De un calculado abismo generacional
Tardando los hornos nos entretuvimos al conversar con algunas personas en una panadería que se esmera por asegurar el debido distanciamiento físico entre las personas. Sin dudas, merma la clientela por los precios cada vez más altos, pero el retraso de la poca producción que se permite genera una cierta ilusión de éxito para un local que a duras penas se mantiene.
Inevitable fue comentar sobre la actualidad con algunos jóvenes que promedian la veintena de edad. Le fastidiaba a uno de ellos, cumplir con un encargo de la casa y, a otros, le sorprendía que los más adultos incluyeran en su diaria faena de niños lo que se conoció como el mandado, toda una institución que, además, supo de la ñapa de caramelos.
El abismo generacional de la muestra, no apunta a las ideas contrastantes de acuerdo a la fórmula orteguena, por ejemplo, pues, sentimos en ellos hay una mayor confusión y heredada perplejidad al repetir las consignas oficiales en boga, aunque discrepen de la dictadura que reconocen como tal. Hay, por supuesto, modos, conductas e intereses distintos, pero – sobre todo – vivencias que les sorprende.
Conocen por la tradición oral de la familia que hubo un país muy antiguo, de veinte años atrás, en el que todo el mundo iba al cine, andaba seguro hasta tarde en la calle, empleaba las monedas metálicas y de papel para pagar cualquier cosa, añadido un restaurante que, al menos, un modesto empleado bancario, visitaba una vez al mes. En los anaqueles, no sólo se exhibía la leche pasteurizada de uno, medio y un cuarto de litro, sino que el problema era el de elegir una marca, además de la posibilidad de adquirir una buena pinta de vez en cuando, así fuese fiada, o tener a la mano un balón de fútbol o un guante de béisbol, o de lucirse en una fiesta cumpleañera, en el caso de no probar a bailar en el club nocturno de moda.
Evidentemente, destaca una brecha generacional que responde al quiebre de la memoria deliberadamente auspiciada por el régimen que también deliberadamente quebró al país, tratando de desfigurarlo social y económicamente, por siempre. Sin embargo, hubo dos testimonios que llamaron nuestra atención, ya con la bolsa de canillas en la mano: una, recuerda al tío que salió de la pobreza con sus estudios de medicina y, ahora, viejo, está reducido a la casa con una jubilación de hospital público que no le alcanza para nada; y, el otro, al papá que se empleó como buen mecánico de carros que todavía les habla de los viaje de Margarita con sus chiquitines.
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