¡Abajo cadenas!
Crónicas del desconsuelo
Hace ya muchos años , temprano por las mañanas, en la puerta de nuestra casa familiar ubicada en la parroquia La Pastora nos dejaban el litro de leche pasterizada marca Silsa o Carabobo, y el periódico El Nacional – en ocasiones El Universal – que nos traía inmancablemente un señor de apellido Rada desde su quincalla ubicada en la esquina de Providencia. Un portugués joven y amable llamado Milton desde su panadería familiar ubicada por la zona del Mercado, en un sidecar bastante rústico que ya para aquella época era una pieza de museo, nos traía el pan caliente de a locha en una bolsa de papel de estraza. Pero, igualmente, también llegaban a nuestra puerta Las Cadenas que a diferencia de todo lo demás, alguien sigilosamente deslizaba bajo la puerta al amparo de las sombras de la noche y cuando uno menos se lo esperaba.
Las cadenas a las que me refiero no eran de oro y plata, no. Escasamente, algunas de ellas traían pegado en uno de los extremos del papel un mediecito de plata. Consistían éstas en unos mensajes escritos a mano en un papel medio ajado que evidenciaba el constante manoseo y que rezaba más o menos así:
“Pedro Núñez recibió esta cadena y se burló de ella, al día siguiente su casa se prendió en fuego y lo perdió todo. En cambio
Miguel Angel Torres pasó esta cadena a diez personas y a los dos días ganó la lotería. No la interrumpas. Escribe diez copias y reenvíalas”. ( )
En ocasiones, el feliz o desafortunado destinatario podía ser alguien conocido, como para legitimar la empresa. Y así, a rajatabla y sin ton ni son, debías replicar el mensaje en el menor tiempo posible. Quedaba a la libre escogencia si lo hacías a mano, en máquina o con papel carbón. El tono amenazante de estos mensajes era un tanto escandaloso y asustaba a una adolescente como yo que salía corriendo a mostrárselo a la mamá, quien poco dada a supersticiones prefería poner de lado semejante tarea y continuar con las labores del hogar. Por temor a ser víctima de las amenazas que se le hacían a negligentes o herejes, aunque no recuerdo con precisión, seguramente debo haber asumido en algún momento el papel de eslabón en la transmisión de los misteriosos mensajes.
Mi experiencia con las cadenas estaba revestida de un sentimiento deudor, muy cristiano por cierto; ese que te hace sentir como si siempre debieras algo. Sin embargo, más temprano que tarde, terminé valientemente huyendo de ellas. Así como lo hice de unas señoras en faldones largos que en número de dos y a veces hasta de tres nos visitaban los domingos por la mañana para difundir con un verbo encendido y a torrentes el mensaje de Jehová, un dios un tanto violento y amenazante. Las susodichas señoras solían prodigarse en ofrecimientos tentadores que incluían las delicias de la vida eterna, pero sólo para el que acatara y se portara bien. Y antes de retirarse hasta el próximo fin de semana, le brindaban a uno un periodiquito llamado La Atalaya que como la misma palabra lo indica te advertía a manera de un vigía de los peligros y amenazas a los que usualmente estamos sometidos en este mundo de tentaciones , junto a las recomendaciones para salir del atolladero. A diferencia de las cadenas, La Atalaya venía en unas cuantas hojas debidamente impresas e ilustradas con dibujos sugerentes.
Las Cadenas solían ser anónimas, aterradoras y algunos pensaban que hasta pavosas. Estas hunden sus raíces en tiempos inmemoriales. Se han descubierto indicios de su feliz existencia en la antigua Edad Media y aun mucho más lejos en el tiempo en las escrituras, donde en un lenguaje metafórico, el Apocalipsis en tono amenazante dice“…Y si alguno quita de las palabras del libro de esta profecía, quitará Dios su parte del árbol de la vida” (22:19) También hay reseñas que señalan que hacia los años 1935 y 1936 en los Estados Unidos la moda de las cadenas generó una verdadera histeria colectiva a la que algunos medios de comunicación y autoridades intentaron salirle al paso, con resultados no del todo exitosos.
Existen una variedad de cadenas, generalmente no tan anónimas y bastante más dramáticas que las del papelito manoseado debajo de la puerta: Son las que el mal llamado Benemérito Juan Vicente Gómez le pegó sin compasión a los disidentes u opositores, los cuales iban a parar a La Rotunda. Frases como “ya Chavez se encadenó”, “el presidente está encadenado” o “Se nos jodió la novelita” han sido frases comunes en nuestro país durante muchos años. Sin embargo, bien visto el fenómeno, quienes realmente estaban encadenados eran los televidentes y quienes asistían a los encuentros con el presidente como parte de la comitiva. Estas cadena se hacían eternas y aun así, y a pesar de sus detractores, había muchos que se dejaban poner los grilletes con absoluta devoción.
Cuarenta o cincuenta años después los habitantes de esta Aldea global que somos a través de las redes sociales recibimos una información realmente inabarcable. Y, así como el pan, el periódico y la leche que nos dejaban en la puerta de la casa, a través de las redes sociales nos llegan cadenas que siguen siendo anónimas pero que ya no nos asaltan en las sombras de la noche bajo a la puerta de la casa sino que se hacen presentes a calzón quitao, y a cualquier hora del día. Y es que pasando por las planas y el papel carbón hasta el whatsapp y el Twitter, desde tiempos inmemoriales las cadenas se han trasladado en caballo blanco hasta nuestros días. Buena parte de estas continúan teniendo un carácter marcadamente religioso. Son las que traen oraciones, reglas para vivir, objetos para la buena suerte como el conocido cuerno de la abundancia, e imágenes de santos y vírgenes. Con un estilo semejante a las tradicionales e igual de incitantes que las primeras, las hay que difunden mensajes sobre movimientos sísmicos, y desastres naturales, desapariciones de niños y adolescentes, y ancianos extraviados con claros signos de alzhéimer. Solo para mencionar algunas. La manera como son presentadas tienen el tono amenazante o prometedor de los papelitos que antaño llegaban manoseados debajo de la puerta. Al punto que el Papa Francisco desde el Vaticano difundió un mensaje donde invita a la gente a no hacerse eco de amenazas pues contradicen el espíritu de la religión y las enseñanzas de Jesús.
Y uno se pregunta ¿En qué consiste el poder de convocatoria de las cadenas y su permanencia en el tiempo? Según estudios realizados, no importa realmente su contenido. Lo importante de estos breves especímenes parecidos a un virus capaz de reproducirse de manera exponencial, es su poder de replicación.
A través de las redes sociales como en una especie de vorágine y con gran poder de convocatoria llegan a nosotros día a día muy variada información: Stickers según sea la ocasión ;los hay para escoger. Noticias a granel, muchas de ellas de fuentes poco confiables, que incluyen los llamados fakes new; textos y informaciones sobre temas de interés asociados a la actualidad pongamos por ejemplo todo lo referente al Covid 19, o las elecciones de los Estados Unidos, recomendaciones de todo orden que buscan reglamentar tu vida, imágenes bellas y también sorprendentes, historias, chistes y variado divertimento, solo para mencionar algunas cosas. Y es allí cuando los usuarios nos vemos encadenados al rebotar o replicar muchas de estas informaciones con una inversión de tiempo considerable, y sin saber muy bien por qué. Y no puedo dejar de experimentar actualmente el mismo sentimiento deudor y de estar atado como con las cadenas de antaño frente a estas cadenas más sutiles y con nuevos ropajes.
De esta manera como en una especie de calistenia colectiva, en una ilusión de participación, de estar acompañados y debidamente informados nos sentimos atraídos como las polillas a la luz entorno a estos mensajes que se replican una y otra vez y donde resaltan por encima de contenidos veraces su carácter de divertimento, lo lúdico y las emociones que suscitan. No puedo dejar de relacionar el carácter de esta experiencia en las redes sociales con la crónica roja de los periódicos tradicionales y de la llamada prensa amarillista. Los cuales tienden a presentar los hechos de manera que produzcan sensación o emoción en detrimento del análisis o la reflexión. Al público le parece, cuando replica ciertas informaciones, estar colaborando con asuntos relevantes. Sin embargo, estas formas de replicación son solo especies de bálsamos que quitan la atención de asuntos realmente relevantes. Se despierta así más el interés del público hacia el morbo, el impacto sobrecogedor de los hechos violentos y hacia asuntos de poca trascendencia. A la vez que se juega a decirle que cosas tienen que pensar, y como somos muchos pensando lo mismo al final nadie termina por pensar.
Sujetos, a manera de eslabones y con la ilusión de libertad formamos parte de la transmisión del movimiento de una gran maquinaria. A las formas del poder sea cual sea este le conviene convertirnos en anillos entrelazados entre sí. Que vayamos replicando una y otra vez un mismo movimiento. Así, de manera casi imperceptible vamos participando como de una centrífuga que va borrando los contornos que nos definen como individuos. Convertidos en masa nos hacemos más vulnerables y fáciles de manejar. Pero, ante esto no debemos dejar de olvidar que la principal cadena es la del miedo. Más sutil, muy antiguo y altamente peligroso. Habita en ese territorio común de la humanidad desde el tiempo del mamut y la cueva. Y lo dispara la adversidad y si lo alimentamos, crece como la hiedra.
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