Editorial #553 – Más de un año de daño
Los infectólogos no pueden ser los que definan las medidas de un gobierno
Escuelas sin alumnos, negocios sin clientes y calles vacías. Ese es, nuevamente, el desolador panorama de nuestros países ahora que estamos comenzando la segunda ola de la pandemia.
Mientras algunas naciones ya están empezando a salir de este oscuro y largo túnel (Israel, por ejemplo, anunció el fin de semana que ya no es obligatorio usar barbijo al aire libre, mientras Dinamarca permitirá el público en estadios de fútbol y adelantará la apertura de actividades recreativas), nosotros recién estamos comenzando a transitar lo que puede ser la peor parte de esta historia.
Los números así lo demuestran. En los últimos días, en Brasil se superó nuevamente el promedio de 3.000 muertes diarias y Argentina batió record de contagios, con 29.472 casos nuevos el pasado viernes, el mayor número para un solo día desde que se inició la pandemia. Así, si uno analiza cada uno de los países en el continente, la gran mayoría muestra un complejo camino por recorrer.
La situación es tan mala, que los gobiernos son los únicos que podrían empeorarla. Parece ser que eso es justamente lo que está ocurriendo, ya que el manejo de la crisis sanitaría el año pasado fue deficiente, pero el proceso de vacunación que empezó hace algunos meses está siendo peor.
No solo porque nuestros gobiernos han demostrado ser poco efectivos en conseguir el número de vacunas necesario para avanzar con celeridad hacia la inmunidad de nuestra población, sino porque incluso el manejo de las pocas vacunas con las que cuentan nuestros países se ha visto manchado con corrupción, favoritismo, ineficiencia e ineptitud.
Otro aspecto que se suma a lo anterior y que tiene que ver con cómo enfrentaremos la segunda ola es la inexplicable manía de insistir en los errores del pasado. Por ejemplo, los estrictos y largos encierros que han tenido efectos devastadores en la economía y la salud mental de la gente, pero muy pocos beneficios en cuanto a evitar contagios y muertes.
Si algo debimos haber aprendido en más de un año de pandemia, es que los infectólogos no pueden ser los que definan las medidas de un gobierno. Desde el principio de esta crisis venimos insistiendo en que los gobiernos deben contar con equipos multidisciplinarios (compuestos también por psicólogos, economistas, educadores, etc.) para poder tomar decisiones que velen por el bienestar integral de los ciudadanos.
Han sido meses duros para todos, pero sobre todo para los más vulnerables. Para los trabajadores, para los emprendedores, para los más pobres y para los niños.
Ya llevamos más de un año de daño. Y lo que falta.
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