Del mojarse al empaparse
Hable, escriba. Bien. Muy bien. Pero piense antes de hacerlo. Que nada pasa. Todo queda. Y más en estos tiempos de tecnologías que nutren esa «maldita hemeroteca».
Sepa usted que el alma nacional es inasible. Nadie, por poderoso que sea o se sienta, puede encarcelarla. El régimen hace esfuerzos impresionantes para aplastar a la gente. Y presume de haberlo logrado. A punta de carencias pretende que las personas dejen de ser fuertes y autónomos ciudadanos y pasen a ser débiles siervos que lamen zapatos y botas a cambio de migajas. Y muchos creen que lo ha logrado. Bien harían en repensarlo.
Estamos en un modelo medieval, de señores feudales y siervos de la gleba. Por eso, en medio de la tragedia de no tener vacunas en mínima cantidad, a la ex de Chávez la vacunan. Es un claro ejercicio de abuso. Pero es más. Es la bofetada de la burla. Los señores feudales restregando su superioridad y publicando su accionar para que todos veamos su poder. Ah, pero la lealtad de un siervo es endeble, fracturable. Y harán bien los poderosos en cuidarse de esos siervos que no hablan. De los que parecen sumisos.
Flota la pregunta del hasta cuándo. Eso no lo sabe nadie, ni los más avezados. Pero todo en la vida tiene un límite. En ciertas estructuras se produce la «fatiga del metal» y, zas, de un minuto a otro se derrumban. Así mismo las sociedades se hartan, se aburren, se fatigan. Claro, todo tiene antecedentes y las cosas no ocurren de la nada ni por generación espontánea. No hay que ser lector de cartas del Tarot o las runas ni hace falta examinar decenas de encuestas para sentir el gruñido de una sociedad cuyo aguante se agota por minutos. Un par de semanas antes de la caída del muro a cualquier berlinés oriental de calle le hubieran preguntado hasta cuándo y no hubiera podido ponerle fecha en el calendario. Pero cuando ocurrió en cuestión de minutos cientos de personas llegaban al sitio, se trepaban y tumbaban a pedazos el muro de la opresión. El alma es inasible.
Claro, la incertidumbre produce angustia y ansiedad. La incapacidad para planificar nos agobia y desgasta. Estar en constante «modo de supervivencia» ordeña el cuerpo, el intelecto y el espíritu. El no saber hace que nos cueste mucho imaginar una sociedad sin estos terribles dolores y carencias. Pero hay que llenarnos de perseverancia, de paciencia, de ánimo. Insistir y persistir sin desfallecer. En su libro, «Luz y sombra de mi vida», Klara Ostfeld narra su compleja existencia y nos muestra los rincones de su alma que no se rindió ante la adversidad. ¿Por qué no se rindió? Porque su alma era indómita, no amaestrable, inasible. ¿Saben qué? En los palacios y cuarteles habitan los amaestrables, los esclavos de sus bajas pasiones y sus metas tan banales, vanas y pedestres, de sus metas sin trascendencia, irrelevantes y prosaicas. Buchones de dinero robado son empero pobres infelices.
Nunca nada importante se ha logrado fácilmente. Ni sin sacrificios. Indigna; peor aún, duele. Lo sé. También me hierve la sangre y me duelen hasta las pestañas. Y dolerá más. Siempre están tramando algo. Algo aún más turbio y retorcido. Hay que preparar el cuerpo y el alma. Construir esperanza, entendiendo que ella no es algo suave que se cuela despacito. La esperanza es una magna obra humana hecha con el material más fuerte, flexible, resistente. La desesperanza en cambio es un castillo construido con ladrillos de arena.
No se trata de sentarse a concluir que los unos son tan horrorosos como los otros. No se trata de apoltronarse en los cojines de la crítica. No se trata de decir todo lo que está mal y echarle la culpa a todos menos a uno mismo. Pregúntese usted: ¿Cuántos de los tantos que dictan cátedra y pontifican sobre política tienen liderazgo político? ¿Cuántos de esos pasan de la involucrada opinión a la comprometida acción? ¿Cuántos pasan de mojarse los pies en la orilla a lanzarse a nadar en el mar? Ah, si todos los que pontifican sobre política alguna vez hicieran política.
Si a usted le parece que lo que se hace no sirve, pues proceda usted a tomar el toro por los cachos. No se quede en el decir, pase al hacer. Que hay una enorme diferencia entre mojarse y empaparse. No sé qué es un libre pensador. Sí sé que no es más libre quien menos se compromete. La vida es preocuparse y ocuparse, involucrarse y comprometerse.
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