La dichosa palabra
Desde hace un buen tiempo, dejó de atraparnos la programación televisiva y, con el destierro de los servicios de suscripción en Venezuela, como DirecTV, afianzamos definitivamente otros hábitos de entretenimiento personal. Reducida la oferta cultural que la pandemia ya ha finiquitado, por exigente que fuese la búsqueda, probamos con varias alternativas digitales.
Una de ellas, de vieja data, ocurrió en el campo musical, pues, completamente ajeno el país a las novedades, alguna noticia recibida pronto se tradujo en la muestra youtubeana del espectáculo que conmovía a una importante capital. Ampliamos el ensayo y, a pesar de las limitaciones que igualmente caracterizan a las redes, hemos accedido a géneros e intérpretes antes insospechados de varias latitudes.
Por supuesto, obligada incursión ha sido la de los libros, abriéndonos paso en el tupido y curioso bosque de los videos de los muy jóvenes promotores de los últimos títulos que evitan absurdamente incurrir en el supuesto delito del “spoiler”. Y, así, persistentes, superada la banalidad de los libródromos, hemos dado con importantes programas y canales, como “Libroteca” (Canal de la Ciudad), “El Librero”, “(Revista Leemas de Gandhi), “La belleza de pensar” (Radioaldea, Claudio Sanhueza, IDE, Alquímico), “La República de las Letras” (ídem), por no hablar de los antiquísimos relacionados con el cine. No obstante, especial referencia debemos hacer de las dieciocho temporadas de “La dichosa palabra” (Canal 22), que, además, nos coloca en el tablero de la degustación de sus distintas épocas.
Bibliotecúmenos, Laura García, Pablo Boullosa, Germán Ortega, Eduardo Casar y Nicolás Alvarado, abren de par en par las puertas del lenguaje hacia las más curiosas calles de la reflexión y de la emoción, por la bondad de una espontánea tertulia entre cuates con participación del público televidente, capaz de recrearnos cabalmente. Referenciados bibliográficamente los comentarios y el convincente ejercicio de la inteligencia nos lleva al sagaz gesto del humor, con una envidiable y oportuna incursión en el sarcasmo, en no pocas ocasiones; e, incluso, exploradas sus actuaciones individuales, consumados defensores del libro y sus prodigios, hemos ratificado nuestras modestas impresiones, por ejemplo, con uno de ellos, luego encargado de la TV cultural de la UNAM que se atrevió a cuestionar a Juan Gabriel y, aunque reconoció la impertinencia del momento, logró defenderse con el desenfado del crítico bienintencionado que no teme a la confrontación.
Aventajados, esta vez, por llegar tarde a la programación, observamos la evolución de la producción televisiva, la madurez alcanzada por los panelistas, añadido el diseño de sus últimas escenografías, fundada en los colores primarios, como el grato y original estribillo jazzístico que lo rúbrica. Luego, el confinamiento forzado en casa nos impele y ojalá, irregular en el país de un régimen de ágrafos, haya todavía señal para celebrar la dichosa palabra.
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