La paideia peruana

Por Mario Guillermo Massone

@massone59

 

 

 

Comprendiendo la voz paideia como ideal de cultura, pienso como venezolano, desde Venezuela, en el ideal de cultura enraizado en el Perú actual. Ignoro mucho sobre Perú y su historia, pero su gente me causa admiración, soy cercano a los pueblos libres y amigo de sus ciudadanos ejemplares que transitan la senda de la civilización y la prosperidad.

 

Son personas de costumbres. Mantienen a raya el abuso y el capricho del poder. Asumen que su Constitución Política es para que la vida en comunidad se refleje en su letra y viceversa. Cuidan y protegen, como a un niño, la civilidad. No son costumbres cualquieras, son éticas. Se basan en la razón, la libertad, el esfuerzo individual, el esfuerzo colectivo. Buscan la justicia en sus dos partes: la igualdad y el mérito. Se angustian cuando anticipan un año de menor crecimiento que el anterior. ¡De eso se preocupan! Porque mejorarán, pero no como quieren. Pero crecen. Mejoran.

 

La enseñanza es prioridad para los peruanos. Las virtudes de la inteligencia –dianoéticas- sólo se adquieren por medio de ella. Lo saben. Las universidades producen conocimiento. Lo divulgan. Enseñan. E-ducan, no in-ducan. Crece su economía. Crecen sus ciudadanos libres. Abrazan el saber y alejan la ignorancia. Quieren ser mejores. Quieren que todos sean mejores. Que vivan mejor. Crece la institucionalidad peruana. Saben que importa que la Ley se haga costumbre en sus ciudadanos; que las relaciones de respeto son base esencial de la justicia. Saben que hay que ser tolerantes en la vida plural, porque así debe ser y porque enriquecen sus vidas.

 

Pero no toleran la irracionalidad, ni sus expresiones en el poder. Ya las sufrieron. Es parte de su memoria. Y no la quieren revivir. La despótica fue enterrada, o, mejor, desterrada del Perú, y los peruanos no la quieren jamás volver a encontrar. Y por eso cuidan tanto y protegen tanto su civilidad. Porque no permiten un futuro condenado a la inexistencia.

 

Los peruanos crean cada vez más condiciones para la oportunidad de los suyos. Valoran la vida privada como la pública. Aprecian los provechos a la persona y a la sociedad de la propiedad privada. Protegen y se enorgullecen de su propiedad intelectual, fruto del ingenio creador peruano.

 

En la democracia peruana escucho su silencio. Siguiendo a Francisco Plaza, en el Perú no se debaten los principios de la democracia ni los de la vida civilizada. Se aceptan de antemano y por ello no se cuestionan. No son objeto de debate. Hay silencio sobre lo que es tácito. Las leyes universales de la vida política no se oyen en el Perú. Se viven en silencio. Porque se viven. Y eso les enorgullece. Y con razón.

 

A veces, recordando eventos de la historia contemporánea del Perú, me pregunto: ¿Será porque después de una historia reciente tan dura, luego de tanto sufrimiento y tanto esfuerzo por recuperar el destino de su vida en común, los peruanos no están dispuestos a volverlo a perder? ¿Es la civilidad un niño peruano, como otros niños, al cual se debe atender con dedicación, con amor, con firmeza, con pasión determinada; y que, por ello, se atiende con amor y firmeza? Y luego caigo en cuenta que ya conozco las respuestas.

 

La vuelta a la civilidad, la vida en común para la prosperidad en los bienes humanos, y, por supuesto, para la abundancia de los bienes necesarios para existir, no fue nada fácil para los peruanos. El general Velasco Alvarado, contrario a la política, gobernó despóticamente.  En abuso del poder, en uso de un poder irracional, el rostro del Perú y las condiciones de vida de su gente se precipitaron. En caída. Durante esa época, parte de lo que vivimos en la Venezuela de hoy la vivían los peruanos en aquel entonces. En algo se asemeja, esa misma época histórica peruana, a la Venezuela de hoy. Las vidas de los peruanos estuvieron sometidas, injustamente, al control de la libertad.

 

El general Morales Bermúdez, un militar de la civilidad, ayudó a conducir al Perú al camino de la democracia, la libertad, la civilidad… La vuelta a la razón. En el poder, viendo con claridad su obligación como peruano, de hacer lo que en sus manos pudiera estar, para que el Perú y su gente prosperaran, mantuvo comunicación con Fernando Belaunde Terry, quien se encontraba en el exilio. Se comunicaban por medio de un buen amigo,  al que le profeso mi más sublime admiración, quien iba y venía de Washington a Nueva York. Este amigo y peruano ejemplar, entre cuyos destinos de exilio (Dinamarca, EEUU…) uno fue mi casa cuando era yo un niño, fue interlocutor entre dos hombres enfrentados pero con un mismo interés: el Perú y su gente.

 

Las comunicaciones no eran cosa sencilla. Había ánimos en tensión. El general Morales Bermúdez manifestó: “Hay que tender puentes y no paredes”. Belaunde no estuvo sino de acuerdo. Se inició una transición que tampoco fue idílica. Hubo tropiezos que conocemos bien. Infortunios. Pero se inició un camino. Una salida de la opresión. Una entrada a la civilidad. ¡Y funcionó!

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