Sugerencia para una novela ajena
» – Seguro. Mire, vengo desarmado … Yo
quiero saber si algo que yo creo que me
pasó hace ,muchos años pudo ocurrir de
verdad o si son imaginaciones mías ..»
Leonardo Padura
(«Adios, Hemingway»)
Recientemente, falleció la señora Blanca Rodríguez, esposa presidencial en las dos oportunidades en las que ejerció Carlos Andrés Pérez. Es decir, fue “Primera Dama de la República” de acuerdo a una curiosa nomenclatura importada, teñida también de frivolidad mediática, en mucho compensada por el desempeño de la presidencia de la Fundación del Niño, décadas atrás, dándole otra connotación a la sola circunstancia marital; por cierto, entidad quebrantada en el presente siglo, consabida la otra denominación no menos presuntuosa: “Primera Combatiente”, en la que cabe alguna línea de Michel Foucault sobre la microfísica alcobeana del poder.
La noticia nos remite a una etapa de la vida republicana que también se va con ella, la de las grandes bonanzas y la de una tardía y traumática rectificación, cuyo fracaso nos trajo a un presente nunca antes sospechado. A la postre, los vencedores todavía insisten en la versión patológica de un pasado ya prácticamente indocumentado, porque hemos perdido, olvidado o desconfiado de los referentes que muy bien cuestionan la supuesta hazaña de la militarada socialista que hundió a la otrora potencia petrolera.
E, igualmente, nos conmueve, porque ella deja una familia que se supuso acaudalada hasta el hastío, trastocado el erario público en fuente exclusiva de una ambición desmedida, en lugar de la verídica sencillez de vida y de las penurias de las que, por estos años, nos hemos enterado en torno a la familia Pérez Rodríguez. Huelga comentar, en contraste con los antiguos denunciantes, los actuales prohombres del poder de incontables extravagancias, cuya rapiña los ha hecho acreedores de sendas sanciones internacionales.
Queda una biografía perfectamente novelizable, a sabiendas de lo dicho por Octavio Paz sobre la literatura que da mejor cueta de la realidad que el cientista social. A un género tan exigente complejo, la basta un detalle, cual punta del hilo que halará todos los acontecimientos para una magistral metáfora requerida del buen y probado talento del escritor que no somos: quizá partiendo de una escena de La Casona atropellada por el fuego de artillería en 1992, cuya estridencia tan parecida a las carcajadas de la adulante esposa de un empresario que muy después le negaría el saludo en un encuentro accidental, la sacó de sus cavilaciones en torno a la situación conyugal mientras atendía al nieto; quizá el recuerdo de una vieja mascota de su pueblo natal que no enfermaba, como la que tuvieron en la vieja casa custodiada por orden de su ministerial marido, en los duros años sesenta.
Transitamos una situación semejante a la Cuba que demolió el pasado para la reelaboración interesada de la larga dictadura, obligado Mario Conde a indagar si fue cierto que alguna vez conoció personalmente a Ernest Hemingway, registrado magistralmente por Padura. Por ello, también apostamos por una corriente distinta y alterna a la consabida novela de los dictadores, yendo a las otras aceras ya escasamente documentadas.
Fotografía: Tomada de la cuenta facebookeana de Ramón Alberto Rivero.
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