Irrepetible delincuencia
Impresión acaso ingenua y universal, los crímenes del pasado lucen benignos respecto a un presente en el que despuntan escabrosos y, más de las veces, de imperceptible autoría, por no hablar de una franca impunidad. Si fuere el caso, los móviles personales y sociales son distintos en el marco de una sociedad cada vez más compleja y, villanía aparte, suelen también explicar la dinámica del poder político.
Una somera revisión de la vieja prensa, sorprenderá por el escaso calibre de los delitos más frecuentes, e – incluso – la fama adquirida por ladrones que también rozaban la ingenuidad, medianamente reformados, como lo fue “Petróleo Crudo” de una – hoy – inimaginable celebridad. Tenemos la impresión de actos menores contra la propiedad y algunos, los pocos, muy macabros contra las personas, escandalizados por el sorpresivo hallazgo y detención de los escasos marihuaneros, por siempre hábilmente ocultos los más elevados de “cuello blanco”.
De no recordar mal, hubo un boom – entre los ’70 y ’80 del ‘XX – de aquellos que, al retirarse, contaron sus fechorías, como Félix Vargas (“El Cumanés”), terror de los casinos; o recogieron el testimonio delincuencial que novelaron, como el periodista Gustavo Santander, para dar paso a una película de Clemente de La Cerda; además, seguramente conocedores de Pedro Serrano (“Barrabás”), quien pasó de la cárcel a la cuentística de buen cuño. Supieron del éxito editorial y cinematográfico en nuestro modesto, pero sostenido, mercado editorial y cinematográfico que despuntó con las bonanzas petroleras de entonces.
Una vieja ilustración de la diaria prensa muy bien ejemplifica un rasgo propio de los países de más avanzado capitalismo, en el que incurrimos. Pardo (El Universal, Caracas, 02/05/78), cuyos trazos técnicamente novedosos y comentarios ingeniosos pasaban inadvertidos, en contraste con otros ilustradores crónicamente agasajados por la izquierda marxista y cultural, es demasiado elocuente al respecto.
Lejos de una apología del delito, ahora éste se ha organizado de tal manera que está confundido con el Estado, dándole una siniestra característica. Los apostadores jamás temen perder, porque hay de sobra para reponer un vicio galáctico; o, los robadores de vocación, simplemente se revelan como tales para ganar un prestigio que socialmente nos lleva al suicidio.
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