Esa viscosa substancia
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A estas alturas creo que nadie duda de que la de The Substance de Coralie Fargeat es una muy buena idea, aunque sus clamorosos resultados en Cannes, en la taquilla y en la temporada de premios con la que suele comenzar el año cinematográfico, me sigan pareciendo territorio del misterio, porque esa excelente premisa del guión se agota antes de la primera hora de la película, y de ese prematuro fondo ya no vuelve a recuperarse.
La propuesta de la Fargeat se asienta primordial y contundentemente en lo visual, y esa fuerza nos impacta desde sus primeros minutos con la secuencia de la duplicación de las yemas de huevo que preludia a la genial de la estrella de la fama desde su glamorosa inauguración hasta su degradación, en alegoría a lo que veremos enseguida: el envejecimiento de Elizabeth Sparkle (Demi Moore) con la alusión directa al exitoso pasaje de la carrera de Jane Fonda devenida de actriz joven dramática en fitness-star, las esperpénticas tomas del rostro de Dennis Quaid vejándola por teléfono y luego enfrente suyo engullendo escatológicamente unas gambas, el accidente automovilístico que providencialmente la pone en contacto con la substancia que le promete una mejor versión de sí misma, su acceso a ella, su inoculación y todo lo que sigue después en secuencias que casi prescinden de las palabras por lo precisas y elocuentes que son sólo desde lo visual, tanto que, a ratos, nos da la impresión de estar presenciando un enorme video clip, fragmentario, potente, eléctrico, de colores e imágenes intensas, desnudos explícitos y, cuando llega el momento, su violenta -pero en su hipérbole devenida risible- estética gore.
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Los riesgos ideológicos
El vigoroso inicio de The Substance nos evidencia el estilo básico de la realización: la hipérbole, la desmesura, la extravagancia y lo estrafalario extremo, y que si bien se justifica plenamente en esta primera parte, terminará devorándose a la película, asi como la sustancia hará con sus protagonistas.
En IMDB leemos que este film es una “re-lectura feminista”, pero, ¿de qué exactamente?: ¿del culto a la juventud que nuestra sociedad falocéntrica alimenta? ¿de la vanidad femenina por cimentarse y prolongar sobre la belleza del cuerpo? Y una vez allí, ¿quiere el film convencernos de que esa vanidad le es impuesta a la mujer por el patriarcado? ¿Cómo se explica entonces la escasa e irrelevante presencia de lo masculino en la historia? Las grotescas intervenciones del productor Harvey (Quaid), los machistas del casting que busca sustituir a la Sparkle, los sponsors televisivos, los amantes fantasmas de Sue (la mejor versión de Elizabeth, interpretada por Margaret Qualley) y los hombres del público del especial de Año Nuevo no me parecen suficientes para sostener este alegato.
Y es que a pesar de que el discurso feminista proclama la “sisterhood” universal por sus reivindicaciones, en la vida y la cultura cotidianas es bastante predominante la intuición, imaginario y discurso tradicionales, también muy femeninos, de que las rivales más feroces de la mujer son ellas mismas. Y no en el sentido alegórico de superación, precisamente.
La otra
The Substance es, notoriamente, una variación sobre el tema de Dr. Jekyll & Mr Hyde, una de las versiones del mitema del doble o del rival fraterno que nos convoca ancestralmente en forma de Castor y Polux o de Caín y Abel. Y que en el cine y la cultura pop remite al Hombre Lobo, La mosca y casi todos los superhéroes con su doble identidad, muchas de cuyas imágenes casi arquetípícas están evocadas en la película de Coralie Fargeat. Pero es imposible obviar que en The Substance, Mr. Hyde es no solo otra mujer, sino la misma, escindida por la inyección aplicada. Pero ésta no inocula la ambición, la inescrupulosidad, la trágica falta de empatía consigo misma o su otra yo, su intrínseco deseo por aniquilar a esa molesta suya a la que debe revivir cada semana, que se destilan mutuamente Elizabeth y Sue. Es la naturaleza oscura de Mr. Hyde, que desbarata la pulcritud del Dr. Jekyll. Es ese factor X que no contempló el científico de Stevenson ni la Elizabeth acorralada por el tiempo, el medio controlado por los hombres y su incapacidad de renunciar a la fama. Ni el vértigo del placer y las luces que experimenta con irresistible intensidad, su alter Sue, quien empieza a saltarse las reglas y recomendaciones de los clandestinos artífices de la sustancia.
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Volvemos a encontrarnos con otro ejemplo de cómo las ideologías externas, sean estas de género, políticas o sociales, al mezclarse y confundirse enturbian y arriesgan incluso las buenas ideas. Le pasó a Barbie, el año pasado, que terminó siendo una indigesta amalgama de crítica de género con ironía sobre el feminismo, y le ocurre a The Substance, que se ha confundido, más del lado de la crítica y la recepción del público, con un alegato contra la misoginia y la exaltación del cuerpo femenino juvenil, cuando en realidad lo es contra la vanidad y la obsesión humana por ser jóvenes, bellos, ricos, famosos, poseedores de cosas, incapaces de la más mínima introspección. La nuestra es una era y una sociedad de hombres y mujeres fanáticos de la autosatisfacción, pero incapaces del autoconocimiento.
Pero no todo es culpa del feminismo. Alex Sitaras, en Cineccentric (Septiembre 2024), escribe que Coralie Fargeat arroja la precaución por la borda en The Substance, y aunque esto suele ser una virtud y un ariete contra tanta tradición y reiteración en el cine, creo que pone la película innecesariamente al borde de la repulsión y el cansancio.
La vorágine del asco
Cuando terminé de ver la película sentí que la mitad de ella sobraba. La médula básica de la historia se agota, como señalé al inicio, en la primera hora: lo que sigue se rellena con una cinematografía concentrada en los close ups, los goteos, supuraciones, sangramientos, derrames de grasa, viscosidades, protuberancias, manchas, deformidades, excrecencias que se prodigan por las dos horas largas de proyección y que hacen avanzar lentamente el film hacia su muy predecible desenlace. Como insinué arriba, entiendo que la Fargeat ha querido hacer de la exageración sus discurso y forma de expresión, pero toda reiteración es por definición un abuso, un sacar las cosas de quicio, y en esa vorágine de asco, sanguinolencia, violencia y monstruosidad, se degradan también la historia, la idea ingeniosa, el alegato y todo deviene una grotesca y morbosa caricatura en la que se enlodan los innegables recursos técnicos, las transtextualidades fílmicas con La mosca de Cronenberg, con los filmes del joven Brian de Palma, el Polanski de aquella remota Repulsiónde 1965, las distintas versiones de Alien y Depredador, y desdichadamente las actuaciones.
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Es en sí misma una caricatura la de Dennis Quaid como Harvey, el frivolísimo productor, pero termina vulnerándose, y no sólo por la desmesura de la directora, también la de Margaret Qualley como Sue, que lucha denodadamente contra la premisa de que ella es “la mejor versión” de la original Elizabeth de Demi Moore pues, aunque me parece preciosa (la amé en la perversa inocencia de su personaje en Once Upon a time in Hollywood, de Tarantino), conspiran contra la premisa de la película sus incisivos preeminentes y el lunar que tiene al costado izquierdo y que ostenta en su primera aparición como Sue, salida no de la costilla de Elizabeth sino de su espinazo, saboteando la cabalidad de la propuesta central. Pero está excelente en su confección de la material girl, que vibra como gelatina y derrama su encanto en coquetos espasmos de Lolita. Acaso sólo Demi Moore sobrevive con cierta dignidad al sangriento naufragio, pues sobre ella recae casi toda la carga dramática: sus debates consigo misma, la vulnerabilidad e intrínseco rechazo a lo que ha hecho al consumir la sustancia, la memorable secuencia, alabada muy justamente por Sitaras, en la que es incapaz de salir a la cita que ha concertado con su ex compañero de clase, agobiada por el cuerpo inerte de su doble encerrado en la habitación secreta (la alusión encubierta a El retrato de Dorian Grey, otro relato de duplicidad, de Oscar Wilde, es genial), y la otra, donde se mofa de Sue en su picante entrevista, son ribetes del que será, posiblemente, el rol más difícil de su carrera, por lo cercano a sí misma, por ser su potente resurrección y por los riesgos que comporta, entre los cuales la parafernalia de la puesta en escena de The substance y su interminable -al borde de lo insoportable-, final, no son los más insignificantes.
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