del juez. El próximo 29 de julio, dentro de 50 días, Canicoba Corral cumplirá 75 años. Deberá renunciar porque no inició los trámites para que el Gobierno pida al Senado un nuevo acuerdo para él, según lo estipula la Constitución. El trámite debió iniciarlo cuando cumplió los 74 años. Ese artículo de la Constitución fue declarado nulo por la Corte menemista. Un hecho único en la historia. Aunque trataba el caso de un buen juez, Carlos Fayt, lo cierto es que hizo un zafarrancho jurídico cuando declaró inconstitucional a la Constitución. Pero la actual Corte Suprema restableció su plena vigencia en 2017. Los jueces se deben jubilar cuando cumplen los 75 años, salvo que cuenten con un nuevo acuerdo del Senado, estableció la nueva jurisprudencia de la Corte. Apareció otro debate: ¿los jueces deben renunciar cuando cumplen los 75 años o antes de cumplir los 76? La Constitución es clara: «Un nuevo nombramiento, precedido por el acuerdo, será necesario… una vez que cumplan la edad de 75 años». El propio Recondo, cuando era presidente del Consejo de la Magistratura, solía llamar a los presidentes de las Cámaras para advertirles que uno de sus integrantes estaba por cumplir los 75 años y que, por lo tanto, debía renunciar. Después del cumpleaños, sus decisiones no tendrían validez en la Justicia. El fuero contencioso administrativo está haciendo una advertencia parecida: los jueces deben irse cuando cumplen la edad máxima que indica la Constitución. Discutir si la Constitución quiso decir un día después de los 75 años o un día antes de los 76 es indigno. Canicoba Corral deberá irse, por lo tanto, dentro de un mes y medio. No hay tiempo ni para que el Consejo de la Magistratura termine la nueva investigación ni para que el Gobierno envíe al Senado un nuevo pedido de acuerdo y este lo apruebe fácilmente. Salvo que el Gobierno saque otro conejo de la galera, Canicoba Corral inició el tramo final de su larga y cuestionada carrera como juez.
Eventual, si no seguro, punto final para un caso que distrajo durante demasiado tiempo a la política. La economía y la pandemia no merecen semejante espectáculo. De hecho, en medio de los preparativos para salvar a Canicoba Corral (que al final no prosperaron), el Presidente anunció una nueva cuarentena, esta vez de 21 días. Nadie explicó con argumentos razonables por qué el nuevo plazo del aislamiento durará tres semanas. En todos los países que están superando la epidemia los plazos de cuarentena se renovaron cada 15 días. Es necesario un plazo corto para ir evaluando la evolución de los contagios y las muertes. También para ir liberando actividades productivas. El encierro no es gratuito para la salud psíquica de las personas ni para la reactivación de una economía con más signos de muerte que de vida.
Fue peor aún la advertencia del Presidente y del gobernador Axel Kicillof de que la cuarentena se levantará en aquellas ciudades o pueblos que hayan superado los 21 días sin contagios. ¿Igual condición regirá para el área metropolitana? Entonces estaremos en cuarentena hasta diciembre. España volvió a una casi normalidad cuando en los últimos tres días tenía entre 50 y 60 muertos diarios y entre 170 y 200 contagiados. Francia se adentró en la nueva normalidad con 30 muertos por día. Italia tuvo 55 muertos y 318 contagios en un día, apenas tres días antes de liberar a la sociedad de las ataduras de la cuarentena. Todos esos países ya habían bajado de la empinada cima de la pandemia. La cuarentena es una medida de preservación necesaria en este momento, pero el exceso es siempre un remedio fácil, caro e inservible.
Fuente: La Nación
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