LOS PÍCAROS MOMENTOS DE LA MEMORIA


Por Nancy Colina

@nancycolina2

 

 

 

Un día mi hermana mayor me mostró una cantidad innumerable de fotos. Unas eran mías, otras del resto de la familia. Me dijo: «puedes llevarte todas las que quieras». En ese momento sentí que en cierta forma, me estaba sacando de su vida, quizás un poco cansada de tantos recuerdos que danzarían por todos los espacios de su memoria, que no le daban libertad de entrada a otros. Los que no habían nacido aún para los que venían. Los que no eran recuerdos.

A pesar de la tristeza que me dio porque pensé que mi hermana estaba tratando de desalojarme de su memoria, salí muy contenta con un montón de fotos que me ayudarían a reconstruir muchos recuerdos que quizás todavía permanecían latentes e incluso se habían marchado tranquilamente de mi memoria, como si tuviesen autonomía para decir quien se quedaba y quien se iba, aunque a veces se presentaran muy fugaces y escurridizos. En ese momento pensé que tendría documentos vividos para compartir con mis hijos, para reírnos juntos o para llorar juntos.

Quizás mi hermana entregó sus tesoros porque estaba triste. Estaría triste por tantos años vividos, concentrados en esas fotos que de alguna manera, hacen que los recuerdos se mantengan aunque sea solo cuando las miramos. Enlazándolas siempre a lo que había ocurrido. Las fotos a veces nos divierten, otras nos entristecen, otras nos enfurecen, pero como somos HOMO SAPIENS, preferimos ver las divertidas, porque en realidad preferimos una memoria relajada que una apesadumbrada, aunque a veces la vida nos juegue una mala broma.

Uno se divierte recordando momentos: «Mira cómo era yo» o «qué monería eras tú cuando estabas así de chiquita». Tantas palabras bonitas que siempre salen de las fotos. Siempre nos parecen bonitas cuando son viejas, aunque muchas veces detrás de una de esas fotos hayan ocurrido hechos perturbadores que no pueden traspasar el papel, aunque a veces se queden instalados en la memoria.

En aquellas fotos estaba yo en todas mis edades, con mis hijos, pequeños o grandes, de mis hermanos, sobrinos, amigos. Mi esposo a veces se presentaba tan joven que parecía formar parte de otra historia de mi vida. En efecto, era otra historia. Todas esas fotos reunían historias separadas o unidas en hechos fortuitos, pero reales en esa época, en ese tiempo. Ya no lo eran.

Lo cierto es que llegué a mi casa con mis fotos en la mano y cuando entré a mi estudio las guardé en un sobre. Gran error, uno de los mas graves si de tener memoria se trata. Hay un bolero que dice RECORDAR ES VIVIR. Pues, cuando no se recuerda en cierta forma, se muere. La vida se deja atrapar detrás de árboles secos, sin ramas verdes. Las fotos quedaron en el olvido. Una franja blanca las alejó para siempre de mi memoria y no pude saber dónde las había puesto.

Hoy, cuando una de mi hija Andreina me pidió fotos de mi historia personal no pude encontrar esas. Logre captar unas de mi propio álbum, pero no esas. Esas están en esa parte de la memoria que se nos escabulle, que se nos pierde, muchas veces porque nos enfermamos, muchas porque envejecemos y otras sencillamente porque no se quieren quedar allí. No quieren ser recuerdos, no se quieren almacenar en la memoria.

No sé cuántas sopotocientas millonadas de neuronas tiene nuestro cerebro ni cuántas interconexiones pueden permitir que los recuerdos de toda una vida se guarden, pero quizás el problema no es la capacidad de almacenamiento, sino el manejo que le damos a ellos. Somos como los discos duros de un computador, cuando está viejo, la memoria se empequeñece y necesita ser ampliada porque la información que entra cada día es infinita.

La memoria es vida. Cuando mi hija menor era muy pequeña, casi ínfima, dijo: «Esta es mi vida», cuando tratamos de obligarla a hacer algo que no quería. Dijo esto con tanto énfasis que a su manera nos montó una pared que nos impediría entrar si ella no abría la puerta. Cuando dijo que era su vida, estaba hablando de su individualidad, que no se comparte si no se quiere. Algo así ocurre con la memoria. Es selectiva. Se recuerda lo que se quiere o lo que no se puede olvidar. Cada recuerdo nos marca, nos identifica, nos causa sentido de pertenencia con la vida.

Como es de suponer, la memoria es pasado, porque no se puede recordar lo que no ha pasado. Eso es
 evidente. Parte de la vida de las personas es la memoria. Sin embargo, esto no supone que quienes tienen más memoria sean más gente… NO y NO. Eso no sé qué puede ser pero es olvido ¿qué es el olvido? Es evidente, no tener memoria. Cuando la perdemos, podemos respirar pero somos como unas máquinas que no saben que hacer si alguien nos deja de orientar. Nos volvemos indefensos porque no tenemos la memoria de lo que somos.

 

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