Resultados electorales imprevisibles

Hace pocas semanas apareció en la portada de la revista Semana de Colombia Gustavo Metro como un gigante rodeado de enanitos que competían con él para la presidencia de Colombia, sin ninguna posibilidad siquiera de estar cerca. Había en el país un consenso en torno a que Petro, un candidato sólido, con gran trayectoria, apoyado por una multitud de partidos y organizaciones de izquierda y progresistas, era invencible. Los números de las encuestas, incluidos los de un diagnóstico de la situación que hizo nuestro grupo, lo confirmaban.

En la recta final Federico “Fico” Gutiérrez, candidato independiente, quien no se ajusta a las definiciones políticas tradicionales, ex alcalde de Medellín, aparece como el único que podría vencer a Petro. No importa cuán cercano está en la carrera de caballos, lo cierto es que es el único que se despegó del conjunto de contenedores y el que capitaliza la polarización que produce un candidato de izquierda.

Fico ha dejado claro que es un candidato de centro, al que no le importa que lo etiqueten de derechista o izquierdista, en un país en el que, desde hace más de un siglo, la Casa de Nariño ha permanecido en manos de liberales o conservadores, con la sola excepción de la dictadura de Rojas Pinilla.

Se repite el esquema de todas las elecciones posteriores a la pandemia en América Latina: ni Fico, ni Boric, ni Castillo aparecieron en las encuestas hasta el final, como candidatos relevantes. Ninguno contó con el apoyo de los aparatos de los partidos y coaliciones que gobernaron  sus países en las últimas décadas. Tampoco de líderes del establecimiento local o mundial, tanto de izquierda como de derecha.

Tampoco formaron una red de locales de campaña que llegue a todo el país, ni una red de “operadores políticos” que ayuden a manipular a los electores. No tuvieron un programa de gobierno sólido, aprobado por las élites tradicionales y la prensa, que sirva para ofrecer blanco a sus adversarios. Esa aprobación lleva a seguras derrotas.

Algunos dirán que la falta de un programa hace difícil la gobernabilidad por la multiplicidad de las demandas de las propias bases electorales, pero escribir un programa coherente, que conduzca al fracaso, es menos útil que moverse dentro de una amplia plataforma que permita ganar.

Desde un punto de vista práctico la campaña más cara es la que se pierde, aunque los derrotados puedan darse el gusto de transitar el resto de su vida por los programas de TV, diciendo que es demasiado fácil ganar, que en realidad no lo buscaron, que lo importante es gobernar, cosa que no pudieron hacer cuando perdieron.

La base de apoyo de los triunfadores no fueron las capitales o grandes ciudades, sino las redes sociales y los grupos heterogéneos que las habitan. Ninguno de ellos recorrió el país rodeado de líderes políticos, gobernadores, senadores, diputados, obispos o personas célebres que representen al sistema. Su soledad dio un mensaje claro: no somos de los mismos.

Tampoco fueron personas que se presentaron varias veces como candidatos a la Presidencia, ni tuvieron una dilatada carrera como parlamentarios. Venían desde fuera del sistema.

En general, los electores no creen en los políticos. Se han hecho tantas acusaciones, merecidas o no, que la gente hizo una síntesis injusta: todos son malos. Digo que es injusta porque muchos políticos que conozco personalmente en todos los países son personas que realmente quieren trabajar por el bien de su país.

Solamente la obra concreta, no las promesas, mantiene en la palestra a algunos ex intendentes eficientes que se salvaron de la acusación de pertenecer al viejo establecimiento, porque fueron intendentes exitosos como el propio Fico en Medellín, Andrés Manuel Lopez Obrador, actual presidente de México, y los dos principales aspirantes a ocupar Los Pinos, Marcelo Ebrard y Claudia Sheinbaum, jefes de Gobierno de la ciudad. El eje del mensaje de los triunfadores fue “somos distintos”.

Los cambios producidos por la tercera revolución industrial se aceleraron con la pandemia. Todas las ciencias, y también las que estudian el comportamiento humano, se desarrollaron con una velocidad que crece de manera exponencial.

Todas las semanas aparecen los resultados de nuevas investigaciones que permiten comprender el complejo funcionamiento de los seres humanos, por qué queremos o rechazamos lo que nos rodea.

Las redes transforman nuestras relaciones con los demás seres humanos y también la forma en que nos comunicamos. Cambian las familias, las empresas, los medios de comunicación, no  la más fosilizada de las actividades: la política.

En todas las elecciones celebradas después de la pandemia asomaron muchos candidatos, 17 en Perú, 16 en Ecuador, veinte en Costa Rica. Pocos de ellos llegaron al 1%, pero todos creían que podían ganar.

Se subieron a una silla, pronunciaron discursos y leyeron programas que no interesan a nadie y después dijeron que no habían querido ganar, que la gente es boba, que ellos sabían cómo gobernar, pero la mayoría no los entendió.

En estos meses lo único claro es que los resultados han sido impredecibles, ninguno de los que ganó parecía tener ninguna posibilidad seis meses antes de los comicios. Los que más se equivocaron fueron los militantes de partidos e ideologías, porque se generalizó el rechazo a las viejas formas de la política y a todo lo que representa al orden establecido.

El tema tenía ya antecedentes. Trump triunfó rompiendo las reglas del juego de la política norteamericana, protagonizó un reality show, auspició la toma del Capitolio y la ruptura del orden democrático más antiguo del mundo, pero su estrella sigue en ascenso. Bolsonaro es un outsider de la política brasileña que se encamina a una derrota casi segura.

Los llamados socialismos del siglo XXI siguen cantando al Che Guevara y formaron un club de jubilados con el nombre de Puebla al que se unió el pobrismo argentino.

Los procesos más recientes evidenciaron la profundidad de la crisis. Ganaron la presidencia Pedro Castillo en Perú, Gabriel Boric en Chile, Guillermo Lasso en Ecuador, candidatos a los que las encuestas no tomaban en cuenta o daban por vencidos pocas semanas antes de las elecciones.

Los grandes partidos y coaliciones fueron derrotados. El apoyo de líderes y grupos tradicionales restaron más de lo que sumaban. Mientras menos respaldo de políticos tuvieron los candidatos, mayor fue su éxito.  

Se desvaneció la idea del sigo pasado de que para ganar era necesario caminar el país, organizando comités de campaña con olor a cigarrillo, para que los activistas participen de seminarios ideológicos, jueguen a las cartas y repartan folletos. Los jóvenes fuman poco, no tienen interés en las ideologías, gozan de una oferta de placer más amplia que jugar al truco.

Los más anacrónicos forman amplios frentes, con programas definidos, en que el que el candidato cuenta lo que va a hacer, en sociedades en las que se perdió el sentido de la unidad nacional y la mayoría rechaza lo que pide cualquier grupo parcial.

Reniegan de las encuestas. Afirman que no las usan porque San Martín no lo hizo para cruzar la cordillera con el ejército de los Andes. No son coherentes. Si lo fueran seguían el ejemplo del Libertador cazando gallos en el vecindario para sacarles las plumas para escribir con ellas, botando a la basura sus computadoras. Tal vez llamarían la atención también cambiando sus coches y pasajes de avión con caballitos de buena raza.  

Los cambios ocurridos son tan enormes que se necesita  hacer un esfuerzo enorme para entenderlos. Como decía un maestro jesuita, de la época en que estudiamos filosofía, “eso de tener las cosas muy claras es propio de los tontitos”, y más cuando la realidad virtual desplaza todos los días a la realidad física.

Estas semanas tuvimos una actividad frenética. Con la llegada de la primavera, termina el primer semestre del posgrado en gerencia política de la Graduate School of Political Management de la George Washington University, en el que enseñamos desde hace varios años. En dos semanas más realizaremos nuestro tradicional curso anual, que tuvo un paréntesis de dos años por la pandemia.

Asistirán como expositores los estrategas de la campaña de Boric y Santiago Nieto expondrá con detalle lo ocurrido en la segunda vuelta de las elecciones ecuatorianas, en las que Guillermo Lasso implementó una estrategia moderna. Organiza el seminario Roberto Izurieta, un consultor perteneciente a la planta de la facultad que, durante décadas,  ha promovido actividades académicas dirigidas a la América Latina.

La GSPM, conocida como la West Point de la política, se asentó en Washington en la década de 1990 bajo la conducción del decano Christopher Arterton y ha graduado a cerca de un millar de expertos en política aplicada, la gran mayoría de ellos norteamericanos.

Desde sus inicios, la facultad continuó los esfuerzos realizados por consultores encabezados por Joseph Napolitan, que desde 1960 debatieron sobre la importancia de las imágenes para comunicar y analizaron los cambios producidos por la tercera revolución industrial en los electores.

La gran polémica inicia acerca de si la comunicación política debe privilegiar las palabras o las imágenes quedó superada. En la academia, nadie en sus cabales defiende actualmente el racional choice, ni la comunicación alfasignal.

Lo de las imágenes quedó superado por el estímulo múltiple que reciben los electores a través de las redes y su actitud participativa y demandante en las campañas contemporáneas.

Con ocasión del seminario, se lanzará nuestro nuevo libro, La nueva sociedad, caos en la política contemporánea, editado en Buenos Aires por Random House, en el que se tratan varios temas expuestos en este artículo.

El acto se produce justamente veinte años después de que presentáramos, en la misma universidad, el libro conjunto con Napolitan, Cien peldaños al poder. Esperamos hacer otro lanzamiento de la obra en la próxima Feria del Libro de Buenos Aires.

Jaime Duran Barba
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