La presa política
La democracia no es fácil. Requiere ciudadanía muy avanzada. Supone compromiso vitalicio y siempre planteará desafíos. La democracia exige oficio y destreza en lo pequeño y lo cotidiano, y también en lo grandioso y en lo magno. La democracia te dirá que, si quieres libertad, pues tendrás que hacerla parte de ti, educarte en ella, sudártela, ganártela a pulso. Y no te la pondrá cómoda. La democracia es un reto a la madurez de quienes quieren gobernar, legislar, administrar justicia, de quienes han sido encomendados con la tarea de gerenciar un libre, transparente e imparcial sistema electoral, y en suma de todos los que aspiran el poder. La democracia es política de primer nivel.
En realidad, en la mayoría de los países democráticos (los que realmente lo son) los ciudadanos la aprecian y la entienden, aunque no usen palabrerío rimbobante ni para expresarse tengan que recurrir a citas académicas en griego y latín. Para los ciudadanos la verdadera democracia es un sencillo sistema de respetos. A muchos políticos les cuesta entender que la gente lo que quiere es tener una vida buena, con trabajo decente y productivo, que les permita mantener a sus familias. La gente quiere vivir en paz, vivir de su trabajo, vivir en concordia. Quiere que sus derechos sean respetados. Quiere que la traten con respeto. Un sistema que permite, fomenta o tan siquiera tolera el irrespeto no es democracia. Todo eso, que suena tan elemental, pues resulta que algunos (poderosos) no lo entienden.
La democracia no es un pesado e incomprensible libraco compendio de ideas enrevesadas que solo entienden unos pocos muy letrados. La democracia es una novela que siempre se está escribiendo, en cuyos capítulos estamos todos porque es la novela de todos nosotros.
A no confundirnos. Lo que está fallando en Venezuela y en muchos países no es la democracia. La torta la están poniendo los que la pretenden convertir en una coartada diseñada a imagen y semejanza de su propia mediocridad. Los políticos que se escudan tras ella para esconder su notable carencia de principios y valores. Los uniformados que convierten a la palabra «patria» en una infeliz y desgastada muletilla. Los empresarios que no sabrían competir en un mercado sin prebendas. Los profesionales que se saben de medio pelo y que festejan el peor es nada porque les conviene.
Hay muchas cosas que ponen de bulto cuánto y cómo los que conducen el país lo están haciendo mal porque irrespetan a la democracia. La destrucción del aparato productivo, la corrupción que ya no se molestan en maquillar, la violación abierta de derechos humanos, el robo de miles de millones de dólares, la entrega de territorio a la guerrilla y la delincuencia, el abandonar al país a su suerte en el enfrentamiento a la pandemia, la confiscación de las instituciones del Estado, la burla constante al pueblo que padece calamidades infinitas, el mirar a los ciudadanos de a pie con desprecio y desdén y suponerlos sus siervos de la gleba, los esclavos de esa vagabundería bautizada como la revolución.
De nuevo, no es la democracia la que falla. Son ellos. Ella, la democracia está ahí, esperándonos. Dispuesta a darnos el país que necesitamos, de permitirnos ser los ciudadanos que queremos ser. No hay que reconstruirla. Hay sí que sacarla del encierro oscuro y maloliente en el que tan convenientemente la han metido. La democracia está presa; es presa política. Nos toca liberarla.
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