Novedoso tabú
Semanas atrás, murieron Jane Birkin y Sinéad O’Connor. La una, una actriz afamada entre los sesenta y setenta del siglo veinte, y, la otra, una estupenda vocalista de continuas y muy públicas crisis existenciales.
El caso es que, por las tareas que a diario nos ocupan, parece ilegítimo que comentáramos por escrito en torno a ambas referencias, o que se dejaran sólo para las consabidas conjeturas de la farándula. Sin embargo, el impedimento – digamos – moral, es propio de las características del régimen actual.
En efecto, un régimen que persigue y castiga en el ámbito estrictamente político, pero igualmente se mete, torpedea y condiciona cualesquiera ámbitos, cercena las libertades culturales para irradiar e imponer la subcultura delictiva, o dicta un estrictísimo código de vestimenta en el SAIME, aislando completamente al país excepto la importación selectiva, interesada y muy rentable de viejos cantantes, tiene un algo de totalitario. Faltando poco, culto a la personalidad presidencial, sólo cabe hablar de Maduro Moros, mas no de los problemas esenciales del país, los viajes al espacio sideral, el arfacto nuclear norcoreano, guerras como las de Ucrania y Sudán del Sur, o Birkin y O’Connor; éstas, objeto de la moralina vigente.
Específicamente, la Birkin que después todos creerían francesa de origen, se hizo famosa por una explosiva escena compartida con Brigitte Bardot para una película mediocre de 1973, dirigida por Roger Vadim. Nos impactó mucho en nuestra remota juventud, siendo tan – por entonces – natural la lectura de los documentos de Medellín y Puebla de la Conferencia Episcopal Latinoamericana, con el disfrute y la crítica de un cine imbuido de un decenio tan tumultuoso.
Apenas lo recordamos, principiando los ochenta, la película en el contexto de un ciclo relacionado con Vadim, con la contracultura y la música de entonces, quizá en la meritoria sala de La Previsora, la del Centro Plaza, o la Cinemateca Nacional con su característico olor. Evidente relación lésbica entre los personajes encarnados por ambos mitos del espectáculo, el asunto constituía un tabú aún en los medios vanidosamente libérrimos, como no imaginan las generaciones de ahora que también son víctimas de la heterosexualidad como el novedoso tabú del discurso políticamente correcto.
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