La fotografía de Daniel González, un estado de alma

Por Miguel Chillida

 

 

 

Sin lugar a dudas, para ser fotógrafo hay que tener eso que Tarkoski exigía a los actores que interpretasen ciertos de sus papeles: “un estado de alma”. Ese estado, creo yo, está estrechamente relacionado a la conciencia, y a la apertura de los sentidos y el alma misma al mundo y a la vida. Ese es el estado que Daniel González ha conseguido en si mismo para ser uno de los fotógrafos más importantes del país, aunque esa sensibilidad, o sensorialidad , mejor, lo haya llevado a pintar cuadros, componer collages, diseñar libros y también escribir textos que hablan sobre lo que él ha llamado “la vida secreta de la fotografía”.

 

Daniel ha sabido ver en la cosas, a través de ellas mismas se le ha revelado una realidad más trascendente, y esta no es sino el detenimiento en los objetos, seres y aspectos de la realidad cotidiana, que irracionalmente revelan un significado oculto. Y esa revelación de la realidad cotidiana, retenida por Daniel a través de la cámara, es su manera de acercarnos al misterio de la vida, a lo inexplicable y a lo absurdo, entre otras cosas. Muchas veces, como es el caso de su secuencia “Lucha demasiado libre”, de una manera jocosa, juguetona, humorística.

 

Pero dándonos, a través de sus textos, los datos inaccesibles a través de la experiencia de la contemplación de las fotos, es decir “la vida secreta de la fotografía”, como es el caso de su secuencia “Chano el suicida”, “Millón” y la ya mencionada “Lucha demasiado libre”. No nos deja sólo con la revelación trascendental, también nos brinda la anécdota cercana y divertida, desenfada y echadora de broma. No obstante, al fondo de esas imágenes permanece la oscuridad del hombre, cosa que Daniel nunca pone en tela de juicio, y mucho menos de prejuicio.

 

Su fotografía tiene una conciencia social sumamente lucida, desde el inicio de su trabajo. Por ejemplo “Asfalto-Infierno”, libro editado con textos de Adriano González León y prólogo de Francisco Pérez Perdomo, todos compañeros de El Techo de la Ballena, retrata el sector marginado de la sociedad venezolana de los años 60, y marginados precisamente porque la Cuarta República derrochó las riquezas petroleras del país, como lo confirma el libro “De una a otra Venezuela” de nuestro intelectual Arturo Uslar Pietri. Por eso la fotografía de Daniel González tiene una lucidez particular, la de un hombre que conoce su país en profundidad, un hombre en contacto consigo y no enajenado, y tampoco alienado por el medio en que vive.

 

“Muerte en el asfalto” escarba en la descomposición de la materia, en la finitud de la vida, que de manera curiosa y en conversación con su obra anterior, como una metáfora que no necesita entenderse, vuelve a ser parte del asfalto. La materia descompuesta, hinchándose, devorada por otros seres, con el paso de los días termina volviendo (¿deberíamos decirlo?) a ser parte del asfalto. Y sólo un miembro lucido de la sociedad, maravillado, asombrado, toma la cámara y registra. Ese es Daniel González, quien nos obsequia con sus fotografías.

 

Por último tal vez sea bueno recordar los retratos que Daniel ha realizado a lo largo de su vida, retratos espontáneos de escritores y artistas con los que ha compartido. Y no sólo venezolanos, también figuran en sus retratos personalidades como el “antipoeta” chileno Nicanor Parra, el conocidísimo narrador colombiano Gabriel García Márquez, el beatnik estadounidense Lawrence Ferlinghetti, el narrador estadounidense Henri Miller, entre muchos nombres destacados de esos años. Por esto su obra fotográfica también es un valioso aporte a la memoria histórica de la cultura mundial.

 

En un país lleno de prejuicios, de hombres y mujeres veloces por un día a día sin espacio ni tiempo para detenernos en las pequeñas grandes cosas de la vida, con una memoria frágil, la fotografía de Daniel González nos brinda un sitio cálido donde recomponernos, o no, de nuestra insensibilidad.

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