El medio es el Mensaje: De la subjetividad a la creación visual superficial
Por Aglaia Berlutti
@Aglaia_Berlutti
La fotografía se ha convertido, más que un vehículo de expresión o un documento, en una manera de captar el presente continuo de un mundo obsesionado con la imagen. En la actualidad, el lenguaje visual ha dejado de expresar solo lo que se asume como real — aunque siempre el planteamiento visual fue algo ambiguo al respecto — sino que además, tomó el lugar de la información para transformarse en idea que se crea a diario. De lo que existe porque la imagen lo cuenta, de lo que se muestra no solo a través de la imagen sino como consecuencia directa de ese paralelismo inevitable entre lo que creemos real y lo que asumimos real. ¿Parece un matiz muy confuso? Podría serlo, pero en la fotografía la diferencia es evidente y concreta: el documento visual cuenta una historia. El como — y más importante aún — por qué lo cuenta, es otra expresión del yo, una mínima frontera entre la visión del fotógrafo, su opinión circunstancial sobre el hecho que cuenta e incluso, esa subjetividad mínima en cada aspecto de lo que consideramos real.
Y es que la imagen, como elemento de una sociedad de consumo en constante transformación, se concibe así misma no solo como vehículo, sino como consecuencia directa de esta nueva era de la opinión. Porque la visión fotográfica construye su propio valor en medio de una cultura que se acostumbró — y toma por evidente y necesario — el fenómeno de lo inmediato, de lo que ocurre para ser compartido. vivimos en una época que consume la información, la visión y la interpretación con una velocidad desconocida e incluso impensable en otras décadas. La velocidad exponencial como la expresión fotográfica ha aumentado su alcance, hace casi imposible que la verdad — lo real, lo crudamente verídico — sea diferenciable entre lo que consideramos evidente y lo que no lo es. La fotografía es entonces un estudio meditado sobre lo que se asume como parte de una composición de la realidad y en especifico, su manera de interactuar con lo que ocurre, más de lo que atañe al fotógrafo como contador de historias.
Decía Joan Fontcuberta en su magnifica reflexión “Por un manifiesto fotográfico” que existe un novísimo síndrome que brinda importancia a la inmediatez de la imagen sobre su calidad. El autor bautizó al fenómeno “Síndrome de Hong Kong” a raíz de una anécdota que pareció transformar el criterio de lo que era la opinión sobre la integridad de la imagen como concepto y vehículo documental. Cuando uno de los más reconocidos periódicos de la ciudad de Hong Kong despidió a varios de los fotógrafos que cubrían noticias locales, decidió repartir cámaras digitales a los repartidores de Pizza y captar la realidad inmediata, no a través de las meditadas imágenes de profesionales de la imagen, sino de esa interpretación inmediata y probablemente muy subjetiva del ciudadano común. La brecha entre lo tradicional y toda la nueva concepción de la imagen creó entonces una tercera visión de la imagen: la del ciudadano fotógrafo. Para Fontcuberta, la mesa del análisis estaba servida: La correlación evidente entre la necesidad de la foto — el análisis inmediato de quien capta la imagen — y más allá de la necesidad de su existencia, hace cuestionarse entonces: ¿Qué buscamos en la actualidad a través de la fotografía? ¿Un hecho histórico que se asuma como real? ¿O la interpretación circunstancial de lo que asumimos es la verdad? Lo cual hace que nos preguntemos constantemente ¿Que es la fotografía actual? ¿Un reflejo o una ventana? ¿O quizás algo tan concreto como una voz que cuenta en dos tiempos una verdad inexacta?
Y es que entonces el llamado “Síndrome Hong Kong” nos muestra una realidad dual: La necesidad de la inmediatez de la imagen que compromete su calidad. La búsqueda del documento que cuente lo que ocurre sin que importe demasiado la manera como se haga. La sociedad de consumo que devora la idea visual con un apetito imparable por el símbolo y el sustrato subjetivo. ¿Quienes somos en la imagen? ¿Como es el mundo que muestra esa reinterpretación de cada cosa que asumimos como parte de la realidad? Resulta complejo asumir a la imagen como evidente, y mucho menos verídica. Lo real se confunde con lo que podría no serlo y lo que es peor, con esa insinuación del discurso fotográfico de lo que no existe — o podría no ser real — que comprendemos a través de él.
Y es que la masificación es cada día más evidente. La vemos a diario con la proliferación de teléfonos mobiles con cámaras tan potentes que hacen parecer obsoletas incluso a las herramientas fotográficas más modernas.Vivimos en un mundo donde la realidad se interpreta a medias a través de las imágenes, que se asimila a través de códigos visuales cada vez más borrosos, de limites cada vez más discutibles entre lo que se mira como propósito y se asume como evidencia. Comentaba Fontcuberta que en los años sesenta Marshall McLuhan vaticinó lo que pronosticó sería “el papel preponderante de los mass media y propuso la iconosfera como modelo de aldea global.” Lo que nunca imaginó el filósofo fue que la imagen estaría al servicio no de las masas, sino de la construcción de la opinión de una historia en constante construcción, destrucción e interpretación.
La imagen como parte del lenguaje universal y tal vez, secularizado hasta simplemente crear una subjetividad absurda, en medio de lo que llamamos realidad.
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