Chile: murió el paradigma
Hace seis meses, nadie habría pensado que pasarían a la segunda vuelta en las elecciones presidenciales chilenas José Antonio Kast y Gabriel Boric, ni que llegaría tercero Franco Parisi, primer candidato latinoamericano que hace su campaña a través de internet, desde Alabama, sin pisar el territorio de su país.
Tampoco se habría pensado que los candidatos de las dos coaliciones políticas que gobernaron el país los últimos cuarenta años saldrían en cuarto y quinto lugar: el candidato de la coalición de derecha, Sebastián Sichel, y Yasna Provoste, candidata de la Concertación de partidos formada en 1988 para luchar por el No contra Pinochet. Lo único previsible fue el último lugar de Marco Enríquez Ominami, que tiene comprada esa posición.
Historia. Desde la presidencia de Eduardo Frei, en 1964, en Chile la mayoría de los ciudadanos se ha identificado con partidos políticos: hasta hace pocos años, casi todos se decían demócrata cristianos, socialistas, comunistas o de derecha.
Terminado el gobierno militar, se alternaron en el poder la coalición de partidos de derecha liderada por Sebastián Piñera y la alianza de partidos de centroizquierda. La Concertación ganó la presidencia cuatro veces, y la derecha dos veces, llevando a La Moneda a presidentes respetados por la comunidad internacional.
En octubre de 2019 estalló una rebelión, iniciada con la protesta de los estudiantes de la ciudad de Santiago, por el incremento del precio del subterráneo. Como pasa en las movilizaciones posmodernas, la movilización juvenil fue el detonante al que se sumó una avalancha de manifestaciones que expresaban la disconformidad de diversos grupos. Los disturbios terminaron cuando los dirigentes del país decidieron convocar a una asamblea constituyente.
En mayo de 2021, Chile eligió a 155 constituyentes, gobernadores y autoridades locales. Fue una megaelección en la que la participación electoral cayó al 40%. En la segunda vuelta de la elección de gobernadores votó solo un 23%.
Los grandes triunfadores fueron los independientes: dos tercios de los constituyentes pertenecen a movimientos sociales, la academia y los gremios, una sociedad civil que no se inscribe en los partidos políticos. Les fue mal a los partidos formales. Los partidos de derecha obtuvieron un 21% de la votación, no lograron el tercio de constituyentes que pretendían. Los de la Concertación tuvieron resultados modestos: el Partido Socialista logró 15 convencionales, la Democracia Cristiana uno. La izquierda presentó dos listas: la del Frente Amplio y el Partido Comunista, y otra sustentada en movimientos sociales locales, el feminismo y causas medioambientales. Se asignaron 18 escaños a los pueblos originarios, 8 a los mapuches, 2 a los aimaras y 8 a otras minorías.
Candidatos. Hace solo cinco meses se celebraron las primarias de los partidos en esta América Latina imprevisible. Casi no había duda de que irían a la segunda vuelta Daniel Jadue, del Partido Comunista, y Joaquín Lavín, de la coalición de derecha, pero ambos quedaron fuera del juego. Los elegidos en esos grupos fueron Gabriel Boric por la izquierda y Sebastián Sichel por la derecha.
La izquierda chilena se ha renovado. Ni Jaude ni Boric son representantes del comunismo jurásico, no empatarían ni con la izquierda argentina, y menos con la izquierda nac & pop del kirchnerismo. Boric, salvo algunas declaraciones arcaicas, no mantiene el discurso marxista-leninista tradicional. Integra las tesis usuales de los grupos progresistas del mundo y en la segunda vuelta, intentando atraer a electores del centro, rechazó el apoyo del Partido Comunista, lo que probablemente fue una equivocación.
En las primeras encuestas después de las primarias, apareció en primer lugar Sebastián Sichel, lo que lo entusiasmó para repetir la misma campaña con la que ganó las primarias que lo llevó al cuarto lugar en las generales.
La izquierda chilena se ha renovado. No tiene nada en común con el kirchnerismo nac & pop
En Chile existe una clase política sofisticada, semejante a la colombiana, analistas políticos e institutos de muy buen nivel, que se mueven dentro del paradigma de la ciencia política. En ese país nunca han trabajado consultores políticos serios que piensen la política desde otro paradigma.
Entre los consultores y los cientistas políticos existe la misma distancia que entre los confesores y los psicólogos. Los religiosos teorizan sobre el sexo y el pecado, tratan de que sus clientes no se vayan al infierno. Los psicólogos no son tan trascendentes, pretenden que las personas con las que trabajan tengan una vida mejor en esta tierra. Los cientistas políticos elaboran ideologías, trabajan en el deber ser, defienden lo que sería bueno para la humanidad y combaten el mal. Los consultores solo tratan de comprender a seres humanos concretos, para que los líderes puedan comunicarse con ellos, para ganar elecciones o lograr gobernabilidad.
En la primera vuelta logró el primer lugar José Antonio Kast, político con ideas de derecha que defiende al gobierno de Pinochet. Lo conocí hace varios años en Buenos Aires. Me pareció un dirigente culto e interesante, pero que no tendría posibilidades de triunfo exponiendo esas ideas. Bastantes personas de su entorno eran hijos o parientes de ministros de Pinochet. Me equivoqué.
Kast, como Pedro Castillo, Donald Trump, Jair Bolsonaro o Volodímir Zelenski, tienen algo clave para triunfar en las elecciones pospandemia: comunican que son distintos a los políticos tradicionales. Como a todos estos presidentes, la mayoría de los intelectuales y periodistas no los tomaron en serio.
El segundo lugar lo ocupó Gabriel Boric, un izquierdista poco convencional, por el que no habrían votado ni Volodia Teitelboim ni Pablo Neruda. Su propuesta de terminar con el modelo liberal chileno atrae a una parte de la población, pero asusta a otra.
El tercero fue Franco Parisi, del Partido de la Gente, académico que vive en Alabama desde 2020, junto a su segunda mujer y un hijo, y que no pisó el país en toda la campaña. Parisi provocó burlas y críticas entre los periodistas y el círculo rojo. Había anunciado que llegaría a Chile durante la última semana de campaña, pero no llegó porque fue diagnosticado positivo con covid. Los periódicos publicaron noticias sobre su pasado, incómodas para personas con mentalidad convencional.
Parisi. En la recta final, Parisi creció y desbancó a los candidatos de las dos grandes coaliciones. Su lema fue combatir a “los que incomodan a la gente”, repudiando a “la casta política”, con una candidatura antipolítica, liberal, un discurso antiestablishment, parecido al del Movimiento 5 Estrellas del italiano Beppe Grillo.
Los comicios enfrentaron a la ciudad de Santiago con casi todo el resto del país
Parisi hizo una campaña disruptora, semejante a las del PRO en Argentina, conversando con la gente a través de la red, evitando comportamientos solemnes. Cuando se supieron los resultados dijo que nunca votaría por Boric, a quien acusó de que podría llevar a Chile al peor lugar, “uno intermedio entre Argentina y Venezuela”.
Los resultados de las elecciones enfrentaron a la ciudad de Santiago con casi todo el resto del país. En la capital Gabriel Boric obtuvo el 31% de los votos, José Antonio Kast el 25%, Sebastián Sichel 15%, Yasna Provoste 10%, Enríquez Ominami 9%, Franco Parisi 8%.
Mapuches. Kast consiguió un triunfo arrasador en la Araucanía, con el 46% de los votos, seguido por Boric con 16%. En esa región viven aproximadamente 300 mil chilenos que hablan mapudungún. Esto incluye a grupos surgidos de la mapuchización, producida entre los siglos XVII y XIX, cuando se hicieron en una cultura ecuestre y se expandieron hacia el este de la cordillera de los Andes.
En la Araucanía opera Coordinadora Arauco-Malleco (CAM), un grupo terrorista que pretende crear un Estado independiente mapuche en territorios chilenos y argentinos. Está aliado a la Resistencia Ancestral Mapuche (RAM), una organización armada de la Patagonia.
La mayoría de los mapuches no pertenecen al CAM, que es un equivalente al ETA del País Vasco. Han invadido propiedades, incendiado iglesias, destruido maquinarias, asesinado a productores agrícolas. Como ocurre desde el fin de la Guerra Fría son grupos vinculados al narcotráfico, al secuestro y la extorsión. Ya no existen potencias revolucionarias como la URSS y la antigua China que los financien.
Como es lógico, cuando un grupo siembra el terror, pretende dividir el territorio del país y perseguir a la mayoría de sus habitantes porque no pertenece a una cultura ancestral, consigue un rechazo masivo.
Ayudaron eficientemente a Kast algunos argentinos despistados. El embajador argentino en Santiago fue a los tribunales a respaldar a Jonas Huala, líder de la RAM, en el juicio que le siguen por el asesinato de dos ancianos en una acción terrorista. El mismo Huala ayudó a Kast esta semana, llamando a la venganza y a la lucha armada para “reconquistar” territorios mapuches. Es lo que detestan muchos chilenos.
El embajador argentino trabajó por Kast, pronunciándose de manera violenta en su contra, hecho que produjo el rechazo general, incluido el de Boric. Solo falta que Alberto o Cristina hagan campaña por el candidato de izquierda para hundirlo. Lo mismo pasaría en cualquier otro país de la Patria Grande en el que el apoyo peronista sería letal, con la excepción de Bolivia, donde nuestro embajador concurre a manifestaciones partidistas y probablemente pega propaganda y pinta grafitis.
El triunfo de Kast es perfectamente posible. Dependerá de que comprenda su éxito desde los ojos de la gente: no lo votaron porque es anticomunista, sino porque a la mayoría no le interesa perder su nivel de vida. Aunque hagan críticas al modelo, saben que viven mejor que la mayoría de los latinoamericanos y no quieren perder lo conseguido.
Fuente: Perfil
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