VIVIRÍA EN LOS ROQUES… ¡PERO UN RATICO!

Por Fabiola Ferrero

 

losroques5La tortuguita asomó su cabeza a pocos metros de nuestra lancha. Aunque no nos pudimos acercar mucho, me emocioné de ver a esa concha verde oscura asomarse entre tanto azul. “¡A esas las matan cuando hay fiestas!” me corta la nota por completo el lanchero. Y arranca a enseñarnos el resto de las islitas.

 

Los Roques es un cristal derretido. El agua te llega a las rodillas así camines por un buen rato, mientras toma tonos azulados y verdosos.  La calma es tanta que si hablas en voz baja te pueden escuchar perfectamente a 100 metros. La arena blanca parece talco de lejos y el mar, cual plato, deja que nades en él como si fuera una piscina.

 

Un paraíso total… pensé yo. “Ni tanto, es bueno por un ratico” dice quien maneja la nave flotante de madera. Otra vez cortándome la nota. Yo me dedico a saltar de la lancha cada vez que se detiene en los distintos “Squí” (Madrisquí, Rasquí, Francisquí).

 

Para mi es increíble, ¿qué querrá decir él con “sólo un ratico”?

 

– “Es muy tranquilo” me dice. Como si para un caraqueño la tranquilidad fuera algo malo.

 

– “¿Qué te falta? ¿Tráfico?”  Le pregunto irónicamente.

 

–  “Coño, sí. Que le menten la madre a alguien de vej en cuando”.

 

Me sonó lógico su punto, pero él continúa:

 

-“¿A quién chocas acá? ¡Es muy jodío chocar en el mar! Además, siempre ves las mismas caras”

 

roques2¿Y los turistas? Pensé yo. Son 100 caras distintas por día.  Pero entendí lo que quiso decir. Estar informado también es difícil, porque –cosa que no sabía- aquí no venden periódicos. Ni uno. Aunque para mí, eso lo hace aún más perfecto.

 

Así pasé los dos días siguientes: En un calor inclemente, el sol no se esconde ni un segundo y el único refugio son los tolditos en la orilla que a eso de las 12, no son tan eficientes.

 

Estoy sudando como loca, me pongo el sombrero y al rato me lo quito porque me da más calor, y me meto repetidamente al mar que, al menos, es bien frío. Las gotas de agua cuando salgo se confunden con las gotas de sudor. Debo estar bien saladita.

 

No puedo parar de ver el reloj, que vengan ya a buscarnos… Resulta que en ninguna de las islitas hay baño. “Tocará resolver” pienso, y no pude evitar darle un poco la razón al lanchero.

 

 A pesar de todo, sigo diciendo: “Yo pudiese vivir aquí”, porque como escuché a otro visitante “Es tan bello que no parece Venezuela”. De repente, se fue la luz. Me siento de nuevo en mi país. Está bien lanchero, tú ganas.

 

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