Ni el WhatsApp del Papa

«Tenemos las goticas milagrosas. Neutralizan el ciento por ciento del coronavirus».

(De Nicolás Maduro.)

La pandemia no deja de producir efectos. De más está aclarar que nada supera el horror de los millones de muertes que se ha venido cobrando en el mundo. Pero hay otras consecuencias, dicho con todo respeto por todas las víctimas, que nos está dejando el Covid-19: las goticas mágicas de Maduro, las epopeyas de Aerolíneas con sus aviones semivacíos de vacunas rusas y el dominio de un glosario de términos que ruborizaría hasta a Hipócrates.

Hace poco más de un año, nadie hablaba entre nosotros de confinamiento, ASPO, Dispo, hidroxicloroquina, inmunidad de rebaño, ivermectina, sopas de murciélagos, Wuhan o gobierno de científicos.

El único animal que estaba en boca de todos era un gato al que querían subir a un helicóptero antes de las PASO, porque el felino no garantizaba la impunidad -no la inmunidad- de los aislados en Ezeiza.

Nadie imaginaba lo que se vendría, ni Ginés, que creía que el coronavirus era una enfermedad de los reyes y sus tiaras. Pero llegó. Y entonces empezamos a usar tapabocas e improvisamos tapaojos con botellas de gaseosas atadas con elástico de la mercería, hasta que un día alguien se avivó y empezó a fabricar unas mamparitas individuales tan caras como blindex de entidad bancaria.

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El lenguaje tampoco quedó a salvo. La Real Academia Española se vio obligada a incorporar vocablos como cuarentenear, desconfinar y desescalada. Y usamos Zoom para discursear sobre teletrabajo, incubación, asintomático, alcohol en gel, PCR, hisopado y aplanar la curva.

Ahora que hay vacunas -pocas, pero hay- también se habla de la «turnera», algo así como una tómbola donde, si Putin quiere y Dios dispone, nos podrían dar turno para la primera dosis antes del próximo eclipse solar, en 2048.

El que está contento es Maduro en Venezuela. Dice que descubrieron unas «goticas mágicas» que borran el Covid. Qué pana (amigo) audaz el líder bolivariano. Todo está chimbo (malo) con ese guachimán (vigilante), que alardea de chévere. Es lo mismo que le pasa a Pietragalla, nuestro secretario de Derechos Humanos, un chamo (muchacho) simpatiquísimo que se compró el relato de que Insfrán es más bueno que Lassie con bozal de hierro.

A falta de goticas mágicas, contamos con las oraciones del Papa, que es nuestro y se «guasapea» con Dios. ¿Ni eso sirvió? ¿Cómo que Francisco se aplicó la Pfizer y no la Sputnik? ¡Pero qué vaina, chamo, qué vaina!

Fuente: La Nación

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