Talento de letras y teclas
Don Manuel Antonio poseía un gran talento musical, pero la vida lo guió por otros caminos que desviaron su andar en eso de convertirse en compositor afamado del piano, pues era dueño de talento suficiente para haberlo sido.
Cursó breve paso por los ámbitos de la política nacional, pero demostró su verdadera vocación era pedagógica en 1841, durante el segundo gobierno del general José Antonio Páez, cuando inauguró, el primero de septiembre, el “Colegio Roscio”, ubicado en la casa número 15 de la antigua calle de Zea.
Años más tarde, con la colaboración del doctor Manuel María Urbaneja, publicó la traducción del “Catecismo Razonado, Histórico y Dogmático, por el Abate Theriou”, así como la “Introducción al Método para estudiar la Lengua Latina, por J.L. Bournouf.”
Luego de eso, editó en la imprenta “Carreño Hermanos”, el texto que lo ascendió a la fama como precursor de la buena educación. Un libro titulado “Manual de Urbanidad y Buenas Maneras… Para el uso de la juventud de ambos sexos. En el cual se encuentran las principales reglas de civilidad y etiqueta que deben observarse en las diversas situaciones sociales; precedido de un breve tratado sobre los deberes morales del hombre.”
El Manual de Carreño contiene lecciones y consejos sobre cómo deben comportarse los individuos, tanto en lugares públicos y privados. Sugerencias para manejarse de modo elegante dentro del hogar, la escuela y puestos de trabajo. Esbozando con palabras el arte de cómo portarse en la mesa, cortejar a una damisela, bailar, aplaudir, tocar la puerta, y hasta cargar un ataúd. Por ello se convirtió en texto obligatorio de todos los venezolanos durante varias generaciones. Algunos sabios afirman que hasta se conoce como la biblia de los buenos modales para las abuelas de América latina.
Quienes tienen una copia en su biblioteca y han gozado del placer de leerlo, afirman que eso de la “etiqueta” significa ser dueño de una tarjeta de presentación que muestra el nivel de educación cultural y profesional del individuo. Que gracias a ese libro han aprendido varias cosas interesantes, por ejemplo, eso de cómo amarrar el caballo apropiadamente al botalón afuera de casa de la novia, para no quitarle el puesto a las bestias de los futuros suegros; que se debe prestar atención a quién habla y no tomar puntos de vista muy extremos sobre política, sexo y religión; o aquello que la costumbre de andar por la calle con un perro es enteramente impropia de personas bien educadas.
Pero no todas las sugerencias del manual de don Manuel son tan anticuadas, puesto que todavía es una imperdonable grosería separar del pan parte de su miga, para traerla entre manos, formar pelotillas y arrojarlas a las personas; emplear los dedos para limpiarnos los ojos, oídos, dientes, ni mucho menos las narices, ya que la persona que lo hace excita un asco invencible en los demás; y siempre, pero siempre, el invitado a una cena o cóctel debe presentarse con un regalo o algún detalle.
Su hija Teresa nació el mismo año que Carreño publicó el texto que lo llevó a la fama como escritor. Su afición por la música le llevó a darle lecciones de piano a la niña desde su más tierna infancia, tiempo en el cual demostró una facilidad, genio, y talento excepcional para concebir el arte melodiosa. A los cinco años, la pequeña ya tocaba piezas de Mozart enteras, y sentaba a sus muñecas junto al piano para improvisarles conciertos de lo que llamaba “óperas”.
Lo que pocos saben es que su obra más célebre fue dedicada a la música, un cuaderno titulado 500 Ejercicios para Piano, escrito para la chiquilla, ya que, apenas cumplió los seis, el padre vio llegado el momento que iniciara clases sistemáticas y metódicas de piano, que las comenzó a impartir él mismo, hasta que se percató Teresita progresaba a tal ritmo, que ya no le podía dar más lecciones, pues la alumna se había convertido en maestra. Entonces decidió buscar la ayuda de Julio Hohené, afamado pianista extranjero residenciado en Caracas, quien la enseñó a tocar las primeras obras de Frédéric Chopin y Felix Mendelssohn.
Las cosas marchaban armoniosas, sobre teclas y cuerdas, como diría un bardo, hasta que se produjo el estallido de la guerra federal. En mayo de 1861, el presidente Manuel Felipe Tovar, lo nombró como Ministro de Relaciones Exteriores. En agosto del mismo año, el presidente encargado, Pedro Gual, lo designó Ministro de Hacienda. A los pocos días de eso comenzó la dictadura de Páez, y el país se terminó de prender en llamas, dejándolo en una posición comprometida.
Observando las dificultades para continuar haciendo vida en Caracas, así como el inmenso potencial de su hija, don Manuel decidió abandonar el país, embarcándose, el 23 de julio de 1862, junto a su familia desde La Guaira hasta Nueva York.
A los pocos meses de llegados, Teresita, que todavía no había cumplido los diez años, dio su primer concierto la noche del 25 de noviembre en el Irving Hall, dejando perplejos a todos los presentes en el teatro. Decir que la crítica se deshizo en elogios sería una atenuación, ya que, hasta Louis Moreau Gottschalk, gran pontífice del piano en los Estados Unidos, se interesó tanto en el talento de la chiquilla, que se ofreció a darle clases y, en enero de 1863, la tenía tocando como solista con la Orquesta Filarmónica de Boston.
Así comenzaba la leyenda del prodigio musical de Teresa Carreño.
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