El capítulo más oscuro de su historia
Esa mañana hace frío y mucho. En tres días será Nochebuena, la nieve cubre las calles y plazas de Viena. La temperatura más elevada del día, en el mejor de los casos, puede alcanzar un grado centígrado, ayudada por el sol del mediodía. Cinco hombres y una mujer, vistiendo abrigos gruesos encima de sus chaquetas, salen de un apartamento ubicado en el centro de la ciudad. No levantan sospechas al abordar un tranvía casi vacío, tampoco cuando bajan cerca de un edificio blanco de ventanas rectangulares y angostas, que abarcan desde el piso al techo de cada una de sus ocho plantas.
Son aproximadamente las 11:30 a.m. cuando un policía apostado en la entrada del edificio, para entonces conocido como “Dr. Karl Lueger, Ring 10”, los nota ingresar al recinto. Como ha visto entrar a varias decenas de personas, entre ellas delegados de distintos países, intérpretes y periodistas, no les presta atención. Otro agente custodia el área de recepción, pero igual hace caso omiso. Con las fachas elegantes y bultos deportivos parecen corresponsales.
Carlos y su equipo suben al primer piso. Él se asoma por una esquina para observar la puerta del salón al que desean irrumpir. Dos personas están en el pasillo. Un guardia de seguridad, sin duda iraquí por sus insignias, conversa con un joven que revela su nombre. Es Yusuf al-Azmarly, un economista libio que ha llegado con retraso.
Una señal del cabecilla del grupo los pone en alerta. Saca su pistola de la mochila, la monta y apunta. Un par de disparos hacen caer los primeros dos muertos de la jornada con aciertos en las cabezas. Las balas impactan en la gruesa madera de las puertas, rociadas por sangre y sesos.
Toma un respiro profundo y se prepara para dar inicio a la operación. En su mente, el plan es simple y todo está fraguado a la perfección. Tomarán el salón por la fuerza y a los presentes como rehenes.
-Pedimos rescate por todos, menos Ahmed Zaki Yamani de Arabia Saudita y Jamshid Amuzegar de Irán. Ellos deben ser ejecutados.
Eso dijo a sus colegas antes de abandonar el apartamento y abordar el tranvía.
Al escuchar las detonaciones reinan la conmoción y rumores en la sala. Ahmed Zaki Yamani piensa que se trata de unos europeos con petardos que invaden el recinto para protestar por el brusco aumento del precio del crudo y la gasolina, por causa de un embargo impuesto por países árabes, recortando al mismo tiempo la producción, generando una crisis energética a nivel mundial.
Se abren las puertas del salón en el que se hallan los representantes de las comitivas enviadas por los gobiernos de Argelia, Arabia Saudita, Catar, Ecuador, Emiratos Árabes Unidos, Irak, Irán, Kuwait, Libia, Nigeria y Venezuela. Todos voltean al ver tres individuos armados. Carlos alza la pistola, pega un disparo al techo y la gente se agacha debajo de las mesas.
Los escoltas militares intentan destacar con acto heroico. Antes que puedan reaccionar, desenfundar y atinar un tiro, la mujer, guapa, de pelo negro y liso, saca de la mochila un artefacto explosivo de alto calibre, mostrando el detonador. Mientras él y un rubio de ojos verdes abren sus abrigos, exhibiendo metralletas y granadas.
-Somos el Brazo de la Revolución Árabe, peleamos por la liberación de Palestina.
Así comienza un episodio que se traducirá en horas de angustia y pánico adentro de la sede de la Organización de Países Exportadores de Petróleo. Un relato que los cronistas tildan hoy en día como el capítulo más oscuro de su historia.
Con la amenaza de hacer estallar el dispositivo, la otra mitad del comando que deja cerca de la escalera, un par de secuaces de origen morisco apunta sobre los policías del lobby, de apellido Janda y Tichler, intentando reunir al resto de las personas regadas por el resto del edificio. Los agentes, al tanto que durante un intercambio de plomazos serán abatidos, se miran el uno al otro antes de tomar decisiones distintas. El primero pone su arma en el piso, mientras el otro corre hacia el ascensor. Entonces Tichler es víctima de tres disparos, retorciéndose en el suelo un par de minutos antes de fallecer.
La orden para Janda y el resto es colocar las manos con dedos entrelazados atrás de la cabeza, antes de subir la escalera y hacerlos pasar frente a los cadáveres del oficial iraquí y el economista libio. Lo mismo hacen con todos aquellos que trabajan ahí, antes de cerrar y bloquear la entrada principal del inmueble, para subir hasta el octavo piso e ir barriendo, desde arriba hasta abajo, el resto de las personas dentro del edificio.
Entre tanto ajetreo, una joven recepcionista llamada Edith Heller, escondida bajo su escritorio, logra discar el número de emergencia de la policía y dejar recado antes de ser apresada.
-Es la OPEP, acabo de oír disparos.
El cabecilla del grupo terrorista ubica de inmediato por los banderines y carteles en las mesas a los ministros Ahmed Zaki Yamani y Jamshid Amuzegar. Lo primero es separar a los rehenes en grupos. Los delegados de países aliados son movidos hasta la puerta, los neutrales custodiados en el centro del salón y los enemigos, Arabia Saudita, Irán, Catar y los Emiratos Árabes Unidos, ubicados contra la pared del fondo, amenazados con la detonación de un artefacto explosivo de suficiente calibre como para hacer volar el edificio.
Entre delegados, periodistas, policías y personal en el edificio la cuenta de rehenes asciende a 92 en total. Inmediatamente llaman a las autoridades del gobierno austriaco entablar negociaciones. Carlos, que es políglota, habla por teléfono para exigir un autobús que pueda trasladarlo junto a su equipo y un grupo de cautivos hasta el aeropuerto, donde debe aguardar por ellos un DC-9, tripulado y lleno de combustible, listo para despegar a un destino que mantiene en secreto. Sin decir más nada, tranca el teléfono.
El canciller Bruno Kreisky, evitando lo que promete ser un baño de sangre, accede a la petición. Pero contrademanda la liberación de 50 rehenes de nacionalidad austriaca para proceder con eso de cumplir sus exigencias, que, además del autobús y aeronave, incluyen una ración de cien sándwiches de jamón y queso, como canastos de fruta, así como la lectura de un comunicado en francés sobre la causa palestina en las estaciones de radio y televisión cada dos horas. Hasta que no sea transmitido por primera vez ejecutarán un rehén cada quince minutos.
Antes que asesinen al primero el mensaje sale al aire. Se trata de un llamado al estallido de una “guerra total de liberación” en Palestina y acabar con el Estado de Israel, así como el sionismo que pretende legalizar la Organización de Naciones Unidas. El gobierno compra tiempo, contemplando la idea de una operación de rescate, pero está contra la bomba y la pared. Nada puede hacer Kreisky sino esperar a que cumplan con su palabra de soltar a mitad de los secuestrados.
Pasan las horas en silencio, mientras los cuatro hombres y esa mujer pasean por el salón, levantando sus armas y encañonando a cualquiera que se atreva a mirarlos a los ojos. Obviamente están comandados por el individuo de pelo largo, chiva, boina negra, gafas oscuras y chaqueta de cuero, facha que lo asemeja a una imitación moderna del difunto Che Guevara. Carlos destella odio como fuego a través de sus pupilas mientras observa el miedo brotarle por los poros a los ministros Ahmed Zaki Yamani y Jamshid Amuzegar.
Los hace arrodillarse y con la punta del arma levanta sus mentones para que le vean el rostro, antes de reírse de súplicas y promesas de dinero, susurrándoles al oído que planea aterrizar en Adén, Yemen, donde ambos, en el mejor de los casos, recibirán un balazo en la frente por sus pecados. Aunque piensa que debería cortarle las cabezas, o ahorcarlos en una plaza, frente al público.
El mensaje del Brazo de la Revolución Árabe, tal como requieren sus militantes, se lee diez veces durante un lapso de dieciocho horas que parecen interminables a todos dentro del salón. Las sirenas de la policía ululan afuera. Tarde y noche se hacen eternas, tanto para los secuestradores como a los detenidos y autoridades. El mundo entero se mantiene en vilo, frente a la televisión o la radio, esperando por detalles y el desenlace de los eventos.
Los perpetradores como gesto de buena voluntad y acelerar las negociaciones, liberan medio centenar de cautivos, que van saliendo de a granel. Todo para lograr, a la mañana siguiente, a las 6:40 a.m., tener el autobús listo, a las puertas de la sede de la OPEP y trasladarse con los otros 42 hasta el aeropuerto, llevando consigo a los once ministros del petróleo y sus delegaciones.
Tardan en despejar el cerco de seguridad, conformado por un bloqueo de patrullas Volkswagen escarabajo blancos, ambulancias verdes, policías y curiosos rodeando las cuadras aledañas. Un McDonnell Douglas DC-9, de siglas OE-LDB, perteneciente a Austrian Airlines, es puesto a la orden de quienes abordan junto a los secuestrados y despega a las nueve en punto de la mañana. Carlos y sus compañeros colocan el artefacto explosivo justo debajo del asiento de Yamani, el ministro de Arabia Saudita, que va sentado justo al lado de su homologo iraní.
El avión, en vez de dirigirse a Yemen, aterriza a las pocas horas en la capital de Argelia, donde Carlos baja de la aeronave para sostener una reunión en la pista con el ministro de exterior de aquella nación, Abdelaziz Bouteflika. El resultado de la conversación entre ambos es la liberación de 31 rehenes, así como seis ministros del petróleo, dejando en la lista de retenidos a cinco de ellos, los de Arabia Saudita, Irán, Catar y Emiratos Árabes Unido y Venezuela, pues Valentín Hernández Acosta, compatriota de Carlos, sirve de negociador con el grupo terrorista, a cambio de abastecer la aeronave de combustible.
Despega el DC-9 y Carlos, en la cabina, encañonando al piloto y su segundo al mando, cuando apenas comienzan el ascenso y antes de alcanzar altura de crucero indica el rumbo a tomar.
-Aterrizamos en Trípoli.
En la capital de Libia quiere cambiar de avión, tal como tiene planeado, pero las cosas se complican y sin aterrizar deben volar de regreso a Argel para cambiar el DC-9 por un Boeing 707, con suficiente autonomía para llegar hasta Bagdad sin realizar escala.
Ya ha caído la noche del 22 de diciembre de 1975 sobre el cielo argelino al instante que debe bajar para reunirse de nuevo en la pista con el ministro de exterior Abdelaziz Bouteflika. La única manera de suministrar el otro jet es que libere al resto de los secuestrados antes de despegar en dirección a Irak.
Al regresar al avión, el líder de la pandilla se lamenta frente a Yamani y Amuzegar por no poder ajusticiarlos, antes de comentarles a ellos y los otros tres ministros del petróleo que tanto él y sus compañeros se retirarán del avión, después de lo cual serán puestos en libertad.
Carlos y los terroristas abandonan el DC-9, removiendo el artefacto explosivo abajo del asiento de Yamani para llevarlo consigo, en caso de improvistos. En cuestión de unos quince o veinte minutos, un comando de oficiales de la policía de Argelia aborda el aparato para informar que, por fin, pueden bajar del avión. Los ministros, quienes todavía no superan el susto, pero sienten cierto alivio, caminan por la pista hasta el terminal, pera ser presentados en la sala de espera del despacho provisional de Bouteflika, donde se cruzan una última vez con esos cinco hombres y la dama que han hecho de aquellos dos días dignos del material que pintan forma y trasfondo a las pesadillas.
Incrédulos, observan el trato de respeto que brinda el gobierno argelino a esos jóvenes criminales, permitiéndoles despegar y emprender escape, quién sabe hasta dónde, sin ser puestos a la orden de la ley. Una vez en el aire “Carlos”, mote del guerrillero del tachirense Ilich Ramírez Sánchez, también conocido como “El Chacal”, se remueve los lentes y boina negra, informando a la mujer y otros cuatro hombres el resultado de la operación. Los jóvenes Gabriele Krocher Tiedemann, alias Nada y Hans Joachim Klein, alias Angie, miembros de las células revolucionarias de Alemania Occidental, así como Joseph y Jusuf, hombres de confianza pertenecientes al círculo de Wadi Haddad, debaten en cómo darle la noticia al médico palestino de religión cristiana, también conocido con el apodo de Abu Hani, a quien ya muchos se refieren, gracias a una exitosa película de Francis Ford Coppola estrenada tres años antes, como “El Padrino” del terrorismo moderno, por ser uno de los autores intelectuales de los secuestros de Dawson’s Field.
El golpe ha sido un éxito mediático a nivel internacional, logrando hacer propaganda a la “cuestión palestina”, aunque dudan que los 20 millones de dólares, provenientes de maletines repletos de efectivo y cheques puestos a su disposición por un jeque de los Emiratos Árabes Unidos, sean suficientes para satisfacer a Haddad, en aras de suministrar material bélico para esa lucha armada que aspira desatar contra Arabia Saudita, Irán y los Estados Unidos.
Mientras tanto, celebran estar con vida y Carlos tranquiliza a los suyos, sabiendo que su atentado les ha ganado la fama que desean obtener y sus nombres formarán parte de la historia como revolucionarios.
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